24/01/2011

LA VENIDA DE HIJO DEL HOMBRE CON PODER Y GLORIA

Es importantísimo prestar mucha atención a la palabra clave “encuentro” (RECIBIR) en 1 Tesalonicenses 4:17, donde Pablo dice: “estaremos arrebatados al encuentro (apantesis) con el Señor” (4:17). Esa expresión se usaba como término técnico para un aspecto importante de cualquier parousia (4:15; venida gloriosa, entrada triunfal). Cuando un emperador o un general victorioso llegaba, por ejemplo a Éfeso, sus partidarios le salían al encuentro para unirse, como escolta o cortejo, a la procesion y entrar con él a la ciudad (Bruce 1977:859). Eso se llamaba “salir al encuentro” (Mt 25:6; Hch 28:15). Es tan inconcebible que la parousia se interrumpiera después del encuentro (apantesis) como que el Emperador llegara al puerto de Efeso pero después del “encuentro” con los que habían salido a unirse con él, abandonara su parousia y llevara a sus adeptos de regreso a Roma en vez de entrar a la ciudad por la avenida de mármol que tenían para su recepción majestuosa.

En su parousia Cristo vendrá a la tierra, no sólo hasta las nubes, en el aire. Su “viaje” es “de una vía”, por decirlo así, pero el nuestro, para nuestra apantesis con él, será “un viaje de ida y vuelta” para venir con él desde la nube a la tierra. La idea de que nosotros iremos con él desde la nube al cielo, como si Cristo hiciera un “viaje de ida y vuelta” (cielo-nube-cielo), no sólo está totalmente ausente del pasaje, sino que queda excluida por el sentido natural de su “venida” y nuestro “encuentro con él” para acompañarle a la tierra.

Con todo, lo enfático y claro es que Cristo volverá a esta tierra. “El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán….” En términos muy parecidos describe 1 Corintios 15 la resurrección de los creyentes en la venida de Cristo (15:23): “en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados”. Cristo volverá personalmente en poder y gloria, y los muertos resucitarán, igual que en 1 Tesalonicenses 4.

3) En Mateo 24 (Mr 13; Lc 21) el contexto es muy distinto a los dos pasajes anteriores. Aquí se trata de la crisis de la ciudad de Jerusalén. Según los tres evangelios sinópticos, los discípulos, viendo el templo y preocupados por las señales de que Jerusalén va a rechazar a su Mesías, preguntan qué va a pasar con aquel grandioso edificio. Parece que ellos, como también Jesús, percibían el kairós escatológico que venía sobre el pueblo y la ciudad (cf. Lc 13:34;19:44; Mt 23:37). Según Marcos y Lucas los discípulos le preguntan a Jesús cuándo sería la destrucción del templo y cuál señal avisaría que la ciudad estaba por ser destruida. Pero en Mateo 24:3 los discípulos preguntan más bien en cuanto a “la señal de tu venida y del fin del siglo”. Las tres versiones del discurso, sin embargo, culminan con la venida del Hijo del hombre “con poder y gran gloria” (Mt 24:29s; Mr 13:24s; Lc 21:25ss).

Es importante observar que en todos los evangelios sinópticos la venida de Cristo ocurre después de la gran tribulación, cuando todas las tribulaciones habidas y por haber ya se habrán realizado (Mt 24:29). Sólo entonces vendrá el Hijo del hombre. Aquí no hay ninguna venida de Cristo ni “rapto” de la iglesia antes del final de la tribulación (ni en otros pasajes del NT tampoco). No está de más señalar también que en este discurso de Jesús no aparece la resurrección por ningún lado, porque no tenía nada que ver con el futuro de la ciudad de Jerusalén. Ningún autor biblico trata de hacer un sistema completo de las profecías predictivas ni darnos una cronología, un dibujito esquemático para ubicar todo en su lugar. Simplemente no se les ocurrió tal manera de pensar.

Mateo y Marcos (Mt 24:15; Mr 13:14) anuncian “la abominación de la desolación” de que habló Daniel (Dn 9:27; 11:31; 12:11). En su contexto original, la frase de Daniel alude al abominable sacrilegio cometido por Antíoco Epífanes cuando sacrificó un cerdo sobre el altar del templo judío (Josefo Ant 12.5.4). Ahora Jesús anuncia otra abominación blasfema, que cometerá el general romano Tito en 70 d.C. al introducir efigies idólatras en el lugar santo. Por una coincidencia histórica, ambos ataques a Jerusalén (de Antíoco y de Tito) duraron aproximadamente tres años y medio, lo cual aclara el uso de esta periodización en el Apocalipsis. Juan de Patmos, sin emplear los mismos términos, vio el mismo sacrilegio blasfemo en el culto al emperador romano (Ap 13:3-6). También de 2 Tesalonicenses 2:4 entendemos que la misma “abominación” caracterizará la actuación del último anticristo al final de los tiempos.

En este pasaje también Cristo viene con gloria y poder, aunque su venida se describe en términos algo distintos a los textos anteriormente analizados. Estos versículos, que no parecen contemplar ningún intervalo entre la caída de Jerusalén y la parusía, comienzan con la descripción de convulsiones cósmicas (Mt 24:28; Mr 13:24 cf. Lc 21:25). Eso responde a la pregunta de los discípulos, como la formula Mateo, por “la señal de tu venida y del fin del siglo” (Mt 24:3). Pero Cristo no les ofrece ninguna “señal” antes de su misma venida, excepto las señales falsas de los seudo mesías (24:24). Los terremotos, guerras y hambrunas que menciona Jesús no anuncian su venida, pues con ellos “aún no es el fin” (24:6,8,14); esos fenómenos no son la “señal” que ofrecía mucha literatura apocalíptica y que pedían los discípulos. Aquí, igual que en Mateo 16:1-4, Cristo se niega a darles ninguna señal que no sea su propia persona y su misma venida.

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