"Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Tim. 2:5). Hay ahora un hombre en el cielo: Jesucristo hombre, que lleva nuestra naturaleza humana; pero no se trata más de carne de pecado; está glorificada. Habiendo venido aquí y habiendo vivido en carne de pecado, murió; y en lo que murió, al pecado murió; y en lo que vive, vive para Dios (Rom. 6:10). Al morir, se deshizo de la carne de pecado, y resucitó glorificado. Jesucristo vino aquí como nuestro representante. Recorrió el camino que lleva nuevamente al cielo, estando en la familia. Murió al pecado y resucitó glorificado. Vivió como el Hijo del hombre, creció como el Hijo del hombre, ascendió como el Hijo del hombre. Y hoy Jesucristo, nuestro propio hermano –Jesucristo hombre–, está en el cielo, viviendo para interceder por nosotros.
Ha pasado por cada una de nuestras experiencias. ¿Ignora acaso lo que significa la cruz? Fue al cielo por el camino de la cruz, y nos dice: "Ven".
Eso hizo Cristo, al ser hecho carne. Nuestras mentes quedan estupefactas. ¿Qué lenguaje humano puede expresar la obra efectuada a favor nuestro, cuando "el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros"? ¿Cómo podremos expresar lo que Dios nos ha dado? Al darnos a su Hijo, dio el don más precioso del cielo, y lo dio para no volverlo a tomar. Por toda la eternidad el Hijo del hombre llevará en su cuerpo las marcas que hizo el pecado; será por siempre Jesucristo, nuestro Salvador, nuestro Hermano mayor. Eso es lo que Dios ha hecho por nosotros al darnos a su Hijo.
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