20/09/2010

EL FIN DE UM PROGRAMA MUNDIAL

La evidencia culminante de que el fin de la historia está sobre nosotros la constituye la existencia de un movimiento de alcance mundial dedicado a advertir a todo el mundo de la inminencia de este hecho pavoroso. Su presencia en cada país, y el hecho de que habla en todos los idiomas principales, constituye un fenómeno tan significativo como cualquiera de las otras grandes señales presentadas en el Libro de Dios.
Cualquier otra cosa, por cierto, no estaría en armonía con Dios. La Bíblica dice: “Porque no hará nada Jehová el señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7). En otras palabras, cuando el profeta ve aproximarse el desastre, se lo comunica al pueblo par que éste lo evite si desea hacerlo. Puesto que Dios es un Dios de amor, no podría ponerse a un lado y observar que el mundo se destruye a si mismo sin advertirle el peligro. Tampoco podría permanecer en silencio mientras miles de millones corren hacia el juicio final.
Si habéis leído con cuidado el Antiguo Testamento habréis notado cómo, una vez tras otra Dios envió sus mensajes a los reinos instándolos a arrepentirse y a salvarse.
Sodoma, la ciudad más perversa de la antigüedad es un caso pertinente. La conducta de sus habitantes colmó la medida de la paciencia divina y Dios decretó su destrucción. Entonces fue cuando Abrahán tubu uno de sus “encuentros” con Dios.
Dijo él: “¿Destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal…” (Génesis 18:23-31).
Pronto descubrió Abrahán que tal cosa distaba mucho de ser la voluntad de Dios. El no quería destruir a nadie.
En su súplica apremiante Abrahán redujo gradualmente el número de los justos de 50 a 45, luego a 40, a 30, a 20, y finalmente a diez, y Dios lo escuchó cada vez. “Quizás se hallarán allí diez”, le dijo; y Dios replicó: “No la destruiré por amor a los diez” (Génesis 18:32).
Luego los ángeles fueron a Sodoma en un esfuerzo de última hora para advertir a sus habitantes de lo que les acontecería, y para encontrar por lo menos a diez justos cuya presencia en la ciudad constituyera una razón para posponer el juicio. Pero no los encontraron. En consecuencia, la ciudad fue consumida en lo que bien pudo constituir una forma de fuego atómico.
Del mismo modo Nínive, capital de Asiria, otra ciudad depravada, fue advertida de la destrucción que estaba por sobrecogerla. El profeta Jonás exclamó: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (Jonás 3:4). En este caso, para sorpresa y consternación del profeta, el pueblo se arrepintió. Desde el emperador hasta el pastor más humilde se volvieron a Dios, y el juicio fue postergado.
Pero el caso más extraordinario de una advertencia anticipada ocurrió en la experiencia de Noé, cuando la conducta ofensiva de la mayor parte de los habitantes del mundo le causó tanta aflicción a Dios que el Señor tuvo que decir: “Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado” (Génesis 6:7). Carecía de sentido la continuación de la vida en este planeta, salvo en el caso de las pocas personas que podrían ser dignas de ellas.
Lo que aconteció entonces podría volver a ocurrir en el tiempo del fin de la historia. Jesús dijo: “Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del hombre” (S. Lucas 17:26). En otras palabras, estas dos experiencias serán paralelas en todos sus aspectos importantes. No sólo en la vasta extensión del delito y en la universalidad de la catástrofe, sino también en el fervor con que se amonestaría y en la provisión de un medio de escape.
A pedido de Dios, Noé predicó durante 120 años con sus palabras y sus acciones. El arca, cuya construcción le llevó doce décadas, era uno de los argumentos más poderosos. Demostraba su fe en la palabra de Dios. Debido a que fue objeto del ridículo y la burla, las nuevas de su construcción se extendieron a todo el mundo, y exigieron atención y decisión.
Año tras año se proclamó la advertencia, y ésta se tronó más enfática a medida que la enorme embarcación cobraba forma y que la gente se veía obligada a hablar de ella y a decidir si escucharía el mensaje o se burlaría de él.
Luego, cuando terminó el tiempo, comenzaron a ocurrir cosas asombrosas. Los animales, impulsados por una mano misteriosa, comenzaron a dirigirse hacia el arca. El cielo se cubrió de nubes. Hubo señales de lluvia, cosa nunca antes vista sobre la tierra. Finalmente Noé realizó su último llamamiento, y no recibió respuesta; de modo que tomó su familia y la introdujo en el arca. Luego Dios cerró la puerta.
Demasiado tarde, miles de personas vieron descender la lluvia en torrentes. Vieron que los ríos se salían de madre y que los lagos derramaban sus aguas sobre sus bordes. Muchos corrieron en vano hacia tierras altas. Otros avanzaron entre el agua, que cada vez subía más, con el propósito de alcanzar el arca, sólo para ver que comenzaba a flotar y se alejaba en su viaje histórico desde el antiguo mundo hasta el nuevo.
De modo que “vino el diluvio y los destruyó a todos” (S. Lucas 17:27).
Y volverán a ocurrir una catástrofe de efectos igualmente devastadores y generales. El apóstol Pedro escribió: “En los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación. Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces preció anegado en agua; pero los cielos y la tierra que existen ahora, está reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2ª S. Pedro 3:3-7).
Por cierto que éste es un lenguaje simbólico, pero no puede haber dudas en cuanto a que representa el mensaje final de amonestación de Dios que envía a toda la humanidad justamente antes del fin. Aunque amonesta contra la apostasía y la rebelión, sigue siendo las buenas nuevas a las que Jesús se refirió en S. Mateo 24:14. Constituyen en realidad las mejores nuevas que los seres humanos han escuchado, que dicen a los hombres que no tienen por qué ser esclavos del mal, y que hay una forma de escapar hacia una vida mejor y más feliz aquí y en el mundo que está por venir.
La predicación de este mensaje produce resultados maravillosos. Arrancando de las garras de Satanás a la generación más malvadas y adúltera de todas, la transforma en u pueblo de integridad y rectitud a toda prueba que es reconocido en todo el planeta por su inquebrantable lealtad a Dios y a su Palabra. De ellos se dice: Aquí están “los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12). ¿Existe tal pueblo en la actualidad? Ciertamente que sí. Sus integrantes viven en casi todos los países del globo. Y se apresuran a ir con la velocidad de los ángeles a “toda nación, tribu, lengua y pueblo”.
Escuchad el mensaje que proclaman en más de mil idiomas y dialectos. Ved cómo se han preparado precisamente para este tiempo. Notad cómo este pueblo se ha hecho indispensable para la preservación del cristianismo en un mundo sin Dios y apóstata. Ved cómo promueve las nuevas del advenimiento de Cristo, a pesar de que una vez fue ridiculizado como un pequeño culto absurdo, ubicándose precisamente en el primer plano del escenario del mundo como un notable defensor de la fe cristiana, como el campeón y el baluarte de la verdad cristiana.
“Temed a Dios y dadle honra”, es lo que declara ese movimiento justamente en el momento cuando se está desvaneciendo la creencia en un Ser Supremo, cuando hasta los teólogos están diciendo: “No hay Dios “, y los clérigos afirman que no está “allí” ni “aquí”, ni en parte alguna.
“Adorad a Aquel que hizo el cielo y la tierra”, exclama cuando casi todos los demás rinden pleitesía a la teoría de la evolución. “Dios hizo al hombre a su propia imagen”, afirma, y no de una molécula de barro en algún mar primitivo. Las maravillas del cerebro humano, de la circulación de la sangre, del sistema nervioso, de la facultad del hombre para ver, oír, sentir, pensar, recordar y adorar, no son el resultado de un accidente, sino son el fruto de un acto creativo directo del Dios omnipotente.
Los Diez Mandamientos, tal como fueron interpretados por Jesús, todavía constituyen la norme dada por Dios que debe regir el recto vivir, proclama este pueblo, mientras el mundo se hunde rápidamente en un estado de desorden y corrupción. Los Diez Mandamientos no sólo señalan cuál es la forma correcta de vivir, sino también ofrecen el mejor medio de lograrla. Aquí está el secreto de la felicidad para este tiempo y para el mundo futuro.
“Acordarte has del día de reposo, para santificarlo”, anuncia este pueblo en un momento cundo la mayor parte de la gente no considera santa ninguna cosa y no establece diferencia alguna entre un día y otro. Sostiene que esto constituye el remedio de Dios para todo el nerviosismo de una generación que vive en la locura del apresuramiento. En el día sábado se encuentra el reposo que millones de personas cansadas necesitan. Aquí hay refrigerio procedente de las fuentes eternas del cielo para una generación sobrexcitada y saturada de píldoras.
“La hora de su juicio ha llegado”, proclama a un mundo rebelde que no sólo pretende que no hay Dios, sino además, que no hay juicio; que cada persona puede hacer lo que le plazca. “Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta” (Eclesiastés 12:14), les dice a los que declaran que los sentimientos constituyen la única guía verdadera y que sostienen que la situación justifica los actos por muy inmorales que éstos sean.
Y luego proclama a las multitudes hundidas en el pecado, atadas y aherrojadas por hábitos perjudiciales; ¡Podéis ser libres! No por las drogas sino por medio de Cristo. Esa liberación no se produce tomando ácido lisérgico en un trozo de azúcar sino poniendo la mente en armonía con Dios a través de la sumisión humilde a su voluntad y la aceptación de su amor perdonador y restaurador. Solamente en Cristo hay ayuda para los pensamientos torturados del hombre, hay curación para su mente y su cuerpo debilitados, y hay liberación de los hábitos sórdidos e insensatos que lo están destruyendo.
El profeta Joel, mirando hacia el fin del tiempo del mundo, captó una visión del refulgente propósito de Dios para esa hora tenebrosa. “Habrá salvación…entre el remanente”, dijo el profeta. Vio un pueblo libertado que, por conocer el secreto de la liberación por experiencia personal, lo predica, lo enseña y lo vive hasta que todos los hombres lleguen a saber que hay redención en Cristo, ya sea que la acepten o la rechacen. La función más noble y vital de ese pueblo remanente consiste en difundir las buenas nuevas de liberación.
Este es, entonces, el masaje que Dios está enviando al mundo en el tiempo del fin, un mensaje de belleza y poder que está reuniendo a un pueblo integrado por gente de todo los países que desee ser leal a Cristo, y que decida permanecer firme en la última crisis de los siglos. Este es el refugio que está construyendo para protegerse contra los tiempos tormentosos que nos esperan; éste es el escondite donde pueden ir los que son sinceros de corazón; ésta es el arca que surcará las olas bravías del futuro y que finalmente descansará en el reino eterno de justicia y de paz.
Surge esta pregunta: ¿Es posible que un mensaje como éste – un mensaje que está en abierto conflicto con tanta enseñanzas modernas, que exalta los principios de la justicia que el mundo ha abandonado hace tanto tiempo como pasados de moda e inoperantes – pueda ser proclamado a todo el mundo en un tiempo que parezca razonable? ¿Qué ocurrirá con los nuevos millones de personas que sobón al escenario del mundo en la hora final? ¿Cómo pueden oírlo todos? Por cierto que la tarea es grandiosa y el problema parece interminable.
Antaño el ciego dijo, después que Jesús le concedió la vista: “Esto es lo maravilloso” (S. Juan 9:30). Hoy también Dios ha hecho una amplia provisión para esta emergencia. No hay nada que sea demasiado difícil para él.
Cientos de miles de personas ya han aceptado en todo el mundo este mensaje inspirado por el cielo. Hay más de un millón adherentes en los Estados Unidos, millones en África, en Sudamérica muchos millones en Europa, miles en Europa, en Rusia, en China; más de 16 millones en el mundo; y cada día miles de personas más se unen a este pueblo.
Por medio de casas editoras, radios, televisión, Internet, satélite, puerta a puerta, persona a persona hasta la última persona.
¿Pero qué puede decirse del obstáculo aparentemente insuperable planteado por la explosión de la población? Dios también está listo para hacerle frente.
Hoy usted está a leer este mensaje presentado de Portugal, ¿onde está usted? Notad ahora la importancia profética que tiene todo esto. Según se desprende del estudio de la Sagrada Escritura, es tan claro como el día, que ha llegado la hora cuando Jesucristo ha de regresar con poder y gloria a esta tierra. Las profecías así lo declaran; las señales de los tiempos y la existencia del pueblo remanente de Dios asó lo confirman.
Pero si ha de ocurrir ese acontecimiento dramático y trastornador de la historia, todos los habitantes del mundo deben tener oportunidad de enterarse de él y de prepararse para él. No seria justo si algunos oyeran hablar de él y otros no. Todos deben saberlo al mismo tiempo. Debe haber una advertencia simultánea. Y tal cosa puede ocurrir.
Si alguna vez hubo una señal de los tiempos de gran significación, es ésta. Es obvio que debido a que el tiempo es corto y a que el fin está cerca, Dios está obrando en el escenario mundial en una escala que nadie había soñado que fuese posible. Está utilizando las habilidades creadoras de la mente humana para cumplir su propósito y para llevar a cabo lo que prometió hace siglos y milenios.
Considerad esto: si tuvieseis un mensaje para dar a la humanidad, y si el dinero no constituyera un problema, ¿qué haríais? ¿Lo lanzaríais al espacio en cada país? Eso podría ser mal comprendido. Utilizaríais las carteleras y los periódicos? Eso podría confundir y además consumiría mucho tiempo. ¿No sería el método más eficaz colocar un cajoncito en cada hora: un cajoncito que todos mirasen cada día, y luego por medio de los satélites y de todos los demás recursos electrónicos asequibles, hacer aparecer vuestro mensaje en ese cajón?
Eso es lo que Dios está haciendo. El está detrás de esta invención que parece milagrosa. Está haciendo preparativos para el momento cuando, en forma rápida y simultánea, enviará su último mensaje de advertencia a cada habitante del planeta. Así hará concluir en forma rápida y asombrosa su programa mundial “Y entonces – como Jesús dijo – vendrá el fin” (S. Mateo 24:14).

18/09/2010

LA PERFECTA JUSTICIA DE CRISTO

Dios ha proveído una justicia divina para los pecadores que creen en lo que Dios ha revelado en su Palabra.

El pecador creyente esta firme ante Dios, no en su propia estimación la cual en realidad no es justicia, pero en la justicia de Jesucristo.

Jesús es absolutamente santo y sin pecado porque él es Dios. Él es inherentemente justo. Jesús siempre hizo lo que era agradable para el Padre (Juan 8:29b; 4:34; 5:30; 6:38). Nunca nadie pudo aprobarle culpable de injusticia (Juan 8:46a). Él es la única excepción en la historia; él era absolutamente sin pecado (Mateo 17:5; Juan 12:28; 1Pedro 2:22-23)

Por otra parte, Jesús es perfectamente justo por su obediencia a la ley de Dios. Él “cumple con toda justicia” (Mateo 3:14-15).

D. M. Lloyd-Jones observó: “él rindió una obediencia perfecta a la ley; él la mantuvo en pizca y en titulo. Él no falló en el respeto. Él cumplió la ley de Dios completamente, perfectamente y absolutamente. Y no solamente eso! Él trató con el castigo distribuido por la ley sobre todo pecado. Él tomó tu culpabilidad y la mía sobre él, y borró todo castigo. El castigo de la ley fue distribuido sobre él, y entonces ha honrado la ley completamente, positivamente, negativamente, activamente y pasivamente. No hay nada más allá de la ley que pueda exigir; Él lo ha satisfecho todo.”

Ahora esta es la verdadera justicia de Cristo que Dios da a los pecadores que se arrepienten y ponen su fe en Cristo. La cosa absolutamente grandiosa es que él la da gratuitamente, aparte de cualquier trabajo o meritos en nuestra parte. A causa de que somos pecadores, todo lo que nosotros tocamos es contaminado por nuestra depravación moral y espiritual. La justicia perfecta de Cristo permanece en contraste rígido a nuestra injusticia y esta nos condena a nosotros. Esta condena nuestras actitudes y acciones. Nosotros permanecemos condenados por su santa presencia. “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios” (Romanos 3:10-11). Nuestra propia justicia es sin valor y nos condena a nosotros. “No hay nadie que haga el bien, ni aun uno” es el juicio de Dios en contra el hombre pecador.

Las buenas nuevas de Dios son que él ha proveído la justicia de Jesucristo como un don para el creyente. La fe es el canal por el cual el pecador recibe la justicia de Cristo. El don de Dios es “la justicia que es por fe del principio al fin.” “Mas el justo por fe vivirá” (Romanos 1:17; Habacuc 2:4)

Dios atribuye la justicia de Jesucristo al pecador. Esa es la manera de cómo él hace la aplicación de la justicia de Cristo para nosotros. Spurgeon dijo que esto es como poner la capital moral infinita del Señor Jesús en nuestra cuenta vacía del banco. Dios toma las riquezas del deposito del cielo y las pone a nuestra disposición. La única manera que él lo hace disponible para nosotros es mediante la fe.

¿Qué es la fe? Esto es un descanso en Cristo y su trabajo salvador para nosotros. La fe no es un trabajo. La fe es ir a Dios con los brazos abiertos y poder recibir la justicia que Dios proporciona gratuitamente.

C. H. Spurgeon escribió en todo de la gracia, “la fe no es algo que no se mira; la fe empieza con el conocimiento. No es una cosa pensativa; por la fe se cree en los hechos de los cuales son ciertos. Esto no es impracticable, algo que se sueña; por la fe se cree, y es ganancia de su destino sobre la confianza de la revelación. La fe es el ojo con el cual se ve, es la mano con la cual se poseen las cosas, es la boca que se alimenta de Cristo.”

Esta simple confianza en Cristo es la que nos da a nosotros una permanencia justa en la presencia de un Dios santo y justo.

¿Permaneces tú en una relación perfecta con Dios? ¿Tienes paz en tu corazón porque tu sabes que estas en Cristo? ¿Estas confiando en tu propia justicia de buenas obras y cumplimientos o en la justicia de Cristo?

12/09/2010

LA JUSTICIA DE CRISTO

El pecador creyente esta firme ante Dios, no en su propia estimación la cual en realidad no es justicia, pero en la justicia de Jesucristo.

Jesús es absolutamente santo y sin pecado porque él es Dios. Él es inherentemente justo. Jesús siempre hizo lo que era agradable para el Padre (Juan 8:29b; 4:34; 5:30; 6:38). Nunca nadie pudo aprobarle culpable de injusticia (Juan 8:46a). Él es la única excepción en la historia; él era absolutamente sin pecado (Mateo 17:5; Juan 12:28; 1Pedro 2:22-23)

Por otra parte, Jesús es perfectamente justo por su obediencia a la ley de Dios. Él “cumple con toda justicia” (Mateo 3:14-15).

D. M. Lloyd-Jones observó: “él rindió una obediencia perfecta a la ley; él la mantuvo en pizca y en titulo. Él no falló en el respeto. Él cumplió la ley de Dios completamente, perfectamente y absolutamente. Y no solamente eso! Él trató con el castigo distribuido por la ley sobre todo pecado. Él tomó tu culpabilidad y la mía sobre él, y borró todo castigo. El castigo de la ley fue distribuido sobre él, y entonces ha honrado la ley completamente, positivamente, negativamente, activamente y pasivamente. No hay nada más allá de la ley que pueda exigir; Él lo ha satisfecho todo.”

Ahora esta es la verdadera justicia de Cristo que Dios da a los pecadores que se arrepienten y ponen su fe en Cristo. La cosa absolutamente grandiosa es que él la da gratuitamente, aparte de cualquier trabajo o meritos en nuestra parte. A causa de que somos pecadores, todo lo que nosotros tocamos es contaminado por nuestra depravación moral y espiritual. La justicia perfecta de Cristo permanece en contraste rígido a nuestra injusticia y esta nos condena a nosotros. Esta condena nuestras actitudes y acciones. Nosotros permanecemos condenados por su santa presencia. “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios” (Romanos 3:10-11). Nuestra propia justicia es sin valor y nos condena a nosotros. “No hay nadie que haga el bien, ni aun uno” es el juicio de Dios en contra el hombre pecador.

Las buenas nuevas de Dios son que él ha proveído la justicia de Jesucristo como un don para el creyente. La fe es el canal por el cual el pecador recibe la justicia de Cristo. El don de Dios es “la justicia que es por fe del principio al fin.” “Mas el justo por fe vivirá” (Romanos 1:17; Habacuc 2:4)

Dios atribuye la justicia de Jesucristo al pecador. Esa es la manera de cómo él hace la aplicación de la justicia de Cristo para nosotros. Spurgeon dijo que esto es como poner la capital moral infinita del Señor Jesús en nuestra cuenta vacía del banco. Dios toma las riquezas del deposito del cielo y las pone a nuestra disposición. La única manera que él lo hace disponible para nosotros es mediante la fe.

¿Qué es la fe? Esto es un descanso en Cristo y su trabajo salvador para nosotros. La fe no es un trabajo. La fe es ir a Dios con los brazos abiertos y poder recibir la justicia que Dios proporciona gratuitamente.

C. H. Spurgeon escribió en todo de la gracia, “la fe no es algo que no se mira; la fe empieza con el conocimiento. No es una cosa pensativa; por la fe se cree en los hechos de los cuales son ciertos. Esto no es impracticable, algo que se sueña; por la fe se cree, y es ganancia de su destino sobre la confianza de la revelación. La fe es el ojo con el cual se ve, es la mano con la cual se poseen las cosas, es la boca que se alimenta de Cristo.”

Esta simple confianza en Cristo es la que nos da a nosotros una permanencia justa en la presencia de un Dios santo y justo.

¿Permaneces tú en una relación perfecta con Dios? ¿Tienes paz en tu corazón porque tu sabes que estas en Cristo? ¿Estas confiando en tu propia justicia de buenas obras y cumplimientos o en la justicia de Cristo?

MANDA LA LLUVIA

LA LEY DE LOS 10 MANDAMIENTOS

08/09/2010

EL FIN Y UN NUEVO COMIENZO

CIERTA vez, cuando el autor viajaba en automóvil, súbitamente le pareció que el camino estaba por terminar en un callejón sin salida. Las enormes montañas se elevaban cada vez más a medida que nos acercábamos a ellas y bloqueaban completamente el camino. Al parecer no había forma de cruzarlas.
Pero la había. De improviso, en el último momento, cuando parecía que el camino iba directamente hacia esa poderosa muralla de rocas, se divisó una curva a la derecha que se abrió paso entre las colinas verdeantes y los picos coronados d nieve, y la ruta seguía adelante hacia el asoleado destino.
Esto mismo ocurre con el camino por el que viaja la humanidad y que hoy parece estar a punto de terminar. Ante nosotros están la guerra nuclear, el desorden generalizado, la inanición universal, todo lo cual culmina en el glorioso pero devastador regreso de Jesucristo como Rey y Juez de la humanidad.
De esto no puede haber duda. La Roca del cielo está por desplomarse contra las naciones en el tiempo del fin para hacerlas polvo. Véase Daniel 2:35.
“Cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder”, dará “retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2ª Tesalonicenses 1:7,8).
En ese día, “los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de Aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; y quién podrá sostenerse en pié?” (Apocalipsis 6:15-17).
El apóstol Pedro escribió: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo será deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay será quemadas” (2ª Pedro 3:10).
Tal es el fin predicho por los profetas de la antigüedad. Ezequiel escribió: “Así ha dicho Jehová el Señor: Un mal, he aquí que viene un mal. Viene el fin, el fin viene; se ha despertado contra ti; he aquí que viene” (Ezequiel 7:5,6).
Pero es esto todo? De ningún modo. Con cada predicción del fin del mundo se relaciona la seguridad de que habrá un nuevo comienzo. Cuando amenaza la oscuridad total, siempre parece una luz.
El camino no termina frente a las montañas. Va ascendiendo y cruzándolas hasta llegar a la tierra prometida.
Notad que cuando el profeta Daniel declaró que las naciones de los últimos días fueron reducidas a polvo, también añadió: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido… (sino que) permanecerá para siempre” (Daniel 2:44).
Asimismo, después que el apóstol San Juan vio que multitudes escapaban de “la ira del Cordero”, volvió a mirar “y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Apocalipsis 7:9,10).
Y Pedro, después de anunciar la destrucción por fuego de este planeta, cuando “todas estas cosas han de ser deshechas”, declaró confiadamente: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2ª Pedro 3:11,13).
Así es como hablan todos los profetas de la antigüedad. Más allá del fin contemplan un glorioso comienzo, un futuro de felicidad y paz sin parangón. Como dijo Abrahán cierta vez, Dios no destruye a los justos juntamente con los impíos, sino que los cuida y los preserva a su manera; y algún día los reunirá para que disfruten de una vida más hermosa que la que jamás han imaginado.
Dios ha asegurado a lo largo de todos los siglos a sus seguidores leales el advenimiento de un futuro maravilloso que él está planeando para ellos, para que su fe no falle y tampoco disminuya su esperanza.
Nos envía este preciosísimo mensaje mediante el profeta Isaías: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria… Y me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo…; y nunca más se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor… Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas. No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos. No trabajarán en vano, ni darán a luz para maldición; porque son linaje de los benditos de Jehová… No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová” (Isaías 65:17-25).
Cientos de años después, el apóstol San Juan recibió una visión similar, y escribió: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existíamos. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasarán” (Apocalipsis 21:1-4).
No más sufrimiento, no más lágrimas, no más muerte!
No más violencia, no más luchas, no más guerras!
No más egoísmo, no más celos, no más crueldad!
Tal es el glorioso futuro que Dios ha planeado para su pueblo fiel. Sus hijos vivirán eternamente en un mundo tan hermoso en todo sentido, que el apóstol Pablo dijo de él: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1ª Cor. 2:9). En otras palabras, el hogar de los salvados es demasiado bello para describirlo; es demasiado maravilloso para poder se concebido por la imaginación humana.
Esto ilumina la declaración de Apocalipsis 14:6,7 que dice cómo el pueblo remanente de Dios llevará el “Evangelio eterno” a “toda nación, tribu, lengua y pueblo”.
Son los portadores de buenas nuevas y no de malas noticias. Buenas nuevas de duración eterna. Noticias mejores que las que nunca se han oído. Nuevas de que hay una esperanza y un gozo tan plenos como los que Dios mismo pudo proveer para un mundo desesperado.
Es verdad que los hijos de Dios deben advertir a todos acerca del fin que se aproxima; deben hablar de las consecuencias de la rebelión contra el gobierno de Dios; pero esto constituye una pequeña parte de su tarea. Los portadores de esas buenas nuevas son el pueblo de la liberación, que siempre busca la salvación de otros y encuentra su gran satisfacción en abrir las puertas del cielo para aquellos que voluntariamente se habían excluido de él.
Debido a esto, son el único pueblo que es verdaderamente feliz en un mundo sumamente infeliz. Ese pueblo irradia el gozo del Señor para iluminar a la gente que ha olvidado en qué consiste el verdadero gozo.
Tenemos buenas nuevas para Ud. Hoy!, les dicen a sus amigos, vecinos, amistades y a todo el mundo. Buenas nuevas acerca de Dios y de su amor. Buenas nuevas acerca del futuro y de todas las maravillas del reino venidero de justicia y de paz. Buenas nuevas acerca del pronto regreso de Cristo y de sus planes gloriosos para los que le aman.
Buenas nuevas para los enfermos, que pronto disfrutarán de salud eterna; buenas nuevas para los deformes, que pronto será restaurados; buenas nuevas para los ciegos, que pronto verá; y para los sordos, que pronto oirán. Buenas nuevas también para los afligidos, porque todos los que han muerto en Cristo resucitarán de la tumba para no volver a morir.
En 13 de enero de 1967, dos policías de Nueva York oyeron un ruido intenso y sordo que procedía de cierta calle. Sintieron olor a gas, y sospechando que podía ocurrir algo serio, enviaron un mensaje pidiendo ayuda, y luego corrieron de casa en casa haciendo sonar los timbres y gritando: “Salgan fuera! No pierdan tiempo en sacar nada! Salgan fuera!”
Pronto llegaron otros policías con bocinas que también gritaban: “Esto es una emergencia! Salgan todos!”
Salieron más de trescientas personas, algunas en salida de baño, otras en pijamas y otras en camisones. Algunas llevaban bebés en sus brazos, mientras otras arrastraban tras ellas a niños espantados.
Salieron justamente a tiempo. Poco minutos después hubo una tremenda explosión, y una sábana de fuego envolvió el vecindario. Un testigo escribió: “Las motobombas y los automóviles fueron incinerados. Los postes de teléfono ardían como pavesas gigantescas. Las casa fueron consumidas por las llamas”. 600 bomberos con 100 motobombas combatieron el incendio, que ardió fuera de control durante más de cuatro horas, mientras las cuadrillas de la compañía de gas trabajaban frenéticamente para cerrar las válvulas que controlaban el tubo de 60 centímetros de diámetro que se había roto.
Cuando amaneció, “dos motobombas, un camión de reparaciones de una compañía de gas y varios automóviles estaban quemados y humeantes…Postes de teléfonos ennegrecidos yacían cerca de una señal calcinada que indicaba un cruce de escuela. Quedaban solamente las escalinatas de ladrillos rojos de dos casas. Detrás de ellas había tan sólo pozos negros y humeantes”.
Pero la gente se había salvado. Gracias a la perspicacia de dos policías y a la rapidez con que lanzaron su advertencia contra el peligro, no se perdió un solo hombre, mujer o niño.
Esto se parece mucho a lo que ocurrió en Sodoma hace muchos siglos.
Cuando el fuego amenazó a esa antigua ciudad, los ángeles, y no la policía, dijeron a Lot y a su familia: “Escapa por tu vida, no mires tras ti” (Génesis 19:17). Todos los que atendieron esta advertencia se salvaron, y Sodoma fue consumida por el fuego.
Jesús dio una advertencia similar a los habitantes de Jerusalén concerniente a la llegada de las huestes romanas en el año 70. Notad la urgencia con que habla: “Cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel… Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotes, no descienda para tomar lago de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa” (S. Mateo 24:15-18).
Los que obedecieron su consejo se salvaron. Los que lo desoyeron perecieron en uno de los peores sitios de la historia.
Uno de estos días ocurrirá lo mismo. Puesto que las señales que anuncian la aproximación del fin cada día se tornan más evidentes, todos los que comprenden que vivimos en un tiempo peligroso, anunciarán cada vez con mayor urgencia la inminencia del fin del mundo.
Tal como esos policías neoyorquinos percibieron que la catástrofe era inminente a juzgar por el ruido subterráneo y el olor a gas, así también los siervos de Dios que contemplan los acontecimientos portentosos de nuestra época, sabrán que el fin del mundo está por acontecer. Sostenidos por una evidencia abrumadora, declararán con las palabras del Maestro: “Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está el reino de Dios” (S. Lucas 21:31).
Tal es la invitación que os llega en este momento. Debido a que Dios os ama tanto, y porque él sabe cuán cerca está el fin, os ruega que le entreguéis vuestro corazón sin reservas. Por vuestro presente y eterno él quiere que renunciéis a los males que os atraen, y que abandonéis los hábitos perjudiciales que amenazan vuestra vida y vuestra salud. Quiere que os unáis con su pueblo remanente, el pueblo por quién él tanto se preocupa y para quien hace tantos planes.
Quiere que os levantéis y que seáis tenidos por justos y verdaderos, y que seáis testigos valerosos de todo lo que él más estima.
Este pude ser el momento de la decisión para vosotros. No lo dejéis pasar. Poneos del lado de Dios.
Entonces no tendréis necesidad de temer el fin. Podréis decir juntamente con David: “Dios es muestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar” (Salmo 46:1,2).

01/09/2010

EL PELIGRO DE RECHAZAR LA LUZ


"Entonces les abrió el sentido, para que entendiesen las Escrituras". Antes que les hubiese abierto el sentido, los discípulos no habían comprendido el significado espiritual de lo que Cristo les había enseñado. Ahora hace falta que las mentes del pueblo de Dios sean abiertas para comprender las Escrituras. El decir que un pasaje significa justamente tal cosa, y nada más que eso; que no se debe atribuir ningún significado más amplio a las palabras de Cristo del que teníamos en el pasado, es decir algo que no proviene del Espíritu de Dios. Cuanto más andemos a la luz de la verdad, más semejantes a Cristo nos haremos en espíritu, en carácter, y en el carácter de nuestra obra, y la verdad se volverá más clara. A medida que contemplamos la luz creciente de la revelación, se volverá más preciosa de lo que primeramente la estimamos, cuando la oímos o examinamos de forma casual. La verdad, tal cual es en Jesús, es susceptible de expansión constante, de nuevo desarrollo, y lo mismo que su divino Autor, vendrá a hacérsenos más preciosa y bella; revelará constantemente más profundo significado y llevará al alma a anhelar una conformidad más perfecta con su exaltada norma. Una comprensión tal de la verdad elevará la mente y transformará el carácter a su divina perfección.

Todo el sistema de la religión judía consistía en el evangelio de Cristo presentado en tipos y símbolos. Por lo tanto, cuán impropio era para los que vivían bajo la dispensación judía, el rechazar y crucificar a Aquel que era el originador y fundamento de aquello en lo que pretendían creer. ¿Dónde estuvo su equivocación? –Se equivocaron al no creer lo que los profetas habían dicho referente a Cristo, "para que se cumpliese el dicho que dijo el profeta Isaías: ¿Señor, quién ha creído a nuestro dicho? ¿y el brazo del Señor, a quién es revelado? Por esto no podían creer, porque otra vez dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; porque no vean con los ojos, y entiendan de corazón, y se conviertan, y yo los sane".

No es Dios quien tapa los ojos de los hombres, ni quien endurece sus corazones; es la luz que Dios envía a su pueblo, para corregir sus errores, para llevarlos a caminos seguros, pero que rehusan aceptar; eso es lo que ciega sus mentes y endurece sus corazones. Escogen dar la espalda a la luz, andar obstinadamente en los destellos de su propia iluminación, y el Señor declara positivamente que terminarán en el lamento. Cuando un rayo de luz enviado por el Señor no es reconocido, se produce un entorpecimiento parcial de las percepciones espirituales, y se discierne menos claramente la subsiguiente revelación de luz, de modo que las tinieblas van en constante aumento hasta que se hace la noche en el alma. Cristo dijo, "¿cuántas serán las mismas tinieblas?".

El universo entero está estupefacto al comprobar que los hombres no ven ni reconocen los brillantes rayos de luz que están brillando sobre ellos; pero si cierran sus corazones a la luz, y pervierten la verdad hasta interpretarla como tinieblas, llegarán a imaginar que su propio criticismo e incredulidad es luz, y no confesarán su oposición a los caminos y obras de Dios. Siguiendo un curso como ese, hombres que deberían haber permanecido firmes hasta el fin, colocarán su influencia contra el mensaje y el mensajero que Dios envía. Pero en el día del juicio, cuando se haga la pregunta, ‘¿Por qué os interpusisteis a vosotros mismos, vuestro juicio e influencia, entre el pueblo y el mensaje de Dios? Entonces no tendrán nada que responder. Si abren entonces sus labios, será solamente para constatar que ahora ven la verdad tal como Dios la ve. Confesarán que estaban llenos de orgullo, que confiaban en su propio juicio, y que fortalecieron las manos de aquellos que procuraban derribar lo que Dios había ordenado que se erigiera. Dirán, ‘aunque la evidencia de que Dios estaba obrando era firme, no quise reconocerla; ya que no estaba en armonía con lo que yo había enseñado. No era mi hábito el confesar ningún error en mi experiencia en el pasado; era demasiado terco como para caer sobre la Roca y ser quebrantado. Determiné resistir, y no ser convertido a la verdad. No quise aceptar la posibilidad de estar en un curso de acción equivocado, en el más mínimo grado, y mi luz se volvió en tinieblas’. A los tales se aplican las palabras, "¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Bethsaida! Porque si en Tiro y en Sidón fueran hechas las maravillas que han sido hechas en vosotras, en otro tiempo se hubieran arrepentido en saco y en ceniza".

Cuando el profeta miró a través de las edades, y contempló la ingratitud de Israel al serle mostrada en visión su incredulidad, vio también algo que trajo alegría al corazón, y que le dio un sentido vívido de la bondad del Dios de Israel. Dijo, "De las misericordias de Jehová haré memoria, de las alabanzas de Jehová, conforme a todo lo que Jehová nos ha dado, y de la grandeza de su beneficencia hacia la casa de Israel, que les ha hecho según sus misericordias, según la multitud de sus miseraciones. Porque dijo: ciertamente mi pueblo son, hijos que no mienten; y fue su Salvador. En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó: en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días del siglo". Pero por su propio curso de rebelión, la bendición de Dios hacia Israel le fue retirada. Debió cosechar lo que había sembrado al cuestionar y manifestar incredulidad. Dice el relato, "mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su Espíritu Santo; por lo cual se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos". El Señor no quiera que la historia de los hijos de Israel al dar la espalda a Dios, al rehusar andar en la luz, al rehusar confesar sus pecados de incredulidad y rechazo de sus mensajes, resulte ser la experiencia del pueblo que pretende creer la verdad para este tiempo. Ya que, si hacen como hizo el pueblo de Israel ante las advertencias y admoniciones, en estos últimos días les sucederá lo mismo que les aconteció a los hijos de Israel. El apóstol amonesta, "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto, donde me tentaron vuestros padres; me probaron, y vieron mis obras cuarenta años. A causa de lo cual me enemisté con esta generación, y dije: Siempre divagan ellos de corazón, y no han conocido mis caminos. Juré, pues, en mi ira: No entrarán en mi reposo". Viene a continuación la advertencia del apóstol, resonando hasta nuestros días: "Mirad, hermanos, que en ninguno de vosotros haya corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice Hoy; porque ninguno de vosotros se endurezca con engaño de pecado: porque participantes de Cristo somos hechos, con tal que conservemos firme hasta el fin el principio de nuestra confianza".

La exhortación del apóstol se aplica a nosotros, tanto como a los destinatarios de la epístola. "Temamos, pues, que quedando aún la promesa de entrar en su reposo, parezca alguno de vosotros haberse apartado. Porque también a nosotros se nos ha evangelizado como a ellos". Cristo educó al pueblo en los principios del cristianismo, hablando desde la nube y desde la columna de fuego, de día y de noche; pero no obedecieron sus palabras, y el apóstol nos presenta la consecuencia de su desobediencia, señalando que fueron confinados al desierto debido a su rebelión. Dice, "Porque también a nosotros se nos ha evangelizado como a ellos; mas no les aprovechó el oír la palabra a los que la oyeron sin mezclar fe". ¿Prestaremos oído, nosotros que estamos viviendo cerca del final de la historia de este mundo? ¿Oiremos la advertencia del apóstol, "Temamos, pues, que quedando aún la promesa de entrar en su reposo, parezca alguno de vosotros haberse apartado"? El Señor quisiera que su pueblo confiara en él y permaneciera en su amor, pero eso no significa que no tendremos temor o dudas. Algunos parecen pensar que si alguien tiene un saludable temor de los juicios de Dios, eso demuestra que está destituido de la fe. Pero no es así. El debido temor de Dios, al creer sus amenazas, obra frutos apacibles de justicia, haciendo que el alma temblorosa vaya hacia Jesús. Muchos debieran hoy tener un espíritu tal, y volverse al Señor en humilde contrición, ya que el Señor no ha dado tantas conminaciones terribles ni pronunciado juicios tan severos en su palabra, simplemente para que quedasen ahí escritos. No: quiere decir lo que dice. Alguien escribió, "Horror se apoderó de mí, a causa de los impíos que dejan tu ley". Pablo afirma, "Estando pues poseídos del temor del Señor, persuadimos a los hombres".

Debemos presentar el amor de Dios, y cuando se lo presenta en demostración del Espíritu, tiene poder para romper cualquier barrera que separe a Cristo del alma, a condición de que el pecador se someta a su influencia, y se entregue totalmente a Dios; pero se emite una severa reprensión y denuncia contra aquellos que no quieran ser atraídos hacia Cristo, que no se dejen impresionar por el maravilloso despliegue de su amor. La palabra de Dios declara, "el que no creyere, será condenado". "Procuremos pues de entrar en aquel reposo; que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia. Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón". En esas palabras hay algo terrible para los obradores de maldad, y deberían bastar para convencerlos de su autosuficiencia, y hacerles sentir el terror del Señor. Pero la dulce voz de la gracia implora a todo el que quiera oír, diciendo, "He aquí, he dado una puerta abierta delante de ti"; "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo".

Los que tienen fe en los mensajes de Dios lo harán manifiesto en su espíritu, palabras y acciones. No tenemos que pararnos a presentar excusas por la incredulidad; debemos reconocer nuestro error, y ser celosos y arrepentirnos. Dice la Escritura: "Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido".
Cuando el Señor envía luz a su pueblo, significa que éste debe estar atento para oír, y dispuesto para recibir el mensaje. Con gran magnanimidad, espera a que el hombre vuelva en sí. Durante 120 años esperó que la gente del mundo antiguo recibiese la advertencia del diluvio. Quienes rechazaron el mensaje, convirtieron su gran paciencia y benignidad en una ocasión para la burla y la incredulidad. El mensaje y el mensajero vinieron a ser objeto de ridículo. Se criticó y escarneció el celo y fervor de Noé en llamarlos a que se volviesen de su mal camino. Dios no tiene prisa por cumplir sus planes, ya que Él es desde la eternidad hasta la eternidad. Él proporciona luz y abre su verdad más plenamente a aquellos que la recibirán, a fin de que ellos, a su vez, tomen las palabras de advertencia y ánimo, y las den a otros. Si los hombres de reputación e inteligencia rehusan hacer eso, el Señor escogerá otros instrumentos, honrando a aquellos que son considerados como inferiores. Si aquellos que están en posiciones de confianza ponen todo su corazón en la obra, llevarán el mensaje para este tiempo, e impulsarán el avance de la obra; pero Dios honrará a aquellos que le honren.

Hay pastores que pretenden estar enseñando la verdad, cuyos caminos son una ofensa para Dios. Predican, pero no practican los principios de la verdad. Debe ejercerse gran cuidado al ordenar hombres para el ministerio. Debe haber una cuidadosa investigación de su experiencia. ¿Conocen la verdad, y practican sus enseñanzas? ¿Tienen un carácter de buena reputación? ¿Son indulgentes en ligerezas y chistes, en bromas y chanzas? ¿Revelan en la oración el espíritu de Dios? ¿Es santa su conversación, intachable su conducta? Todas esas cuestiones deben hallar respuesta antes de imponer las manos a cualquier hombre que se dedique a la obra del ministerio. Debemos dar oído a las palabras inspiradas, "no impongas de ligero las manos a ninguno". Debemos elevar la norma más de lo que lo hemos hecho hasta ahora, al seleccionar y ordenar a hombres para la sagrada obra de Dios.
Review and Herald, 21 octubre 1890