27/10/2010

VI. LA DOCTRINA DE LOS ACONTECIMIENTOS FINALES

23. El matrimonio y la familia.
El matrimonio fue establecido por Dios en el Edén y confirmado por Jesús, para que fuera una unión por toda la vida entre un hombre y una mujer en amante compañerismo. Para el cristiano el matrimonio es un compromiso a la vez con Dios y con su cónyuge, y este paso debieran darlo sólo personas que participan de la misma fe. El amor mutuo, el honor, el respeto y la responsabilidad, son la trama y la urdimbre de esta relación, que debiera reflejar el amor, la santidad, la intimidad y la perdurabilidad de la relación que existen entre Cristo y su iglesia. Con respecto al divorcio, Jesús enseñó que la persona que se divorcia, a menos que sea por causa de fornicación y se casa con otra, comete adulterio. Aunque algunas relaciones familiares estén lejos de ser ideales, los socios en la relación matrimonial que se consagran plenamente el uno al otro en Cristo pueden lograr una amorosa unidad gracias a la dirección del Espíritu y al amante cuidado de la Iglesia. Dios bendice la familia y es su propósito que sus miembros se ayuden mutuamente hasta alcanzar la plena madurez. Los padres deben criar a sus hijos para que amen y obedezcan al Señor. Mediante el precepto y el ejemplo debieran enseñarles que Cristo disciplina amorosamente, que siempre es tierno y que se preocupa por sus criaturas, y que quiere que lleguen a ser miembros de su cuerpo, la familia de Dios. Una creciente intimidad familiar es uno de los rasgos característicos del último mensaje evangélico. (Génesis 2:18-25; Mateo 19:3-9; Juan 2:1-11; 2 Corintios 6:14; Efesios 5:21-33; Mateo 5:31-32; Marcos 10:11-12; Lucas 16:18; 1 Corintios 7:10-11; Éxodo 20:12; Efesios 6:1-4; Deuteronomio 6:5-9; Proverbios 22:6; Malaquías 4:5, 6)
24. El ministerio de Cristo en el santuario celestial.
Hay un santuario en el cielo, el verdadero tabernáculo que el Señor erigió y no el hombre. En él Cristo ministra en nuestro favor, para poner a disposición de los creyentes los beneficios de su sacrificio expiatorio ofrecido una vez y para siempre en la cruz. Llegó a ser nuestro gran Sumo Sacerdote y comenzó su ministerio intercesor en ocasión de su ascensión. En 1844, al concluir el período profético de los 2.300 días, entró en la segunda y última fase de su ministerio expiatorio. Esta obra es un juicio investigador que forma parte de la eliminación definitiva del pecado, tipificada por la purificación del antiguo santuario hebreo en el día de la expiación. En el servicio simbólico el santuario se purificaba mediante la sangre de los sacrificios de animales, pero las cosas celestiales se purificaban mediante el perfecto sacrificio de la sangre de Jesús. El juicio investigador pone de manifiesto frente a las inteligencias celestiales quiénes de entre los muertos duermen en Cristo y por lo tanto se los considerará dignos, en él, de participar de la primera resurrección. También aclara quiénes entre los vivientes están morando en Cristo, guardando los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, y en éI, por lo tanto estarán listos para ser trasladados a su reino eterno. Este juicio vindica la justicia de Dios al salvar a los que creen en Jesús. Declara que los que permanecieron leales a Dios recibirán el reino. La conclusión de este ministerio de Cristo señalará el fin del tiempo de prueba otorgado a los seres humanos antes de su segunda venida
(Hebreos 8:1-5; 4:1416; 9:11-28; 10:19-22; 1:3; 2:16, 17; Daniel 7:9-27; 8:13-14; 9:24-27; Números 14:34; Ezequiel 4:6; Levíticos 16; Apocalipsis 14:6-7; 20:12: 14:12; 22:12)
25. La segunda venida de Cristo.
La segunda venida de Cristo es la bienaventurada esperanza de la iglesia, la gran culminación del evangelio. La venida del Salvador será literal, personal, visible y de alcance mundial. Cuando regrese, los justos muertos resucitarán y junto con los justos vivos serán glorificados y llevados al cielo, pero los impíos morirán. El hecho de que la mayor parte de las profecías esté alcanzando su pleno cumplimiento, unido a las actuales condiciones del mundo, nos indica que la venida de Cristo es inminente. El momento cuando ocurrirá este acontecimiento no ha sido revelado, y por lo tanto se nos exhorta a estar preparados en todo tiempo
(Tito 2:13; Hebreos 9:28; Juan 14:1-3; Hechos 1:9-11; Mateo 24:14; Apocalipsis 1:7; Mateo 24:43-44; 1 Tesalonicenses 4:13-18; 1 Corintios 15:51-54; 2 Tesalonicenses 1:7-10; 2:8; Apocalipsis 14:14-20; 19:11-21; Mateo 24; Marcos 13; Lucas 21; 2 Timoteo 3:1-5; 1 Tesalonicenses 5:1-6)
26. La muerte y la resurrección.
La paga del pecado es muerte. Pero Dios, el único que es inmortal, otorgará vida eterna a sus redimidos. Hasta ese día, la muerte constituye un estado de inconsciencia para todos los que hayan fallecido. Cuando Cristo, que es nuestra vida, aparezca, los justos resucitados y los justos vivos serán glorificados y todos juntos serán arrebatados para salir al encuentro de su Señor. La segunda resurrección, la resurrección de los impíos, ocurrirá mil años después. (Romanos 6:23; 1 Timoteo 6:15-16; Eclesiastés 9:5-6; Salmos 146:3-4; Juan 11:11-14; Colosenses 3:4; 1 Corintios 15:51-54; 1 Tesalonicenses 4:13-17; Juan 5:28-29; Apocalipsis 20:1-10)
27. El milenio y el fin del pecado.
El milenio es el reino de mil años de Cristo con sus santos en el cielo que se extiende entre la primera y la segunda resurrección. Durante ese tiempo serán juzgados los impíos; la tierra estará completamente desolada, sin habitantes humanos, pero sí ocupada por Satanás y sus ángeles. Al terminar ese período Cristo y sus santos, junto con la Santa Ciudad, descenderán del cielo a la tierra. Los impíos muertos resucitarán entonces, y junto con Satanás y sus ángeles rodearán la ciudad; pero el fuego de Dios los consumirá y purificará la tierra. De ese modo el universo será librado del pecado y de los pecadores para siempre (Apocalipsis 20; 1 Corintios 6:2-3; Jeremías 4:23-26; Apocalipsis 21:1-5; Malaquías 4:1; Ezequiel 28:18-19)
28. La tierra nueva.
En la tierra nueva, donde morarán los justos, Dios proporcionará un hogar eterno para los redimidos y un ambiente perfecto para la vida, el amor y el gozo sin fin, y para aprender junto a su presencia. Porque allí Dios mismo morará con su pueblo, y el sufrimiento y la muerte terminarán para siempre. El gran conflicto habrá terminado y el pecado no existirá más. Todas las cosas, animadas e inanimadas, declararán que Dios es amor, y él reinará para siempre jamás. Amén (2 Pedro 3:13; Isaías 35; 65:17-25; Mateo 5:5; Apocalipsis 21:1-7; 22:1-5; 11:15

Sem comentários:

Enviar um comentário