Dios hizo al hombre un poco menor que a los ángeles, pero el hombre cayó mucho más bajo por su pecado. Queda totalmente separado de Dios; pero ha de ser elevado de nuevo.
Jesucristo vino para realizar esa obra, y a fin de ello, vino, no allí donde estaba el hombre antes de su caída, sino donde estaba después de haber caído. Tal es la lección contenida en la escalera de Jacob. Ésta descansaba sobre el terreno en donde estaba Jacob, pero su extremo superior alcanzaba hasta el cielo. Cuando Cristo viene a rescatar al hombre del pozo en el que está, no se acerca a la entrada del pozo para mirar y decirle: ‘Sube hasta aquí, y yo te ayudaré’. Si el hombre pudiera por sí mismo retornar hasta el punto en el que cayó, sería igualmente capaz de lograr el resto. Si pudiera dar un solo paso por sí mismo, podría recorrer todo el camino; pero debido a que el hombre está rematadamente arruinado, débil, herido y destrozado, de hecho absolutamente desvalido, Jesucristo viene allí donde él se encuentra, y se une con él. Toma su carne y se hace un hermano suyo. Jesucristo es nuestro hermano en la carne; nació en la familia.
"Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único". Sólo tenía un Hijo, y lo entregó. Y ¿a quién lo entregó? "Un niño nos es nacido".
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