22/05/2010

COMO HALLAR FE EN CRISTO

APRENDIENDO DE NUESTRA HISTORIA

"Los judíos en el tiempo de Cristo…
No podían ser los nuevos odres en los cuales él pudiera derramar su vino nuevo. Cristo estuvo obligado a buscar odres para su doctrina de verdad y vida entre otras personas que no eran los escribas y fariseos. Tuvo que buscar hombres que estuvieran dispuestos a recibir la regeneración del corazón…
La iglesia remanente está llamada a atravesar una experiencia similar a aquélla de los judíos."
(Mensajes Selectos, vol. I, p. 452, 453, 454).

"Las vicisitudes de los hijos de Israel y su actitud justamente antes de la primera venida de Cristo me han sido presentadas vez tras vez para ilustrar la posición del pueblo de Dios en su experiencia antes de la segunda venida de Cristo."
(Id., 475).

"En su gran misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y Jones. Este mensaje tenía que presentar en forma más destacada ante el mundo al sublime Salvador, el sacrificio por los pecados del mundo entero. Presentaba la justificación por la fe en el Garante; invitaba a la gente a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos de Dios…
Es el mensaje del tercer ángel, que ha de ser proclamado en alta voz y acompañado por el abundante derramamiento de su Espíritu."
(Testimonios para los Ministros, p. 91, 92).

"Cuando Cristo vino a los judíos con todo el poder de su majestad, manifestando toda su gracia en prodigiosas curaciones y en el poderoso derramamiento de su Espíritu, no estarían dispuestos a reconocerlo. ¿Por qué? Porque reinaban allí los mismos prejuicios que habían morado en sus corazones, y los más poderosos milagros que hiciera no tendrían efecto alguno en sus corazones.
Si nos situamos en una posición en la que no vamos a reconocer la luz que Dios envía, o su mensaje para nosotros, estamos en peligro de pecar contra el Espíritu Santo. ¡Cómo podemos ir en procura de encontrar alguna pequeña cosa que se haya hecho, que nos permita colgar allí alguna de nuestras dudas, y empezar a cuestionar! El asunto es, ¿ha enviado Dios la verdad? ¿ha suscitado Dios a esos hombres para proclamar la verdad? Digo: –Sí. Dios ha enviado a hombres para proporcionarnos la verdad que no habríamos tenido si Dios no hubiese enviado alguien para que nos la trajese. Dios me ha permitido tener una luz en cuanto a lo que es su Espíritu Santo, por lo tanto, lo acepto, y no me atreveré más a levantar mi mano contra esas personas, puesto que sería contra Jesucristo mismo, quien debe ser reconocido en sus mensajeros.
Os pido ahora que seáis cuidadosos en cuanto a la posición que tomáis cada uno de vosotros, si os rodeáis de nubes de incredulidad debido a que veis imperfecciones; veis una palabra o un pequeño asunto, quizá, que puede ocurrir, y los juzgáis de acuerdo con ello. Debéis ver lo que Dios está haciendo con ellos. Ver si Dios está obrando con ellos, y entonces tenéis que reconocer el Espíritu de Dios que se revela en ellos. Si elegís resistirlo, estaréis actuando exactamente como lo hicieron los judíos."
(Manuscrito 2, 1890; The E.G.W. 1888 Materials, vol. II, p. 608, 609)

"Si mediante la gracia de Cristo su pueblo se transforma en recipientes nuevos, él los llenará con vino nuevo. Dios concederá luz adicional y se recuperarán verdades antiguas, que serán repuestas en el armazón de la verdad, y dondequiera vayan los obreros, triunfarán. Como embajadores de Cristo, han de escudriñar las Escrituras para investigar las verdades que se hallan ocultas bajo los escombros del error. Y han de comunicar a otros cada rayo de luz que reciban. Habrá un solo interés prevaleciente, un solo propósito que absorberá todos los demás: Cristo, justicia nuestra"
(Hijos e hijas de Dios, p. 261)

Y estas cosas les acontecieron en figura, y son escritas para nuestra admonición, en quienes los fines de los siglos han parado.

(1 Cor. 10:11)

RENUEVAME

18/05/2010

LIBERACIÓN

"Vivid según el Espíritu, y no satisfaréis los deseos malos de la carne" (Gál. 5:16).
¡Qué magnífica promesa! Magnífica en verdad, para todo aquel que cree.
Piensa en los deseos malos de la carne. ¡Cuán extendidos están, y cuán severos son sus clamores! ¡Cuán opresivo es su dominio! ¡Cuán miserable la esclavitud que imponen al hombre!

Todo el mundo los ha experimentado –deseando hacer el bien que quiere, para hacer solamente el mal que aborrece; teniendo la voluntad de hacer lo mejor, pero sin encontrar la manera de lograrlo; deleitándose en la ley de Dios según el hombre interior, pero encontrando otra ley en sus miembros que está en pugna contra la ley de su mente, y que lo lleva en cautividad a la ley del pecado que rige en sus miembros; llevándole a clamar por fin, "¡Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?" (Rom. 7:14-24).

Gracias a Dios, hay liberación. Se encuentra en Cristo Jesús y en el Espíritu divino (Rom. 7:25; 8:1 y 2). Y siendo que en Cristo Jesús, la ley del Espíritu de vida os ha hecho libres de la ley del pecado y muerte, "vivid según el Espíritu, y no satisfaréis los deseos malos de la carne". No es solamente que haya liberación de la esclavitud a la corrupción: la gloriosa libertad de los hijos de Dios está igualmente a disposición de todo aquel que recibe al Espíritu, y vive según Él.

"Vivid según el Espíritu, y no satisfaréis los deseos malos de la carne".

Obsérvese la lista de las obras de la carne: "adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, explosiones de ira, contiendas, divisiones, sectarismos, envidias, homicidios, borracheras, orgías y cosas semejantes". No llevaréis a cabo ninguna de esas cosas; tenéis la victoria sobre todas ellas cuando vivís según el Espíritu. Así lo afirma la fiel palabra de Dios.

¿No es ese un estado deseable? ¿Acaso podemos imaginar algo mejor? Y teniendo en cuenta que se obtiene pidiéndolo y tomándolo, ¿no valdrá la pena pedirlo y tomarlo?
Acepta la liberación que Cristo ha traído para ti. Manténte, y manténte firme en la libertad en la que Cristo nos ha hecho libres.

"Pedid, y se os dará". "Porque cualquiera que pide, recibe" . "Tomad el Espíritu Santo". "Sed llenos del Espíritu". Sí, "andad en Él", el "Espíritu Santo de Dios, con el cual estáis sellados para el día de la redención".
Review and Herald, 14 marzo 1899

10/05/2010

VIDA ABUNDANTE

En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz en las tinieblas resplandece; mas las tinieblas no la comprendieron" (Juan 1:4,5). Una traducción más correcta es: "mas las tinieblas no pudieron apagarla", que provee gran ánimo al creyente. Veamos en qué consiste.

CRISTO es la luz del mundo. Ver Juan 8:12. Pero esa luz es su vida, tal como indica el texto introductorio. Nos dice: "Yo soy la luz del mundo: el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida". El mundo entero estaba sumido en las tinieblas del pecado. Tal oscuridad era consecuencia de una falta del conocimiento de DIOS; como dijo el apóstol Pablo de aquellos otros gentiles, que "teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de DIOS por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón" (Efe. 4:18).

Satán, el gobernante de las tinieblas de este mundo, había hecho todo lo posible para engañar al hombre en cuanto al verdadero carácter de DIOS. Había hecho creer al mundo que DIOS era como el hombre: cruel, vengador, dado a la pasión. Hasta los judíos, el pueblo que DIOS había elegido para ser el portavoz de su luz al mundo, se habían apartado de DIOS, y si bien profesaban estar separados de los paganos, se vieron envueltos en las tinieblas del paganismo. Entonces vino Cristo, y "el pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los sentados en región y sombra de muerte, luz les esclareció" (Mat. 4:16). Su nombre fue EMMANUEL, Dios con nosotros. "DIOS estaba en CRISTO". DIOS desmintió las falsedades de Satanás, no mediante argumentos dialécticos, sino simplemente viviendo su vida entre los hombres, de manera que todos pudieran verla.

La vida que CRISTO vivió no tuvo ni una mancha de pecado. Satanás ejerció sus artes poderosas, sin embargo no pudo afectar a esa vida impecable. Su luz brilló siempre con fulgor perenne. Debido a que Satanás no pudo manchar su vida con la más leve sombra de pecado, no pudo arrebatarlo con su poder, el del sepulcro. Nadie pudo tomar la vida de CRISTO de sí; Él la ofreció voluntariamente. Y por la misma razón, tras haberla depuesto, Satanás no pudo evitar que Él la tomase de nuevo. Jesús dijo: "Yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, mas yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi PADRE" (Juan 10:17,18). Al mismo efecto van dirigidas las palabras del apóstol Pedro, relativas a CRISTO: "Al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible ser detenido de ella" (Hech. 2:24). Quedó así demostrado el derecho del SEÑOR JESUCRISTO a ser hecho sumo sacerdote "según la virtud de vida indisoluble" (Heb. 7:16).

Esa vida infinita, inmaculada, CRISTO la da a todo el que cree en Él. "Como le has dado la potestad de toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Esta empero es la vida eterna: que te conozcan el solo DIOS verdadero, y a JESUCRISTO, al cual has enviado" (Juan 17:2,3). CRISTO mora en los corazones de todos aquellos que creen en Él. "Con CRISTO estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive CRISTO en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del HIJO de DIOS, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí" (Gál. 2:20). Ver también Efesios 3:16,17.

CRISTO –la luz del mundo– al morar en los corazones de sus seguidores, los constituye en la luz del mundo. Su luz no proviene de ellos mismos, sino de CRISTO que mora en ellos. Su vida no viene de ellos mismos; sino que es la vida de CRISTO manifestada en su carne mortal. Ver 2ª de Corintios 4:11. En eso consiste vivir una "vida cristiana".

Esta luz viviente que viene de DIOS, fluye en un caudal ininterrumpido. El salmista exclama: "Porque contigo está el manantial de la vida: en tu luz veremos la luz" (Sal. 36:9). "Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de DIOS y del CORDERO" (Apoc. 22:1). "Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye diga: Ven. Y el que tiene sed, venga: y el que quiere, tome del agua de la vida de balde" (Apoc. 22:17).

"Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no comiereis la carne del HIJO del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero" (Juan 6:53,54). Esa vida de CRISTO la comemos y bebemos al sentarnos a la mesa de su PALABRA, ya que añade, "El Espíritu es el que da vida; la carne nada aprovecha: las palabras que yo os he hablado, son espíritu, y son vida" (vers. 63). CRISTO mora en su Palabra inspirada, y a través de ella obtenemos su vida. Esa vida es dada gratuitamente a todo aquel que la recibe, como acabamos de leer; y leemos que Jesús se puso en pie y clamó, diciendo: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" (Juan 7:37).

Esa vida es la luz del cristiano, y es lo que le hace ser una luz para otros. Es su vida; y la bendita seguridad para él, de que no importa a través de cuán densas tinieblas tenga que pasar, no tendrán poder para apagar esa luz. La luz de la vida es suya, por tanto tiempo como ejerza la fe, y las tinieblas no pueden afectarle. Por lo tanto, que todo aquel que profesa el nombre del SEÑOR cobre ánimo, diciendo: "Tú, enemiga mía, no te huelgues de mí, porque aunque caí, he de levantarme; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz" (Miq. 7:8).
Bible Echo, 15 octubre 1892

TAMBIÉN POR NOSOTROS

El cuarto capítulo de Romanos es uno de los de mayor riqueza en la Biblia, por la esperanza y ánimo que contiene para el cristiano. En Abraham, tenemos un ejemplo de la justicia por la fe, y queda expuesta ante nosotros la maravillosa herencia prometida a todos los que tienen la fe de Abraham. Y esa promesa no está restringida. La bendición de Abraham viene tanto a los gentiles como a los judíos; nadie hay tan pobre que no pueda compartirla, ya que "es por la fe, para que sea por gracia; para que la promesa sea firme a toda simiente".

La última cláusula del versículo diecisiete merece especial atención. Contiene el secreto de la posibilidad de nuestro éxito en la vida cristiana. Dice que Abraham creyó a Dios "el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como las que son". Eso denota el poder de Dios; implica poder creador. Dios puede llamar algo que no existe como si existiese. Si eso lo hiciese un hombre, ¿cómo lo calificaríamos? Como una mentira. Si un hombre dice que una cosa existe, siendo que no es así, a eso lo conocemos como mentira. Pero Dios no puede mentir. Por lo tanto, cuando Dios llama las cosas que no son como si fueran, es evidente que con ello las hace ser. Es decir, su palabra las hace venir a la existencia. Hay un conocido y antiguo dicho infantil: "si mamá lo dice, es así, aunque no lo fuese". Tal sucede con Dios. En el tiempo referido como "en el principio" –sin más escenario que el desolador vacío de la nada–, Dios habló, e instantáneamente surgieron a la existencia los mundos. "Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el espíritu de su boca… Porque Él dijo, y fue hecho; mandó, y existió" (Sal. 33:6-9). Ese es el poder al que alude Romanos 4:17. Leámoslo y apreciemos la fuerza del lenguaje en relación con lo expresado. Hablando todavía de Abraham, dice el apóstol:

"Él creyó en esperanza contra esperanza, para venir a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que le había sido dicho: Así será tu simiente. Y no se enflaqueció en la fe, ni consideró su cuerpo ya muerto (siendo ya de casi cien años), ni la matriz muerta de Sara; Tampoco en la promesa de Dios dudó con desconfianza, antes fue esforzado en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que todo lo que había prometido, era también poderoso para hacerlo. Por lo cual también le fue atribuido a justicia" (Rom. 4:18-22).

Aprendemos aquí que la fe de Abraham en Dios, como Aquel que era capaz de traer las cosas a la existencia por su palabra, fue ejercida en relación con su capacidad para crear justicia en una persona destituida de ella. Los que ven la prueba de la fe de Abraham como refiriéndose simplemente al nacimiento de Isaac, pierden la enseñanza central y la belleza del pasaje sagrado. Isaac no era más que aquel a través del cual le sería llamada simiente, y esa simiente es Cristo. Véase Gál. 3:16. Cuando Dios dijo a Abraham que en su simiente serían benditas todas las naciones de la tierra, en realidad le estaba predicando el evangelio (Gál. 3:8); por lo tanto, la fe de Abraham en la promesa de Dios era realmente fe en Cristo como el Salvador de los pecadores. Tal era la fe que le fue contada por justicia.

Obsérvese ahora la fuerza de esa fe. Su propio cuerpo estaba ya virtualmente muerto a causa de la edad, y el de Sara no estaba en mejor condición. El nacimiento de Isaac de una pareja tal, no significaba menos que producir vida a partir de los muertos. Fue un símbolo del poder de Dios para traer a la vida espiritual a quienes estaban muertos en transgresiones y pecados. Abraham esperó contra toda esperanza. Humanamente hablando, no había posibilidad alguna de que la promesa se cumpliese; todo iba en contra, pero su fe se aferró y reposó en la inmutable palabra de Dios, y en su poder para crear y dar la vida. "Por lo cual también le fue atribuido a justicia". Y en suma:

"No solamente por él fue escrito que le haya sido imputado; sino también por nosotros, a quienes será imputado, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación" (Rom. 4:23-25).

Así pues, la fe de Abraham fue lo que debe ser la nuestra, y con similar objeto. El hecho de que sea por la fe en la muerte y resurrección de Cristo, que se nos imputa la misma justicia que se le imputó a Abraham, muestra que la fe de Abraham lo fue igualmente en la muerte y resurrección de Cristo. Todas las promesas de Dios a Abraham lo eran para nosotros, tanto como para él. En un lugar se nos dice que eran especialmente para nuestro provecho. "Porque prometiendo Dios a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo". "Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo, los que nos acogemos a trabarnos de la esperanza propuesta" (Heb. 6:13,17,18). Nuestra esperanza descansa, por lo tanto, en la promesa y juramento hechos a Abraham, ya que tal promesa, confirmada por un juramento, contiene todas las bendiciones que Dios puede otorgar al hombre.

Pero antes de pasar a otro punto, vamos a hacer lo anterior un poco más personal. Alma vacilante, no digas que tus pecados son tantos, y tú tan débil, que no hay para ti esperanza. Cristo vino para salvar a los perdidos, y es poderoso para salvar hasta lo sumo a los que por Él se allegan a Dios. Eres débil, pero te dice, "mi potencia en la flaqueza se perfecciona" (2 Cor. 12:9). Y el registro inspirado nos habla de aquellos que "sacaron fuerza de la debilidad" (Heb. 11:34). Significa que Dios tomó la debilidad misma de ellos, y la transformó en fortaleza. Demuestra de ese modo su poder. Es su forma de obrar. "Antes lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo flaco del mundo escogió Dios, para avergonzar lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es: Para que ninguna carne se jacte en su presencia" (1 Cor. 1:27-29).

Ten la fe sencilla de Abraham. ¿De qué manera obtuvo la justicia? No considerando lo mortecino o falto de fuerza que estaba su cuerpo, sino estando dispuesto a dar a Dios toda la gloria. Siendo esforzado en la fe de que Él sería capaz de hacer todas las cosas a partir de lo que no era. Tú, por lo tanto, no consideres la debilidad de tu cuerpo, sino la gracia y el poder de nuestro Señor, teniendo la seguridad de que la misma palabra capaz de crear el universo, y de resucitar los muertos, puede crear en ti un corazón limpio, y vivificarte en Dios. Serás así hijo de Abraham. Hijo de Dios por la fe en Cristo Jesús.
Signs of the times, 13 octubre 1890

MENSAJE DE JESUS

09/05/2010

GRACIA SIN MEDIDA Y SIN PRECIO

"Empero a cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo" (Efe. 4:7). La medida del don de Cristo es "toda la plenitud de la divinidad corporalmente". Eso es cierto, tanto si se considera desde el punto de vista del don que Dios hizo al dar a Cristo, como de la medida del don de Cristo, al darse a sí mismo. El don de Dios fue su Hijo unigénito, y "en Él habitaba toda la plenitud de la divinidad corporalmente". Por lo tanto, puesto que la medida del don de Cristo es la medida de la plenitud de la divinidad corporalmente, y dado que esa es la medida de la gracia que nos es dada a cada uno de nosotros, se deduce que a cada uno se nos da gracia sin medida, gracia ilimitada.

Desde el punto de vista de la medida del don por el que Cristo se nos da a nosotros, sucede lo mismo; "Se dio a sí mismo por nosotros", se dio por nuestros pecados, y en ello, se dio a sí mismo a nosotros. Puesto que en Él habitaba toda la plenitud de la divinidad corporalmente, y puesto que se dio a sí mismo, concluimos que la medida del don de Cristo, en lo que a Él respecta, no es otra cosa que la plenitud de la divinidad corporalmente. La medida, pues, de la gracia que se nos da a cada uno, es la medida de la plenitud de su divinidad. Sencillamente, inconmensurable.
Se mire como se mire, la clara palabra del Señor es que a cada uno de nosotros es dada la gracia según la medida de la plenitud de la divinidad corporalmente; es decir, gracia sin medida, sin límites: toda su gracia. Eso es bueno. Es cosa del Señor, es propio de Él, ya que Él es bueno.

Toda esa gracia ilimitada se nos da enteramente de forma gratuita "a cada uno de nosotros". A todos, a ti y a mí, tal como somos. Todo eso es bueno. Necesitamos precisamente toda esa gracia a fin de ser hechos lo que el Señor quiere que seamos. Y Él es tan condescendiente como para dárnoslo todo gratuitamente, para que verdaderamente podamos ser lo que Él quiere.

El Señor quiere que cada uno de nosotros seamos salvos, plenamente salvos. Y con ese fin nos ha dado la misma plenitud de la gracia, ya que es la gracia la que trae la salvación. Está escrito, "la gracia de Dios que trae salvación a todos los hombres, se manifestó" (Tito 2:11). Así, el Señor quiere que todos sean salvos, por lo tanto dio toda su gracia, trayendo salvación a todos los hombres. Toda la gracia de Dios se da gratuitamente a cada uno, trayendo salvación a todos los hombres. El que la reciban todos, o solamente algunos, es otra cuestión. Lo que ahora estamos considerando es la verdad y el hecho de que Dios la ha dado. Habiéndolo dado todo, no queda ninguna duda, aun siendo cierto que el hombre pueda rechazarlo.

El Señor quiere que seamos perfectos, y así está escrito: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". Deseando que seamos perfectos, nos ha dado a cada uno toda su gracia, trayendo la plenitud de su salvación a fin de presentar a todo hombre perfecto en Cristo Jesús. El auténtico propósito de ese don de su gracia infinita es que podamos ser hechos semejantes a Jesús, quien es la imagen de Dios. Así pues, leemos: "A cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo… para perfección de los santos… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo".

¿Quieres ser semejante a Jesús? Recibe la gracia tan plena y libremente dada. Recíbela en la medida en que Dios la ha dado, no en la medida en la que tú piensas que la mereces. Entrégate a ella, a fin de que pueda obrar por ti, y en ti, el asombroso propósito para el que ha sido dada, y así sucederá. Te hará semejante a Jesús. Cumplirá el propósito y la voluntad de Aquel que la dio. "Entregaos a Dios". "Que no recibáis en vano la gracia de Dios".
Review and Herald, 17 abril 1894

04/05/2010

LA FE QUE SALVA

"Mas la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo): O, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para volver a traer a Cristo de los muertos). Mas ¿qué dice? Cercana está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe, la cual predicamos: Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo" (Rom. 10:6-9).

¿Podemos aceptar esas palabras, especialmente la afirmación de la última frase, como literalmente verdaderas? ¿No será peligroso si lo hacemos? ¿Acaso la salvación no requiere algo más que la fe en Cristo? A la primera pregunta respondemos: Sí. Y a las otras dos, No; y nos referimos a las Escrituras para corroborarlo. Una afirmación tan categórica como la comentada, no puede ser sino literalmente cierta, y merecedora de toda la confianza del tembloroso pecador.
A modo de evidencia, considérese el caso del carcelero de Filipos. Pablo y Silas, tras haber sido tratados de forma inhumana, fueron puestos a su cuidado. A pesar de sus dorsos sangrantes y de sus pies esposados, oraban y cantaban alabanzas a Dios en medio de la noche, cuando súbitamente, un terremoto sacudió la prisión y se abrieron todas las puertas. Lo que hizo temblar al carcelero no fue solamente el miedo natural de sentir cómo cedía la tierra bajo sus pies, ni siquiera el temor a la justicia romana si escapaban los prisioneros a su cargo. En aquel terremoto sintió una premonición del gran día del juicio con respecto al que los apóstoles habían predicado; y, temblando bajo su carga de culpa, se postró ante Pablo y Silas, diciendo, "Señores, ¿qué es menester que yo haga para ser salvo?" Observad bien la respuesta, porque aquí nos encontramos ante un alma en situación de extrema necesidad, y lo que fue adecuado para él debe ser el mensaje para todos los perdidos. A ese angustioso clamor del carcelero, respondió Pablo, "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú, y tu casa" (Hech. 16:30,31). Eso concuerda perfectamente con las palabras de Pablo en Romanos, citadas con anterioridad.

Los judíos dijeron cierto día a Jesús, "¿Qué haremos para que obremos las obras de Dios?" Es precisamente lo que nos estamos preguntando. Obsérvese la respuesta: "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que Él ha enviado" (Juan 6:28,29). Esas palabras deberían estar escritas con letras de oro, y debieran estar continuamente presentes en el cristiano que lucha. Se aclara la aparente paradoja. Las obras son necesarias; sin embargo, la fe es totalmente suficiente, ya que la fe realiza la obra. La fe lo abarca todo, y sin fe no hay nada.

El problema es que, en general, se tiene una concepción errónea de la fe. Muchos imaginan que es un mero asentimiento, y que es solamente algo pasivo, a lo que hay que añadir las obras activas. Sin embargo, la fe es activa, y no es solamente lo principal, sino el único fundamento real. La ley es la justicia de Dios (Isa. 51:6,7), aquella que se nos amonesta a buscar (Mat. 6:33); pero no es posible guardarla si no es por fe, porque la única justicia que resistirá en el juicio es "la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fil. 3:9).

Leed las palabras de Pablo en Romanos 3:31: "¿Luego deshacemos la ley por la fe? En ninguna manera; antes establecemos la ley". El que el hombre deshaga la ley, no significa la abolición de la ley, ya que tal cosa es una imposibilidad. Es tan permanente como el trono de Dios. Por más que el hombre diga esto o aquello sobre la ley, y por más que la pisotee y desprecie, la ley continúa inamovible. La única manera en la que el hombre puede deshacer la ley es dejándola sin efecto en su corazón, mediante su desobediencia. Así, en Números 30:14,15, de un voto que ha sido quebrantado, se dice que está anulado o deshecho. De manera que, cuando el apóstol dice que no deshacemos la ley por la fe, significa que la fe y la desobediencia son incompatibles. Poco importa la profesión de fe que pretenda aquel que quebranta la ley, el hecho de que sea un transgresor de la ley denuncia su ausencia de fe. Por el contrario, la posesión de la fe se demuestra por el establecimiento de la ley en el corazón, de forma que el hombre no peca contra Dios. Que nadie infravalore la fe, ni por un instante.

Pero ¿no dice el apóstol Santiago que la fe sola no puede salvar a nadie, y que la fe sin obras es muerta? Consideremos brevemente sus palabras. Demasiados las han convertido, aunque sin mala intención, en legalismo mortal. La afirmación es que la fe sin obras es muerta, lo que concuerda plenamente con lo dicho anteriormente. Si la fe sin obras es muerta, es porque la ausencia de obras revela la ausencia de fe; lo que está muerto no tiene existencia. Si el hombre tiene fe, las obras aparecerán necesariamente, y él no se jactará de la una ni de las otras; ya que la fe excluye la jactancia (Rom. 3:27). La jactancia se manifiesta solamente entre aquellos que confían en las obras muertas, o entre aquellos cuya profesión de fe es una burla vacía.

¿Qué hay, pues, de Santiago 2:14, que dice: "Hermanos míos, ¿qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?". La respuesta implícita es, naturalmente, que no podrá. ¿Por qué no podrá salvarle la fe? Porque no la tiene. ¿De qué aprovecha si un hombre dice que tiene fe, mientras que por su malvado curso de acción demuestra que no la tiene? Pablo habla a quienes profesan conocer a Dios, mientras que lo niegan con los hechos (Tito 1:16). El hombre al que se refiere Santiago pertenece a esta clase. El que no tenga buenas obras –o frutos del Espíritu–, muestra que no tiene fe, a pesar de su ruidosa profesión; de forma que la fe, efectivamente, no puede salvarlo; porque la fe no tiene poder para salvar a aquel que no la posee.

03/05/2010

FRUTOS DEL ESPÍRITO SANTO

"Mas el fruto del Espíritu es: caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza: contra tales cosas no hay ley. Porque los que son de Cristo, han crucificado la carne con los afectos y concupiscencias. Si vivimos en el Espíritu, andemos también en el Espíritu. No seamos codiciosos de vana gloria, irritando los unos a los otros, envidiándose los unos a los otros".GÁLATAS 5:22-26

Hemos visto algo sobre la maldad y el engaño intrínsecos a las obras de la carne. Pero gracias al Señor, hay algo mejor.

El Espíritu de Dios en su plenitud, otorgado ampliamente a todo creyente, combate contra la carne, de manera que en aquel que es guiado por el Espíritu de Dios, la carne no puede hacer las cosas que querría. El Espíritu es en él el poder controlador, produciendo en la vida "el fruto del Espíritu", no "las obras de la carne".

Y aunque sea cierto "que los que hacen tales cosas" como las especificadas en la lista de las obras de la carne "no heredarán el reino de Dios"; mediante el don del Espíritu Santo, por la gracia de Cristo, Dios hizo completa provisión a fin de que toda alma, a pesar de todas sus pasiones, concupiscencias, deseos e inclinaciones de la carne, pueda heredar el reino de Dios.

En Cristo, la batalla se peleó en todo punto, habiendo obtenido completa victoria. Él mismo fue hecho carne –la misma carne y sangre de aquellos a quienes vino a redimir. Fue hecho en todo semejante a ellos; "tentado en todo según nuestra semejanza". Si en algún punto no hubiese sido hecho como nosotros, entonces en ese punto, no habría podido ser tentado como lo somos nosotros.

Él se pudo "compadecer de nuestras flaquezas", debido a que fue "tentado en todo según nuestra semejanza". Cuando fue tentado, sintió los deseos y las inclinaciones de la carne, precisamente de la forma en que nosotros las sentimos al ser tentados. "Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia [los deseos e inclinaciones propios de la carne] es atraído, y cebado" (Sant. 1:14). Todo eso, Jesús pudo experimentarlo sin pecar, ya que la tentación no es pecado. Es solamente después que la concupiscencia ha concebido –cuando el deseo ha sido acariciado, la inclinación consentida– que "pare el pecado". Y Jesús, ni siquiera en un solo pensamiento acarició ni consintió un deseo o inclinación de la carne. Así, en una carne como la nuestra, fue tentado en todo punto como nosotros, pero sin una sola mancha de pecado.

Por el poder divino que recibió mediante la fe en Dios, Él, en nuestra carne, reprimió completamente toda inclinación, y cortó de raíz todo deseo de esa carne, de forma que "condenó al pecado en la carne". Con ello, trajo la victoria completa y el poder divino para mantenerla, a toda alma en el mundo. Todo eso lo hizo "para que la justicia de la ley fuese cumplida en nosotros, que no andamos conforme a la carne, mas conforme al espíritu".

En Cristo Jesús, está al alcance de toda alma esa victoria, en su plenitud. Se la recibe por la fe en Jesús. Se cumple y mantiene por "la fe de Jesús", que Él perfeccionó y que da a todo el que en Él cree. "Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe".

"Dirimiendo en su carne las enemistades" que separaban al hombre de Dios (Efe. 2:15). Para tal fin, tomó la carne –sólo así pudo ser– en la que existía tal enemistad. Y dirimió o abolió "en su carne las enemistades", "para edificar en sí mismo los dos [Dios, y el hombre enemistado] en un nuevo hombre, haciendo la paz".

Cristo abolió en su carne las enemistades, "para reconciliar por la cruz a ambos [judíos y gentiles –todo el género humano sujeto al enemigo–] con Dios en un mismo cuerpo, matando en ella [su carne] las enemistades" (Efe. 2:16). La enemistad estaba en Él mismo, al estar en su carne. Y "en su carne", la dirimió o abolió. Solamente estando "en su carne" pudo hacer tal cosa.

Jesús tomó sobre sí la maldición en su plenitud, tal como ésta afecta a la raza humana. Eso sucedió cuando fue "hecho por nosotros maldición". Pero "la maldición sin causa nunca vendrá", ni vino nunca: el pecado es la causa de la maldición. Él fue hecho maldición por nosotros, a causa de nuestros pecados. Y a fin de poder afrontar la maldición tal como pesa sobre nosotros, debió afrontar el pecado, tal como es en nosotros. Así pues, "al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros". Y eso "para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él" (2 Cor. 5:21).

Y aunque se colocó enteramente en la misma situación de gran desventaja en la que está la raza humana –hecho en todo como nosotros, y por lo tanto tentado en todo como nosotros–, sin embargo, ni en un solo pensamiento consintió que una sola tendencia o inclinación de la carne gozaran del más mínimo reconocimiento, sino que fueron todas ellas cortadas de raíz por el poder de Dios, que, mediante la fe divina, trajo a la humanidad.

"Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, Él también participó de lo mismo, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo, y librar a los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos a servidumbre. Porque ciertamente no tomó a los ángeles, sino a la simiente de Abraham tomó. Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel Pontífice en lo que es para con Dios, para expiar los pecados del pueblo. Porque en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados" (Heb. 2:14-18).

Y esa victoria que Cristo obró en carne humana, el Espíritu Santo la trae para rescatar a todo aquel que, estando en carne humana, cree hoy en Jesús. Mediante el Espíritu Santo, la presencia misma de Cristo viene al creyente; ya que es su constante deseo el "que os de, conforme a las riquezas de su gloria, el ser corroborados con potencia en el hombre interior por su Espíritu. Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones; para que, arraigados y fundados en amor, podáis bien comprender con todos los santos cuál sea la anchura y la longura y la profundidad y la altura, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios" (Efe. 3:16-19).

Así, la liberación de la culpabilidad del pecado, y del poder de éste, que hace que el creyente triunfe sobre todos los deseos, tendencias e inclinaciones de su carne pecaminosa, por el poder del Espíritu de Dios, tiene hoy lugar por la presencia personal de Cristo Jesús en carne humana en el creyente, tal como sucedió con la presencia personal de Cristo en carne humana, hace dos mil años.

Cristo "es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos". Tal sucede con su evangelio. El evangelio de Cristo es hoy el mismo que hace dos mil años. Entonces era "Dios… manifestado en carne"; hoy también: Dios manifestado en la misma carne, en la carne de hombres pecaminosos, carne humana, tal como es la naturaleza humana.

El evangelio es "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria", –Cristo en ti, tal como eres, pecados y pecaminosidad incluidos; ya que se dio a sí mismo por nuestros pecados, y por nuestra pecaminosidad. Cristo te compró tal como eres, y Dios te hizo acepto en el Amado. Te ha recibido tal como eres, y el evangelio –Cristo en ti, la esperanza de gloria– te pone bajo el reino de la gracia de Dios y, por su Espíritu, te sujeta de tal manera al poder de Cristo y de Dios, que aparece en ti "el fruto del espíritu", no "las obras de la carne".

Y el fruto del Espíritu es:

AMOR. "El amor de Dios está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado". En lugar de dar lugar al odio –siquiera en pensamiento–, o cualquier sentimiento afín, nadie puede hacer contra ti nada que logre despertar otra cosa que no sea amor. Ese amor, proviniendo de Dios, "es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos", y no ama por recompensa, sino simplemente porque ama, porque es amor, y siendo sólo eso, no puede hacer otra cosa.
GOZO. "Es la felicidad desbordante que surge del bien presente o futuro". Pero en este caso, la disyunción queda descartada, ya que se trata de felicidad desbordante surgida del bien actual Y TAMBIÉN del que se espera, debido a que la causa del mismo es eterna. En consecuencia, es eternamente presente, y eternamente esperado. Es "satisfacción exultante".
PAZ. Perfecta paz que reina en el corazón. "La paz de Dios, que supera todo entendimiento"; y que guarda el corazón y la mente de todo aquel que la posee.
TOLERANCIA, BENIGNIDAD, BONDAD, FE. Esa fe –del griego pistis–, es "la firme persuasión; la convicción basada en la confianza, NO en el conocimiento [la fe "del corazón", no de la cabeza; la fe de Cristo, no la del credo]; sólida confianza, alimentada por la convicción, que supera lo que se opone o contradice".
MANSEDUMBRE, TEMPLANZA. La templanza es dominio propio. El Espíritu de Dios libera al hombre de la esclavitud a sus pasiones, concupiscencias y hábitos, y lo hace libre, dueño de sí.
"Contra tales cosas no hay ley". La ley de Dios no va contra otra cosa que no sea el pecado. En la vida de los hombres, la ley de Dios va contra todo lo que no sea el fruto del Espíritu de Dios. Por lo tanto, todo lo que en la vida del hombre no es fruto del Espíritu, es pecado. Eso no es más que otra forma de decir que "todo lo que no es de fe, es pecado".
Así, "si vivimos en el Espíritu, andemos también en el Espíritu". Y puesto que vivimos y andamos en el Espíritu, "no seamos" –Sí, no seremos, no podemos ser– "codiciosos de vana gloria, irritando los unos a los otros, envidiándose los unos a los otros".
Review and Herald, 2 octubre 1900