08/10/2010

JESUS DE NAZARET, SEÑOR Y CRISTO


1. En nuestro tiempo, dos mil años después, la pregunta sigue viva: ¿quién es Jesús de Nazaret? ¿Un mito? ¿Un profeta? ¿Un revolucionario? ¿Un hermano para cada hombre? ¿Alguien que actúa en nuestra vida? ¿Aquel sin el cual nada tendría sentido? Nos acercamos a su personalidad, avanzando poco a poco, por aproximaciones sucesivas: desde los datos más externos (incluso contrarios) hasta los aspectos más profundos, que sólo pueden conocerse en una experiencia viva de fe.

2. Comenzamos por los datos más externos. Jesús de Nazaret aparece entre nosotros humildemente, como un hombre cualquiera (Flp 2,7). Nace en Belén (Mt 2,1;Lc 2,4) a comienzos de nuestra era, bajo el mandato del emperador Augusto (del 27 a.C. al 14 d.C.) y del rey Herodes (del 27 al 4 a.C.), pero es en Nazaret, donde se ha criado (Lc 4,16). Bautizado por Juan en el año quince del emperador Tiberio (Lc 3,1.21; hacia el 28 d.C.), comienza su misión, cuando tiene unos treinta años (Lc 3,23). Condenado bajo Poncio Pilato (26-36 d.C.), muere crucificado hacia el año 30.

3. Las fuentes no cristianas hablan de Jesús, cuando los cristianos ya son muchos. El historiador romano Tácito (a principios del siglo II) lo hace al tratar de la primera persecución de los cristianos en tiempo de Nerón (el año 64 d.C.): "Este nombre viene de Cristo, que el procurador Poncio Pilato había condenado a muerte, bajo el reinado de Tiberio. Esta odiosa superstición, reprimida durante algún tiempo, se extendió de nuevo, no sólo en Judea, donde el mal había nacido, sino también en Roma adonde confluye todo lo detestable y deshonroso que el mundo produce y donde ella ha encontrado numerosos adeptos" (Anales 15,44).

4. Otras fuentes no cristianas: Una carta del gobernador de Asia Menor, Plinio el Joven, al emperador Trajano (año 110 d.C.), dice, entre otras cosas, que los cristianos se reúnen con fecha fija en una comida ordinaria y que, aparte de negarse a dar culto al emperador, "cantan un himno en honor de Cristo, como si fuera Dios" (Cartas 10,96; ver también Suetonio, Vida de Claudio 25,4). Hacia el año 90, el historiador judío Flavio Josefo habla de la lapidación, el año 62, de Santiago, el "hermano de Jesús, llamado el Cristo" (Antigüedades judías XX,9,1; ver Hch 12,2.17). En el Talmud judío se puede leer: "Jesús de Nazaret fue colgado de una cruz, porque practicaba la magia y sacaba del buen camino al pueblo".

5. Los adversarios acusan a Jesús de hablar como profeta, pero sin vivir como profeta. Comparan su manera de vivir con la de Juan: Juan y sus discípulos ayunan, Jesús come y bebe (Mt 11,16-19). Además, le consideran peligroso: trastorna el orden establecido, rompe las reglas del juego religioso y social. Le acusan de quebrantar el sábado, de hacerse a sí mismo igual a Dios (Jn 5,18), de estar endemoniado (8,48;Lc 11,15). Por supuesto, Jesús no enseña la vieja teología saducea. Los saduceos son partidarios del pacto con el imperio, piensan que Dios abandona al mundo a su destino, dicen que la resurrección es una novedad sin fundamento.

6. La gente que le sigue percibe en Jesús un profeta (Mt 16,14). Es por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec (Sal 110,4; Hb 5,6), pero no es sacerdote levítico. En el contexto social y religioso de su tiempo Jesús aparece cual profeta laico, vestido normal (ver Jn 19,23). Sospechoso para la clase sacerdotal, inicia un movimiento cuyos seguidores son gentes sencillas. Enseña la Palabra y forma comunidad (Mc 2,3; Lc 8,21). Su modo de enseñar es profano, popular, directo. Anuncia al pueblo la acción de Dios en la historia (Mt 3,2), proclama las señales que liberan (Mt 11,5).

7. Jesús es un hombre libre. Se debe a su propia misión por encima del pan (Lc 4,4), por encima del tener (9,58), por encima del poder (13,31-33), por encima de la familia (8,19), incluso renunciando a una vida conyugal (Mt 19,12). Esta libertad es insólita. Los discípulos que le siguen presienten en él una personalidad excepcional. Perciben, más o menos conscientemente, que esa personalidad no tiene fundamento en sí misma, sino en otra parte. Así, por ejemplo, se pregunta la samaritana: ¿No será el Cristo? (Jn 4,29).

8. El título hebreo de Mesías (en griego, Cristo, que significa Ungido) alude al rey tanto tiempo esperado, que reemplazaría el dominio extranjero por la soberanía de Dios. Era un título peligroso, pues estaba asociado con expectativas políticas nacionalistas. Aunque al menos uno de sus discípulos, Simón el Zelota (Lc 6,16), lo hubiera sido, en ningún lugar aparece Jesús como partidario de la revolución violenta. En el proceso que se le hace, Jesús precisa su posición: Mi reino no es de este mundo (Jn 18,36). A pesar de todo, se le condena por subversivo, como dice el letrero de la cruz: rey de los judíos (19,19).

9. En el fondo, la causa de Jesús es de tipo religioso, pero tiene sus consecuencias sociales y políticas. Jesús se enfrenta al sistema religioso, político y social, simbolizado en el templo (Mc 11,17; Jn 2,13-22). Todo está dominado por las mismas personas: una jerarquía sacerdotal, que recibe su ministerio por herencia, que no goza de la simpatía popular y que -en dependencia del poder romano de ocupación- ejerce su poder junto con otros grupos influyentes: los fariseos, los saduceos, los ricos. Las imprecaciones que lanzó contra ellos manifiestan una gran indignación (Lc 11,39-54; 6,24). Jesús condena su actitud presuntuosa (Lc 18,9-14) y su papel social y religioso (Mt 23). Y opta por los pequeños y los pobres (Lc 4,18), por la muchedumbre sometida por los poderosos (Mt 9,36).

10. Jesús se define a sí mismo con un título misterioso: el hijo del hombre. En los evangelios aparece siempre en boca de Jesús (Mc 10,33; Jn 9,35). Procede de la profecía de Daniel. A un pueblo creyente, perseguido a muerte por poderes bestiales, se le anuncia una esperanza: como un hijo de hombre que viene sobre las nubes del cielo, a quien se le da un reino que no será destruido jamás (Dn 7,13-14). En el sueño de Daniel, realidades humanas (políticas) aparecen como bestias salvajes y realidades divinas aparecen como personas humanas (Dios, el Hijo del hombre). Jesús es el Hijo del hombre, crucificado por poderes bestiales y constituido Señor de la historia, lo mismo que Dios. En impresionante desafío, le dijo Jesús a Caifás: A partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y venir sobre las nubes del cielo (Mt 26,64).

11. Además, Jesús se define a sí mismo como el hijo de Dios. En la Biblia, este título se usa frecuentemente para expresar una relación especial del hombre con Dios: así el justo es hijo de Dios (Sb 2,18); también lo son los que reciben la Palabra (Jn 1,12-13) y los que resucitan (Lc 20,36). Sin embargo en Jesús ese título recibe una significación única: es el hijo (Mc 13,32;Mt 11,27;21,37), igual al padre: Yo y el padre somos uno (Jn 10,30;ver 5,16-18). El término de Hijo expresa que la relación de Jesús con Dios es la máxima posible. Enseñando en el templo, Jesús plantea la cuestión de su propia identidad, identidad que rompe los esquemas mentales del judaísmo: ¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es el hijo de David? David mismo dijo, movido por el espíritu santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha...El mismo David le llama Señor: ¿cómo entonces puede ser hijo suyo? (Mc 12,35-37;ver Sal 110).

12. La Iglesia naciente considera como lo esencial de su fe la confesión de Cristo. Lo proclama Pedro el día de Pentecostés: Dios le ha constituido Señor y Cristo (Hch 2,36). Y también: Bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre en el que podamos salvarnos. Lo canta Pablo: Dios lo levantó sobre todo y le dio el nombre-sobre-todo-nombre (Flp 2,9). El es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, todo tiene en él su consistencia, es el primogénito de entre los muertos (Col 1,15-20;ver Lc 20,36).

13. Jesús es el Señor, lo mismo que Dios, y tiene con el Padre una relación de origen: es el hijo de Dios. Por inspiración divina, lo anticipó Pedro en la confesión de Cesarea (Mt 16,16;ver Mc 1,11). Lo es desde siempre. Todo el Evangelio se ordena a esto: que creáis que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios (Jn 20,31). El es la Palabra que acampa entre nosotros (1,14). La confesión de fe se expresa en fórmulas breves: Jesús es el Señor (1 Co 12,3), Jesús es el Cristo (1 Jn 2,22), Jesús es el hijo de Dios (Hch 8,37; 1 Jn 4,15; Hb 4,14). El símbolo del pez es también una breve confesión de fe: la palabra griega ICHTHYS (pez) corresponde a las iniciales de esta confesión de fe: Iesoûs, Christòs, Theoû Yiòs, Sotér (Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador). Pero, no lo olvidemos, nadie conoce bien al hijo sino el padre (Mt 11,27). Necesitamos que nos lo diga el mismo Dios, una experiencia viva de fe.

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