26/03/2010

DAME UN NUEVO CORAZÓN

MAS ALLÁ DEL SOL

VIVIENDO POR LA FE

"El justo vivirá por la fe" (Rom. 1:17).
Esa declaración es el resumen de lo que el apóstol desea explicar acerca del evangelio. El evangelio es poder de Dios para salvación, pero solamente "a todo aquel que cree"; en el evangelio se revela la justicia de Dios. La justicia de Dios es la perfecta ley de Dios, que no es otra cosa que la transcripción de su propia recta voluntad. Toda injusticia es pecado, o transgresión de la ley. El evangelio es el remedio de Dios para el pecado; su obra, por consiguiente, debe consistir en poner a los hombres en armonía con la ley –esto es, que se manifiesten en sus vidas las obras de la ley justa–. Pero esa es enteramente una obra de la fe –la justicia de Dios se descubre "de fe en fe"–, fe al principio y fe al final, como está escrito: "el justo vivirá por la fe".

Eso ha venido siendo así en toda época, desde la caída del hombre. Y lo seguirá siendo hasta que los santos de Dios tengan escrito su nombre en sus frentes, y lo vean como Él es. El apóstol tomó la cita del profeta Habacuc (2:4). Si los profetas no lo hubiesen revelado, los primeros cristianos no lo habrían podido conocer, ya que disponían solamente del Antiguo Testamento. Decir que en los tiempos antiguos los hombres no tenían sino una idea imperfecta de la fe, equivale a decir que no había ningún hombre justo en aquellos tiempos. Pero Pablo retrocede hasta el mismo principio y cita un ejemplo de fe salvífica. Dice: "Por la fe Abel ofreció a Dios mayor sacrificio que Caín, por la cual alcanzó testimonio de que era justo" (Heb. 11:4). Dice asimismo de Noé, que fue por fe que construyó el arca en la que fue salva su casa; "por la cual fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que es por la fe" (Heb. 11:7). Se trataba de fe en Cristo, ya que era fe salvadora, y tenía que ser en el nombre de Jesús, "porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hech. 4:12).

Demasiados procuran vivir la vida cristiana en la fuerza de la fe que ejercieron cuando comprendieron su necesidad de perdón por los pecados de su vida pasada. Saben que solamente Dios puede perdonar los pecados, y que lo hace mediante Cristo; pero suponen que habiendo iniciado ese proceso cierto día, deben ahora continuar la carrera en su propia fuerza. Sabemos que muchos albergan esa idea. Lo sabemos, primeramente, porque lo hemos oído de algunos, y en segundo lugar, porque hay verdaderas multitudes de profesos cristianos que revelan la obra de un poder que en nada es superior a su propia capacidad. Si tienen algo que decir en las reuniones sociales, más allá de la repetida fórmula "quiero ser cristiano, a fin de poder ser salvo", no es otra cosa que su experiencia pasada, el gozo que experimentaron cuando creyeron por primera vez. Del gozo de vivir para el Señor, y de andar con él por la fe, no saben nada, y quien se refiera a ello, habla en un lenguaje que les resulta extraño. Pero el apóstol presenta definidamente este tema de la fe, como extendiéndose hasta el mismo reino de la gloria, en la concluyente ilustración que sigue:

"Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios. Y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Empero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es menester que el que a Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan" (Heb. 11:5 y 6).

Obsérvese cuál es el argumento esgrimido para demostrar que es por la fe que Enoc fue trasladado: Enoc fue trasladado porque caminó con Dios y tenía el testimonio de agradar a Dios; pero sin fe es imposible agradar a Dios. Eso basta para probar lo expuesto. Sin fe, ningún acto que podamos hacer alcanza la aprobación de Dios. Sin fe, lo mejor que el hombre pueda hacer queda infinitamente lejos de la única norma válida, que es la de la perfecta justicia de Dios. La fe es una buena cosa allá donde esté, pero la mejor fe en Dios para quitar la carga de los pecados pasados, no aprovechará a nadie, a menos que continúe presente en medida siempre creciente, hasta el fin de su tiempo de prueba.

Hemos oído a muchos manifestar lo difícil que les resultaba obrar el bien; su vida cristiana era de lo más insatisfactorio, estando marcada solamente por el fracaso, y se sentían tentados a ceder al desánimo. No es sorprendente que se desanimen, ya que el fracaso continuo es capaz de desanimar a cualquiera. El soldado más valiente del mundo entero, acabaría desanimado si sufriese una derrota en cada batalla. No será difícil oír de esas personas lamentos por ver mermada la confianza en sí mismas. Pobres almas, ¡si solamente pudieran llegar a perder completamente la confianza en sí mismas, y la pusiesen enteramente en Aquel que es poderoso para salvar, tendrían otro testimonio que dar! Entonces se gloriarían "en Dios por el Señor nuestro Jesucristo". Dice el apóstol, "Gozaos en el Señor siempre: otra vez os digo: Que os gocéis" (Fil. 4:4). Aquel que no se goza en Dios, incluso al ser tentado y afligido, no está peleando la buena batalla de la fe. Está luchando la triste batalla de la confianza en sí mismo, y de la derrota.

Todas las promesas de la felicidad definitiva son hechas a los vencedores. "Al que venciere", dice Jesús, "le daré que se siente conmigo en mi trono; así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono" (Apoc. 3:21). "El que venciere poseerá todas las cosas", dice el Señor (Apoc. 21:7). Un vencedor es alguien que gana victorias. La herencia no es la victoria, sino la recompensa por la victoria. La victoria es ahora. Las victorias a ganar son la victoria sobre la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida, victorias sobre el yo y las indulgencias egoístas. Aquel que lucha y ve huir al enemigo, puede gozarse; nadie puede quitarle ese gozo que se produce al ver cómo claudica el enemigo. Algunos sienten pánico ante la idea de tener que mantener una continua lucha contra el yo y los deseos mundanos. Eso es así, solo porque desconocen totalmente el gozo de la victoria; no han experimentado mas que derrota. Pero el constante batallar no es algo penoso, cuando hay victoria continua. Aquel que cuenta sus batallas por victorias, desea encontrarse nuevamente en el campo de combate. Los soldados de Alejandro, que bajo su mando no conocieron jamás la derrota, estaban siempre impacientes por una nueva batalla. Cada victoria, que dependía únicamente de su ánimo, aumentaba su fortaleza y hacía disminuir en correspondencia la de sus vencidos enemigos. Ahora, ¿cómo podemos ganar victorias continuas en nuestra contienda espiritual? Escuchemos al discípulo amado:

"Porque todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe" (1 Juan 5:4).

Leamos nuevamente las palabras de Pablo:

"Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, más vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí" (Gál. 2:20).

Aquí tenemos el secreto de la fuerza. Es Cristo, el Hijo de Dios, a quien fue dada toda potestad en el cielo y en la tierra, el que realiza la obra. Si es él quien vive en el corazón y hace la obra, ¿es jactancia decir que es posible ganar victorias continuamente? De acuerdo, eso es gloriarse, pero es gloriarse en el Señor, lo que es perfectamente lícito. Dijo el salmista: "En Jehová se gloriará mi alma". Y Pablo dijo: "Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo" (Gál. 6:14).

Los soldados de Alejandro Magno tenían fama de invencibles. ¿Por qué? ¿Es porque poseían de forma natural más fortaleza o ánimo que todos sus enemigos? No, sino porque estaban bajo el mando de Alejandro. Su fuerza radicaba en su dirigente. Bajo otra dirección, habrían sufrido frecuentes derrotas. Cuando el ejército de la Unión se batía en retirada, presa del pánico, ante el enemigo, en Winchester, la presencia de Sheridan transformó la derrota en victoria. Sin él, los hombres eran una masa vacilante; con él a la cabeza, una armada invencible. Si hubieseis oído los comentarios de esos soldados victoriosos, tras la batalla, habríais escuchado alabanzas a su general, mezcladas con expresiones de gozo. Ellos eran fuertes porque su jefe lo era. Les inspiraba el mismo espíritu que lo animaba a él.

Pues bien, nuestro capitán es Jehová de los ejércitos. Se ha enfrentado al principal enemigo, y estando en las peores condiciones, lo ha vencido. Quienes lo siguen, marchan invariablemente venciendo para vencer. Oh, si aquellos que profesan seguirle quisieran poner su confianza en él, y entonces, por las repetidas victorias que obtendrían, rendirían la alabanza a Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.

Juan dijo que el que es nacido de Dios vence al mundo, mediante la fe. La fe se aferra al brazo de Dios, y la poderosa fuerza de éste cumple la obra. ¿De qué manera puede obrar el poder de Dios en el hombre, realizando aquello que jamás podría hacer por sí mismo?, nadie lo puede explicar. Sería lo mismo que explicar de qué modo puede Dios dar vida a los muertos. Dice Jesús: "El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de donde viene, ni a donde vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu" (Juan 3:8). Cómo obra el Espíritu en el hombre, para subyugar sus pasiones y hacerlo victorioso sobre el orgullo, la envidia y el egoísmo, es algo que sólo conoce el Espíritu; a nosotros nos basta con saber que así es, y será en todo quien desee, por encima de cualquier otra cosa, una obra tal en sí mismo, y que confíe en Dios para su realización.
Nadie puede explicar el mecanismo por el que Pedro fue capaz de caminar sobre la mar, entre olas que se abalanzaban sobre él; pero sabemos que a la orden del Señor sucedió así. Por tanto tiempo como mantuvo sus ojos fijos en el Maestro, el divino poder le hizo caminar con tanta facilidad como si estuviera pisando la sólida roca; paro cuando comenzó a contemplar las olas, probablemente con un sentimiento de orgullo por lo que estaba haciendo, como si fuera él mismo quien lo hubiese logrado, de forma muy natural fue presa del miedo, y comenzó a hundirse. La fe le permitió andar sobre las olas; el temor le hizo hundirse bajo ellas.

Dice el apóstol: "Por la fe cayeron los muros de Jericó con rodearlos siete días" (Heb. 11:30). ¿Para qué se escribió tal cosa? Para nuestra enseñanza, "para que por la paciencia, y por la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza" (Rom. 15:4). ¿Qué significa? ¿Se nos llamará tal vez a luchar contra ejércitos armados, y a tomar ciudades fortificadas? No, "porque no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires" (Efe. 6:12); pero las victorias que se han ganado por la fe en Dios, sobre enemigos visibles en la carne, fueron registradas para mostrarnos lo que cumpliría la fe en nuestro conflicto con los gobernadores de las tinieblas de este mundo. La gracia de Dios, en respuesta a la fe, es tan poderosa en estas batallas como lo fue en aquellas; ya que dice el apóstol:

"Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne, (porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas); Destruyendo consejos, y toda altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y cautivando todo intento a la obediencia de Cristo" (2 Cor. 10:3-5).

No fue solamente a enemigos físicos a quienes los valerosos héroes de antaño vencieron por la fe. De ellos leemos, no solamente que "ganaron reinos", sino también que "obraron justicia, alcanzaron promesas", y lo más animador y maravilloso de todo, "sacaron fuerza de la debilidad" (Heb. 11:33 y 34). Su debilidad misma se les convirtió en fortaleza mediante la fe, ya que la potencia de Dios en la flaqueza se perfecciona. ¿Quién podrá acusar entonces a los elegidos de Dios, teniendo en cuenta que es Dios quien nos justifica, y que somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras? "¿Quién nos apartará del amor de Cristo? tribulación? o angustia? o persecución? o hambre? o desnudez? o peligro? o cuchillo?" "Antes en todas estas cosas hacemos más que vencer por medio de aquel que nos amó" (Rom. 8:35,37).
Signs of the Times, 25 marzo 1889

19/03/2010

EL TIEMPO DEL REFRIGERIO

Y ahora, en este tiempo de la consumación de la esperanza de los siglos, en este tiempo en que el verdadero santuario debe ser genuinamente purificado, en este tiempo en que debe ser completada la obra del evangelio y consumado realmente el misterio de Dios, ahora es el momento de entre todos los momentos que jamás haya habido, en que los creyentes en Jesús, que son los benditos destinatarios de su glorioso sacerdocio y maravillosa intercesión en el verdadero santuario, participen de la plenitud de su gracia celestial de forma que en sus vidas se acabe la prevaricación, haya un fin al pecado y la iniquidad sea expiada por siempre, y en la perfección de la verdad reciban la justicia de los siglos.

Ese es precisamente el definido propósito del sacerdocio y ministerio de Cristo en el verdadero santuario. ¿Acaso no es ese sacerdocio suficiente? ¿Será su ministerio eficaz, logrando la consecución de su propósito? Sí, con total seguridad. Es sólo por ese medio como queda asegurado su cumplimiento. No está al alcance de ningún alma, por ella misma, el acabar la prevaricación, poner fin a los pecados, ni hacer reconciliación por las iniquidades o traer la justicia perdurable en su propia vida. A fin de que tal cosa se realice, debe ser obrada obligatoria y solamente por el sacerdocio y ministerio de Aquel que se dio a sí mismo, y que fue entregado para poder cumplir eso mismo por todas las almas, "para haceros santos, sin mancha e irreprensibles" a la vista de Dios.

Todo aquel cuyo corazón esté inclinado a la verdad y la rectitud desea ver eso realizado; sólo el sacerdocio y ministerio de Cristo lo pueden hacer, y ahora es el tiempo para su pleno y definitivo cumplimiento. Por lo tanto, creamos en Aquel que lo está efectuando, y confiemos en que es capaz de llevarlo a completa y eterna consumación.

Éste es el momento, y ésta la obra de la que se declara que "ya no habrá más tiempo" ("el tiempo no será más"). Y ¿por qué habría de retrasarse? Si el sacerdocio de nuestro gran Sumo Sacerdote es eficaz, su sacrificio y ministerio totalmente adecuados en relación con lo prometido, aquello en lo que espera todo creyente, ¿por qué tendría que demorarse el acabar la prevaricación, poner fin al pecado, hacer reconciliación por la iniquidad y traer la rectitud perdurable a cada alma creyente? Entonces, confiemos a Cristo el hacer aquello para lo que se dio a sí mismo, y que únicamente él puede realizar. Confiemos en él en esto, y recibamos en su plenitud lo que pertenece a toda alma que cree y confía incondicionalmente en el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión: Cristo Jesús.

Hemos visto que el cuerno pequeño -el hombre de pecado, el misterio de iniquidad- instauró su propio sacerdocio terrenal, humano y pecaminoso, en el lugar del sacerdocio y ministerio santo y celestial. En ese servicio y sacerdocio del misterio de iniquidad, el pecador confiesa sus pecados al sacerdote, y sigue pecando. Ciertamente, en ese ministerio y sacerdocio no hay poder para hacer otra cosa que no sea seguir pecando, incluso tras haber confesado los pecados. Pero, aunque sea triste la pregunta, los que no pertenecen al misterio de iniquidad, sino que creen en Jesús y su sacerdocio celestial, ¿no es cierto que confiesan ellos también sus pecados, para luego continuar pecando?

¿Hace eso justicia a nuestro gran Sumo Sacerdote, a su sacrificio y a su bendito ministerio? ¿Es justo que rebajemos así a Cristo, su sacrificio y su ministerio, prácticamente a la altura de la "abominación desoladora", diciendo que en el verdadero ministerio no hay más poder o virtud que en el "misterio de iniquidad"? Que Dios libre hoy y para siempre a su iglesia y pueblo, sin más demora, de este rebajar hasta lo ínfimo a nuestro gran Sumo Sacerdote, su formidable sacrificio y su glorioso ministerio.

Confiemos de verdad en nuestro gran Sumo Sacerdote, y que nuestra confianza sea realmente inamovible. Es posible oír a protestantes manifestando sorpresa por la ciega insensatez de los católicos al confiar plenamente en el sacerdote. Y con respecto al sacerdocio terrenal, la sorpresa está justificada. Sin embargo, la fe incondicional en el sacerdote es totalmente correcta, aunque debiera ser puesta en el verdadero Sacerdote. La fe en un falso sacerdocio es ruinosa en extremo, pero el principio de la confianza inquebrantable en el Sacerdote es eternamente correcto. Y Jesucristo es el verdadero Sacerdote. Por lo tanto, todo quien crea en Jesús -en el sacrificio que hizo, en el sacerdocio y ministerio que ejerce en el verdadero santuario- debe, no solamente confesar sus pecados, sino que debe entonces confiar absolutamente en el verdadero Sumo Sacerdote en su ministerio en el verdadero santuario para acabar la prevaricación (transgresión), poner fin al pecado, hacer reconciliación por la iniquidad y traer la justicia de los siglos a su corazón y vida.

Recuérdese: justicia de los siglos. No justicia para hoy y pecado para mañana, y justicia otra vez, y pecado de nuevo. Eso no es justicia de los siglos (rectitud perdurable). La justicia de los siglos es traída para permanecer constantemente en la vida de quien ha creído y confesado, y que sigue creyendo y recibiendo esa justicia de los siglos en lugar del pecado y el pecar. En eso consiste la justicia de los siglos, en eso consiste la redención eterna del pecado. Y esa bendición inenarrable es el don gratuito de Dios por medio del ministerio celestial que ha establecido para nuestro beneficio en el sacerdocio y ministerio de Cristo en el santuario celestial.

En consecuencia, hoy, justamente ahora, "mientras dura ese ‘hoy’ ", como nunca antes, la palabra de Dios a todo hombre es: "Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados, y vengan los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor, y él envíe a Jesucristo, designado de antemano, a quien es necesario que el cielo retenga hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas" (Hech. 3:19-21).

El tiempo de la venida del Señor y de la restitución de todas las cosas está verdaderamente a las puertas. Y cuando Jesús venga, será para tomar a su pueblo consigo. Para presentarse a sí mismo una iglesia gloriosa "que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha". Es para verse a sí mismo perfectamente reflejado en todos sus santos.
Y antes de que venga, su pueblo debe estar en esa condición. Antes de que venga debemos haber sido llevados a ese estado de perfección, a la plena imagen de Jesús (Efe. 4:7, 8, 11-13). Y ese estado de perfección, ese desarrollo en todo creyente de la completa imagen de Jesús, eso es la consumación del misterio de Dios, que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria (Col. 1:27). Esa consumación halla su cumplimiento en la purificación del santuario, que significa la realización plena del misterio de Dios, y que consiste en acabar la prevaricación, poner un fin decidido a los pecados, hacer reconciliación por la iniquidad, traer la justicia de los siglos, sellar la visión y la profecía, y ungir el Santo de los santos.

Puesto que es en este tiempo que la venida de Jesús y la restauración de todas las cosas está a las puertas; y dado que ese perfeccionamiento de los santos debe necesariamente preceder a dicha venida y restauración, tenemos una sólida evidencia de que ahora estamos en el tiempo del refrigerio, el tiempo de la lluvia tardía. Y tan ciertamente como eso es así, estamos actualmente viviendo en el tiempo del borramiento definitivo de todos los pecados que jamás nos hayan asediado. La purificación del santuario consiste precisamente en el borramiento de los pecados, en acabar la transgresión en nuestras vidas, en poner fin a todo pecado en nuestro carácter, en la venida de la justicia misma de Dios que es por la fe en Jesús, para que permanezca ella sola por siempre.

Ese borramiento de los pecados debe preceder a la recepción del refrigerio de la lluvia tardía, ya que la promesa del Espíritu viene solamente sobre quienes tienen la bendición de Abraham, y esa bendición se pronuncia solamente sobre quienes están redimidos del pecado (Gál. 3:13 y 14). Por lo tanto, ahora, como nunca antes, debemos arrepentirnos y convertirnos, para que nuestros pecados sean borrados, para que se les pueda poner fin por completo en nuestras vidas, y para traer la justicia de los siglos; y eso con el fin de que sea nuestra la plenitud del derramamiento del Espíritu Santo, en este tiempo del refrigerio de la lluvia tardía. Debe darse todo esto para que el mensaje del evangelio del reino, que produce la maduración de la cosecha, sea predicado en todo el mundo con ese poder de lo alto por el que toda la tierra será iluminada con su gloria.

CRISTO EL SEÑHOR

Cristo el Señor, el Hijo de Dios, descendió del cielo y se hizo carne, y habitó entre los hombres como Hijo del hombre. Murió en la cruz del Calvario por nuestras ofensas. Resucitó de los muertos a causa de nuestra justificación. Ascendió al cielo como nuestro abogado, y como tal se sentó a la diestra del trono de Dios.

Es sacerdote en el trono de su Padre; sacerdote para siempre según el orden de Melchisedec.
A la diestra de Dios, en el trono de Él, como sacerdote en su trono, Cristo es "ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre".

Y volverá otra vez en las nubes del cielo con poder y gran gloria para tomar a su pueblo consigo, para presentarse a sí mismo su iglesia gloriosa, y para juzgar al mundo.

Las declaraciones anteriores constituyen principios eternos de la fe cristiana.

Para que la fe sea verdadera y plena, es preciso que la vida de Cristo en la carne, su muerte en la cruz, su resurrección, ascensión y su sentarse a la diestra del trono de Dios en los cielos sean principios eternos en la fe de todo cristiano.

El que ese mismo Jesús sea sacerdote a la diestra de Dios en su trono, debe igualmente ser un principio eterno en la fe de todo cristiano a fin de que se trate de una fe plena y verdadera.
Que Cristo -el Hijo de Dios- como sacerdote a la diestra del trono de Dios es "ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre", será también un principio eterno en la fe madura y plena de todo cristiano.

Y esa verdadera fe en Cristo - el Hijo de Dios - como el auténtico sacerdote en ese ministerio y santuario verdaderos, a la diestra de la Majestad en los cielos; esa fe en que su sacerdocio y ministerio acaban la transgresión, ponen fin a los pecados, hacen reconciliación por la iniquidad y traen la justicia de los siglos, esa fe, hará perfecto a todo el que a él se allega. Lo preparará para el sello de Dios y para el ungimiento final del Santo de los santos.

Por medio de esa verdadera fe, todo creyente que sea de esa fe genuina puede tener la certeza de que en él y en su vida acaba la transgresión y se pone fin a los pecados, se hace reconciliación por toda iniquidad de su vida y la justicia perdurable viene a reinar en su vida por siempre jamás. Puede estar perfectamente seguro de ello, ya que la Palabra de Dios así lo afirma, y la verdadera fe viene por oír la Palabra de Dios.

Todos cuantos pertenezcan a esa verdadera fe pueden estar tan seguros de todo lo anterior, como de que Cristo está a la diestra del trono de Dios. Lo pueden saber con la misma certeza con la que saben que Cristo es sacerdote sobre ese trono. Con la misma seguridad de que él es allí "ministro del santuario y de aquel verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre". Exactamente con la misma confianza que merece toda declaración de la Palabra de Dios, ya que ésta lo establece de forma inequívoca.

Por lo tanto, en este tiempo, que todo creyente en Cristo se levante en la fortaleza de esa verdadera fe, creyendo sin reservas en el mérito de nuestro gran Sumo Sacerdote, en su santo ministerio e intercesión en favor nuestro.

En la confianza de esa verdadera fe, que todo creyente en Jesús exhale un largo suspiro de alivio, en agradecimiento a Dios por el cumplimiento de lo esperado: que la transgresión acabe en su vida, que rompa con la iniquidad por siempre; que se ponga fin a los pecados en su vida, de forma que se libere por siempre de ellos; que se haga reconciliación por la iniquidad, siendo por siempre limpiado de ella mediante la sangre del esparcimiento; y que la justicia eterna sea traída a su vida, para reinar ya por siempre, para sostenerlo, guiarlo y salvarlo en la plenitud de la redención eterna que, mediante la sangre de Cristo, se da a todo creyente en Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote y verdadero Intercesor.

Entonces, en la justicia, paz y poder de esa verdadera fe, que todo aquel que lo comprenda esparza por doquier las gloriosas nuevas del sacerdocio de Cristo, de la purificación del santuario, de la consumación del misterio de Dios, de la llegada del tiempo del refrigerio y de la pronta venida del Señor "para ser glorificado en sus santos, y a hacerse admirable en aquel día en todos los que creyeron", y "para presentarla para sí, una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga, ni cosa semejante; antes que sea santa e inmaculada".

"Así que la suma acerca de lo dicho es: Tenemos tal pontífice que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos; ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre".

"Así que hermanos, teniendo libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesucristo, por el camino que él nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es, por su carne; y teniendo un sacerdote sobre la casa de Dios, lleguémonos con corazón verdadero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua limpia". Y "mantengamos firme la profesión de nuestra fe sin fluctuar; que fiel es el que prometió".

15/03/2010

EL ESPÍRITU SANTO Y TU CONSCIENCIA

Trataremos de demostrar cómo el Espíritu Santo se relaciona en nuestra vida. Debido a la confusión que existe, se hace necesario aclarar la confusión, la mala representación y las falsas expectativas.
Romanos 8:1- 4 (versión Dios Habla Hoy) “Así pues, no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, los que no viven según la naturaleza humana sino según el Espíritu. Porque la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús, nos libera de la ley del pecado y de la muerte. Porque Dios ha hecho lo que la ley de Moisés no pudo hacer, pues no era capaz de hacerlo debido a la naturaleza del hombre pecador: Dios envió a su propio hijo en condición semejante a la de hombre pecador y como sacrificio por el pecado, para de esta manera condenar al pecado en la propia naturaleza humana. Lo hizo para que nosotros podamos cumplir lo que la ley ordena, pues ya no vivimos conforme a la naturaleza del hombre pecador sino conforme al Espíritu.”
Hoy vamos a hablar acerca del Espíritu Santo y nuestra conciencia. Uno de mis yernos, que está bien empapado en asunto de carros, fue el primero en enseñarme una frase que nunca antes había escuchado. Y se usa al referirse a un tipo de indicador que algunos carros usan para alertar al conductor de que hay problemas en alguna parte del carro. El me dijo, “Papá, esas son luces de idiotas.”
¿Qué es una luz de idiota? Pensé. El me explicó, que son luces que no te dicen la condición actual del equipo, como la presión del aceite o el voltaje de la batería. Las luces de idiota sólo prenden cuando hay graves problemas, y en ciertas ocasiones cuando las luces de idiota prenden... ¡Idiota, ya el daño ocurrió! Por el contrario, existen indicadores o relojes que continuamente te muestran la condición del equipo del carro en un área específica, con una breve mirada puedes saber la presión del aceite o cuantos voltios el alternador está generando.
Alguna gente sólo usa “luces de idiota” en la vida cristiana. Su vida cristiana es precaria porque internamente no tienen forma de saber si están en el camino correcto o no. Otros cristianos, tienen un indicador altamente calibrado. Este indicador calibrado continuamente observa la vida cristiana y los mantiene al tanto de cómo está su relación con Dios y con su prójimo. Este instrumento se llama la conciencia. Sin una conciencia altamente calibrada, la relación del cristiano con el Espíritu Santo está en peligro. Una persona que ora pidiendo recibir el Espíritu Santo y no le presta atención a las indicaciones de su conciencia, esta sentenciado a un fracaso en la vida cristiana.
Creo que el punto de contacto, el lugar donde el Espíritu de Dios se encuentra con nuestro espíritu, es la conciencia. Por lo tanto la Escritura es clara cuando nos dice que el secreto de una vida cristiana victoriosa es el testimonio de una conciencia clara. Pero antes de que hablemos de como tener y mantener una conciencia limpia, quiero que pensemos en cuáles son nuestras expectativas acerca del Espíritu Santo. Cuando decimos que queremos ser llenados por el Espíritu Santo, ¿qué esperamos que suceda? ¿Acaso la persona que se entrega totalmente al dominio del Espíritu Santo, pierde la capacidad de tomar decisiones?
¿Será posible que en algún momento el Espíritu Santo tome control sobre nosotros hasta el punto que nunca más tengamos que decidir entre el bien y el mal? ¿tomará él decisiones por nosotros? La persona que está llena del Espíritu Santo, ¿tendrá que tomar decisiones diariamente, o las hará el Espíritu por él? A veces en nuestros himnos cantamos que el Espíritu Santo tome control total. ¿Acaso el Espíritu Santo decidirá qué ropa te pondrás por la mañana, qué comerás en el desayuno y qué vas a hacer durante el día?
A veces pienso que esto es lo que quisiéramos que sucediera , porque entonces nunca seríamos responsables por nuestras propias decisiones. Claro, que si perdemos nuestra capacidad de tomar decisiones nos convertiríamos en robots. Mejor dicho, “robots celestiales.” He oído historias de gente que es poseída por espíritus diabólicos, pero no puedo imaginarme a alguien poseído por el Espíritu Santo. En otras palabras, yo puedo comprender que el diablo batalle por tomar control de nuestra capacidad de tomar decisiones, pero no puedo visualizar que el Espíritu Santo nos quite esta capacidad.
De hecho, estoy totalmente convencido que la persona que esté llena del Espíritu Santo no tendrá menos decisiones que hacer sino más decisiones que nunca. ¿Comprenden lo emocionante de nuestra existencia? Lo que nos hace diferentes de una flor o un gatito, es nuestra capacidad de decidir. El pecado rompió nuestra habilidad de poder discernir y escoger entre lo bueno y lo malo. Pero cuando el Espíritu de Dios mora en nosotros, nos devuelve nuestra voluntad. El Espíritu de Dios nos hace nuevos. Durante nuestra primera experiencia cristiana, solo podíamos diferenciar entre lo blanco y lo negro. Pero a medida que crecemos en la gracia, llenos del Espíritu Santo, seremos capaces de discernir cualquier cosa que sea corrupta y profana, o sea, ¡podemos reconocer el color gris!
Cuando estamos llenos del Espíritu Santo, nuestra conciencia se convierte en una red tan fina, que detendrá y aguantará cualquier cosa que no sea para la gloria y la honra de Dios. Es muy importante que entendamos a que nivel trabaja el Espíritu Santo. El Espíritu Santo trabaja con su poder re-constructivo al nivel de lo que nosotros somos. Con esto me refiero al lugar desde donde brotan nuestros pensamientos. ¿Has dicho alguna vez: “yo se que no debo haber hecho esto, pero...”? Esta es la parte de nosotros en la que el Espíritu Santo trabaja. Él no trabaja a nivel de nuestra vida externa. Todavía tendrás que decidir qué vas a desayunar, pero él trabaja a nivel del espíritu de donde nacen nuestras decisiones.
¿Les resulta claro entender esto? Cuando el Espíritu Santo mora en nuestro ser, él sigue siendo quien siempre ha sido y nosotros seguimos siendo nosotros mismos. El verdadero trabajo del Espíritu Santo en nosotros, si se lo permitimos, es re-crearnos. Bien adentro, a nivel de nuestra vida espiritual, él cambia el verdadero yo. ¿Pueden verlo? Naturalmente una nueva creación tendrá nuevos pensamientos y por ello nuevas acciones. Muchos de nosotros oramos para que el Espíritu Santo controle nuestras vidas. Pero no le hemos permitido tener acceso a quien verdaderamente somos, nuestro verdadero yo.
Todo este asunto se puede resumir en las palabras: “Me deleito en hacer tu voluntad, oh mi Dios, porque tu ley está escrita en mi corazón.” Cuando tengamos el corazón de Jesús, también tendremos la mentalidad de Jesús.” Nosotros podemos poner la ley en nuestras espaldas o podemos ponerla en nuestra mente. Pero no podemos poner la ley en nuestros corazones, sólo el Espíritu Santo es quien puede hacerlo. Esto es a lo que Jesús se refería cuando le dijo a Nicodemo, “tienes que nacer de nuevo”. Lo que estoy diciendo es simplemente esto: una persona que esté llena del Espíritu Santo no es una persona exenta de decidir entre el bien y el mal. De hecho, la persona llena del Espíritu es la única que puede hacerlo.
El punto que quiero resaltar es que el Espíritu no trabaja primordialmente al nivel de lo que dices o haces. Esto tendrás que decidirlo tú. El prefiere trabajar al nivel de lo que eres. La promesa es que “te daré un nuevo espíritu y pondré mi espíritu en tu ser.” El Espíritu Santo nunca podrá morar totalmente en medio nuestro hasta que cada uno de nosotros le permitamos que nos dé un nuevo espíritu. Hablemos ahora un poco del papel que juega nuestra conciencia en la vida cristiana en relación al Espíritu Santo.
Como les había dicho hace unos minutos, creo que el punto de contacto, donde nuestro espíritu se encuentra con el Espíritu de Dios es la conciencia. De hecho, aunque de una forma simplificada, si podemos decir que Dios nos habla, es por medio de la conciencia. Es por esta razón que en cualquier discusión o estudio del Espíritu Santo debe incluirse el papel que juega la conciencia. La conciencia es el centro nervioso espiritual. El lugar donde conocemos a Dios y la base de donde el Espíritu Santo, de una forma milagrosa, llama a nuestra voluntad y nos suplica que le permitamos entrar para cambiar nuestra naturaleza y convertirla en el carácter de Jesús.
Escuchen las palabras de Dios relacionadas con la importancia de tener una conciencia limpia. Sin embargo comúnmente conectamos la conciencia con la culpabilidad. Últimamente la palabra “culpabilidad” se ha convertido en una mala palabra. Pero recuerden que la culpabilidad es una función natural de la conciencia. El secreto de ser limpio de culpa no es suprimir la conciencia o golpearla con una plancha caliente, sino mas bien arrepentirnos de nuestros pecados y confesar nuestros errores a Dios y al hombre. Recuerden una cosa, que no puede haber un verdadero reavivamiento sin confesión y arrepentimiento.
Recuerden que no puede existir una curación verdadera de un sentimiento de culpa si no hay confesión. La promesa dice así “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo como para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia.” La primera función del Espíritu es convencernos de pecado. Esto se hace al nivel de la conciencia. Un cristiano que no tenga su conciencia clara ante Dios y los hombres, nunca podrá pretender que el Espíritu Santo more en él. Es por esto que es imperativo que cualquier estudio sobre el Espíritu Santo debe necesariamente incluir confesión y perdón de pecados. Porque esta es la razón de su existencia, poner al pecado a la mayor luz posible. El pecado sin confesar es el pecado imperdonable.
Es gracioso como a veces inventamos tantas excusas que nos impiden la confesión de pecados. Típicamente tendremos mas de 100 razones por las cuales no debemos excusarnos con alguien. Usualmente sonará así, “yo me equivoqué, pero ellos se equivocaron también,” o “yo te pido perdón si tu me pides perdón a mí también,” o “no hubiera hecho eso si no fuera por...” La primera función del Espíritu Santo es convencernos de pecado, por la sencilla razón de que hay caminos que le parecen bien a los hombres pero el final de los mismos es muerte.
Otra función del Espíritu Santo es de convencernos de juicio. En otras palabras que nosotros somos responsables. A pesar de todo lo que nos están diciendo en estos días acerca de que cada uno debe echarle la culpa al otro por su condición actual, la realidad es que, nos guste o no, algún día tendremos que pararnos en el juicio frente al trono de Dios y dar cuenta de cada una de las fases de nuestras vidas. Claro, que cubiertos con la justicia y la sangre de Cristo como una parte fundamental de nuestras vidas, nosotros como hijos de Dios, no tenemos a que temerle en el juicio final.
Otro aspecto del Espíritu Santo es el de convencernos de justicia. El Espíritu Santo de Dios es el que, si me permiten usar la ilustración, nos hace un transplante de órgano. El nuevo nacimiento es un fenómeno dinámico del Espíritu Santo, pero para evitar el rechazo del nuevo corazón tenemos que morir al yo. Porque nuestra naturaleza está en guerra con Dios.
Pero volviendo al asunto de la conciencia otra vez. Dado que la conciencia es el punto de contacto, la meta de la vida cristiana es tener una conciencia lo más sensitiva posible. ¿Se dan cuenta? Una conciencia clara, firmemente atada al Espíritu Santo nos da la habilidad de discernir entre lo bueno y lo malo. Esta habilidad que recibimos es una bendición especial del Espíritu Santo. La conciencia no es sólo el punto de convicción pero también es el punto donde él nos enseña.
Repaso
La conciencia es el punto de contacto con el Espíritu Santo, es su comunicador – un tipo de indicador– un radar, si le podemos llamar así. Recuerden, Dios es Dios y yo soy yo, aun cuando el Espíritu Santo more en mí. ¿Quién soy yo? ¿Qué soy yo? Lo que más se acerca a esta definición es que yo soy mi voluntad. Yo sé quien soy porque tengo voluntad propia, en cierto sentido mi voluntad soy yo. A medida que el Espíritu Santo comunica la palabra de Dios por medio de la conciencia, es mi voluntad la que tiene que responder. Mi voluntad soy yo.
Recuerden que el Espíritu Santo no nos controlará, es nuestra voluntad la que nos controla. En cambio el Espíritu sí nos:
1. Comunicará la voluntad de Dios por medio de su palabra.
2. Nos dará fuerzas para resistir tendencias heredadas y cultivadas hacia el pecado cuando se lo pidamos.
3. Creará una nueva vida, dentro de lo más profundo de nuestro ser, si se lo pedimos. Pero recuerden, esto lleva una secuencia de eventos. Él no hará el #3 a menos que le permitamos que nos purifique por medio de la Palabra, y nos limpie de toda injusticia. No puede haber una nueva vida sin haber muerto a la vieja vida. Aquí es donde nosotros estamos frustrando los intentos del Espíritu.
¡Qué regalo mas precioso de Dios! ¡El Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo morando en nosotros! Recuerden, nuestra conciencia es el punto donde él se comunica con nosotros. Por nuestra parte, se requiere nuestra voluntad – Pide y se te concederá. Busca y encontrarás, toca y se te abrirán las puertas. Al entregarle nuestra voluntad esto le permite bendecir nuestras vidas de muchas maneras maravillosas. Por medio del Espíritu, Cristo mora con nosotros, por medio del Espíritu estamos sellados para la redención y, lenta pero seguramente, asentados en la verdad para no flaquear.
Invitación
¿Cómo está nuestra conciencia? ¿Tu conciencia? ¿Hemos confesando nuestros pecados a Dios y le hemos pedido perdón? ¿Hemos hecho daño a otro y no le hemos dicho “lo siento estaba equivocado, le pido perdón? ¿Tenemos rencor en nuestros corazones contra alguien? ¿Hemos perdonado a aquellos que nos han hecho daño? El Espíritu Santo nos dará fuerzas para hacerlo.
Cuando una persona está llena del Espíritu Santo, actuará bajo la voz de su conciencia. Tenemos que mantener nuestra conciencia limpia, así como mantenemos nuestros anteojos o los cristales de los carros limpios. Es más fácil brincar, aplaudir, caerse de espaldas, o tener un servicio de sanación, que confesar nuestros pecados y arrepentirnos.
Llamado a una oración de confesión.
Textos de importancia:.
Hechos 24:16 (DHH) “Por eso procuro tener siempre limpia mi conciencia delante de Dios y de los hombres.”
2Corintios 1:12 (DHH) “Hay algo que nos causa satisfacción, y es que nuestra conciencia nos dice que nos hemos portado limpia y sinceramente en este mundo, y especialmente entre ustedes. Esto no se debe a nuestra propia sabiduría, sino a que Dios en su bondad nos ha ayudado a vivir así.”
1Timoteo 1:18,19 (DHH) “Timoteo, hijo mío, te doy este encargo para que pelees la buena batalla con fe y buena conciencia, conforme a lo que antes dijeron los hermanos que antes hablaron de ti en nombre de Dios. Algunos por no haber hecho caso a su conciencia, han fracasado en su fe.”
1Pedro 3:16 (DHH) “Pero háganlo con humildad y respeto. Pórtense de tal modo que tengan tranquila su conciencia, para que los que hablen mal de su buena conducta como creyentes en Cristo, se avergüencen de sus propias palabras.”

Los Enemigos de Una Vida Llena del Espíritu

Durante esta semana los he estado llamando a una vida santa. En realidad esta vida santa va más allá del estilo de vida de los hombres y mujeres del antiguo testamento, esta vida santa va más alla del pentecostés. Se trata de una experiencia para que el Espíritu Santo nos llene completamente y a su vez tenga cumplimiento la escritura que dice: “Es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria,” “Permite que esta mente sea como la de Cristo.” Una experiencia que le de credibilidad a las palabras: “Me deleito en hacer tu voluntad, oh mi Dios, y tu ley esta escrita en mi corazón.”
Ahora en el 2000 esta experiencia de estar llenos del Espíritu Santo, finalmente exhibirá un comportamiento que no se veía desde los días del pentecostés. Y este comportamiento es que la gente guardará los mandamientos sin restarle el 10% como típicamente se hace. Pero de algo si pueden estar seguros: el Espíritu Santo en el 2000 nos dirigirá a toda la verdad.
“Porque hasta vergüenza da hablar de lo que ellos hacen en secreto.” Efesios 5:12. “Por último, hermanos, piensen en todo lo verdadero, en todo lo que es digno de respeto, en todo lo recto, en todo lo puro, en todo lo agradable, en todo lo que tiene buena fama. Piense en todo lo que es bueno y merece alabanza.” Filipenses 4:8. El espíritu del hombre es sordo, mudo y ciego. Requiere el cuerpo con sus cinco sentidos si quiere comunicar algo o recibir una comunicación. Una persona totalmente llena del Espíritu Santo será super precavida de no permitir que por sus cinco sentidos pase cualquier cosa que pueda deshonrarlo.
Porque el templo de Dios es santo o sea el templo que somos. Dios nos ordena “debes ser santo como yo soy Santo.” Aquel que profane el templo de Dios, será destruido por Dios mismo. Sí, cualquier cosa impura quedará fuera del cielo. Apocalipsis 21:27 dice que nada impuro entrará al cielo. Entonces podemos deducir que cualquier cosa que profane nuestras almas y ofenda nuestro santo visitante debe ser dejada afuera. Soy sumamente dogmático y estrecho de mente cuando hablo sobre este asunto, tan dogmático como un doctor que te diría que el cianuro mata.
El tema de hoy, el último de la serie: “Mas allá del Pentecostés,” lo he titulado ‘Enemigos de una vida llena del Espíritu.’ En un sentido, ha sido mejor que sea el último de los temas, porque si lo hubieras oído primero, quizás te habrías sentido tan incómodo que no hubieses querido volver para oír el resto. Pero, si has escuchado los otros sermones de esta serie y has hecho el compromiso de orar por el asunto, y si has tomado la decisión de que quieres llenarte con la presencia del Espíritu Santo de Cristo en tu vida y lo has recibido en tu vida y estás dispuesto a decir, “sí, yo tengo el Espíritu Santo, entonces podrás entender claramente lo que les voy a presentar y aunque éstas pueden ser palabras fuertes, me dirán: “pastor, tiene usted toda la razón.”
Antes de comenzar vamos a orar. “Padre Santo... por años tu Espíritu Santo nos ha hablado y ha estado trabajando con nosotros a nuestro alrededor. Te damos gracias porque tu Espíritu nos convence de pecado, de justicia y de juicio. Ahora, Santo Padre, muchos de nosotros hemos pedido que el Espíritu Santo more en nosotros, para que viva con nosotros en su totalidad, Señor. Tú dijiste que le darías tu Espíritu a todos los que te lo pidieran y gracias porque estás contestando nuestras oraciones; pero para muchos de nosotros esto es una nueva relación y conlleva una responsabilidad enorme. Enséñanos como vivir con tu santa presencia no sólo ahora pero por los siglos de los siglos. Amén.”
El cristiano que continua e innecesariamente se expone a escenas que ofenderían a Dios, está dirigiéndose al fracaso en su vida cristiana: y aunque pida el Espíritu Santo un millón de veces, jamás podrá recibirlo y aunque lo haya recibido en algún momento, difícilmente su vida podrá continuar llena del Espíritu. Y aunque alguna vez disfrutara del Espíritu Santo en su vida, lo perderá y peor aún, como reemplazo recibirá un espíritu engañador el cual se proyectará como el espíritu verdadero. Como el piloto de un avión les diría a sus pasajeros, les digo ahora: “por favor cierren las mesas, pongan los asientos en su posición vertical y abróchense los cinturones por el resto del sermón”.
Les suplico que al menos me escuchen. Les voy a hablar abierta y francamente, de hermano a hermano. El hecho de que ustedes crean o no lo que les voy a decir, no es algo entre ustedes y yo. Dado que tengo la esperanza de que ya han invitado al Espíritu Santo a vivir en sus vidas, esto se convierte en un asunto entre ustedes y el Santo Huésped. Si en algún momento han vacilado a medida que han escuchado los sermones de esta semana, lo que les diré ahora, los ayudará a tomar una decisión de uno u otro lado.
Creo de todo corazón que la forma como muchos cristianos miran la televisión, provee un ambiente hostil a la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Por favor, ¡no me apaguen! ¡escúchenme! Creo de todo corazón y lo sé por experiencia, que la televisión neutraliza el hambre espiritual y hace impotente la devoción cristiana. La televisión es simplemente un artefacto electrónico, su electricidad no es diabólica, pero los programas que ven muchos cristianos, son una clara evidencia de que definitivamente aman al mundo y cualquiera que ama al mundo, tarde o temprano dejará de sentir el amor del Padre.
Creo de todo corazón que una persona que esté tomando en serio el recibir el Espíritu Santo y su presencia constante tiene que tomar una decisión con respecto a la televisión. Lo que es el cigarrillo para tu salud física es la televisión para tu salud espiritual. Si creen que estoy histérico con el asunto y que estoy exagerando al respecto, entonces explíquenme como reconciliamos la televisión según la ven muchos cristianos y las palabras de Jesús: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.”
Si creen que me he convertido en una fanático al respecto, entonces explíquenme cómo reconciliamos la televisión según la miran muchos cristianos... y las palabras de Dios cuando nos dice: “Finalmente mis hermanos, cualquier cosa que sea cierta, cualquier cosa que sea honesta, todo lo que sea justo, todo lo que sea puro, todo lo que sea amoroso, todo lo que sea de buen nombre, si hay algo de valor o de alabanza, en esto pensad.”
Una persona podría decirme, “Pastor, lo mucho que ha aprendido lo ha hecho mal pensado, usted no me conoce, gané tres almas el año pasado. Soy maestro de Escuela Sabática, de hecho, soy el pastor de mi iglesia y yo veo televisión.” Escúchenme, les ruego que me escuchen, me preocupa que su conciencia ya esté sellada con una plancha caliente. Porque si continua e innecesariamente nos exponemos a cosas diabólicas, destruiremos nuestra habilidad de discernir entre lo bueno y lo malo. Si no creen lo que les estoy diciendo, ustedes pueden probar mi teoría apagando el televisor por seis meses luego, al final de los seis meses, hablaremos otra vez.
La televisión ha traído una desvastación espiritual y social a nuestra generación. No necesitamos un presupuesto de cinco millones de dólares ni hacer una encuesta a 5,000 personas para reconocer el efecto de la televisión y la devastación social y espiritual que está afectando nuestra generación. Solo tenemos que ver como nos afecta personalmente y a nuestras familias. Algunos dicen, “pero la televisión es un maravilloso instrumento educacional y evangelístico” literalmente depende de como se la mire. Sí es cierto que el huracán Hugo subió el nivel del agua de los lagos de abastecimiento, pero más importante aún fue que trajo muerte, sufrimiento y billones en pérdidas. Sí, todo depende de como se mire... las erupciones volcánicas cubren la tierra con ricos minerales y sedimentos naturales, pero más importante aún es que se pierden vidas, y poblados completos quedan enterrados para siempre. Los volcanes pueden afectar hasta el clima en grandes secciones del planeta.
¿Necesito hablarles más del asunto? Una persona que puede sumar 2+2 puede identificar como la televisión impacta nuestras vidas. Nos aumenta el nivel de estrés en nuestra vida.
1. Estrés -Dios te da suficiente para tus problemas, pero no para los problemas de todo el mundo.
2. Deudas - La propaganda para que compremos cosas materiales nos deja insatisfechos con nuestra vida real. Te dan deseos de tumbar tu casa, botar tu carro. Hasta te dan deseos de hacerte una cirugía plástica. Influye en los hábitos de hacer compras.
3. Moral - Productores de mente enferma.
4. Comunicación con la familia - Programas de televisión que sólo son fantasía, se convierten en el tema de conversación. ¿Se dan cuenta? ...Puras fantasías se convierten en realidad en nuestra mente.
5. Emociones - Viaje a Universal Studios, lloran, se asustan. Exponiendo mis sentimientos por algo que ni siquiera es cierto.
6. Impacto en la Cultura - ropa, vocabulario, dieta.
7. Impacto en como criamos nuestros hijos - Nunca les dije a mis niños que no vieran la TV, simplemente nunca les compramos un televisor. Hay padres que dicen: “nosotros controlamos los programas que los niños ven,” pero como padres al fín, nuestros niños no estarán de acuerdo con los reglamentos que impondremos en este sentido, aun entre el esposo y la esposa, siempre hay uno que es más débil espiritualmente que el otro, y el control de programas puede traer problemas entre ellos.
La TV no es el único impedimento para una vida llena del Espíritu Santo. Hay otro asunto y es la música. Mucha de la música, aun la que llamamos cristiana, que se nos presenta hoy en día es mundana, sensual y diabólica. Algunos dicen que la música es un asunto de gusto personal, y esto es muy cierto. Una vez una persona me dijo que recibe una bendición espiritual cada vez que escucha “rock pesado” religioso.
Si tú y yo no estamos llenos del Espíritu Santo, –la música se queda a un nivel de gusto personal, pero cuando el Espíritu Santo llena nuestras vidas el asunto se torna en “qué tipo de música es la que agrada a Dios?” Algunos dicen, “pero a Dios le gusta cualquier clase de música después que sea para su gloria.” Primero que nada, cómo podemos decir que a Él le gusta cualquier clase de música, cuando a nosotros no nos gusta toda clase de música? En segundo lugar, cualquier música no puede considerarse para la gloria de Dios, de la misma forma que no podemos decir que todo lo que nos podemos comer sirve para alimentarnos. Pero ya está bueno de esto, simplemente creo y digo por mi propia experiencia que a medida que permitamos que el Espíritu Santo llene nuestras vidas, este proceso también cambiará nuestro gusto por la música. Yo creo que Jesús no andaba con pecadores que les gustaba el pecado, sino más bien con pecadores que estaban tratando de despojarse del pecado.
Personalmente, no puedo imaginarme a Jesús, de quien sabemos convirtió a prostitutas, andando por distritos donde se mercadea la prostitución, o visitando librerías pornográficas para tratar de ‘salvar’ a los pervertidos que se encuentran allí. Las escrituras nos dicen: “¿puede una persona tocar el fuego sin quemarse?
Una persona llena del Espíritu va a ministrar a los pecadores no al pecado. Una persona llena del Espíritu será guiada, a medida que se mueve en este ambiente pecaminoso, por la oración de Jesús que dice... “Padre no te pido que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.”
Otro enemigo para una vida llena del Espíritu puede ser causado por la lectura incorrecta. La palabra escrita es la mejor herramienta que Dios hizo para salvar al mundo, pero desafortunadamente es la mejor herramienta del diablo para destruir al hombre también. Si tú has recibido el Espíritu Santo en tu vida durante esta semana, definitivamente ahora serás más cuidadoso con el tipo de libros que lees y el tipo de revistas que miras. Algunos cristianos continuamente envenenan sus mentes con su lectura y el tipo de revistas que compran. Es posible que algunos de ustedes anteriormente estuvieran haciendo algunas de estas cosas, pero si en algún momento practicamos estas cosas, hagamos lo que el apóstol Pablo relata en su carta a los Corintios, si en verdad has recibido al Espíritu Santo de todo corazón, harás lo que hicieron los efesios que quemaron en una fogata los libros y revistas diabólicas.
Muchos cristianos que han aceptado la salvación todavía están dudando entre dos opiniones. Dicen: Queremos ser salvos, pero realmente no creemos que ver las telenovelas puede hacer una diferencia.
Las buenas noticias van ahora.. Ahora que has invitado y recibido al Espíritu Santo en tu corazón, tu mente esta ya determinada. Ahora podrás ver como la luz no tiene relación con la oscuridad. Sabemos de todo corazón que no podemos estar de los dos lados a la misma vez y que la amistad con el mundo implica que estamos en contra de Dios, y si somos amigos del mundo, definitivamente le estamos diciendo a Dios de qué lado estamos.
Durante esta semana hemos presentado una serie de sermones que hemos titulado: Mas Allá del Pentecostés, quizás ustedes me dirán: “Pastor O’Ffill, usted nos ha pedido que recibamos el Espíritu Santo, ¿tienes usted el Espíritu Santo? ¿Lo ha recibido usted?” ¡Sí! Jesús me prometió darme el Espíritu Santo si se lo pedía. Así lo hice, ... y Él me lo ha dado. “Pastor, esto quiere decir que ahora se considera mejor que cualquier otra persona?”
“Hermanos, no considero que yo mismo lo haya alcanzado ya, pero uno una cosa hago; olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio para el que Dios me ha llamado, al cielo en Cristo.” Algunos dirán. “Pero esto me suena a justificación por obras.” No, mi hermano, hermana, si entienden esto me han mal interpretado, no les he estado hablando de justificación por las obras, pero mas bien los resultados de la fe que surgen de una vida llena del Espíritu.
Mientras oramos juntos, agradezcamos a Dios que Él nos ha dado el Espíritu Santo para que more en nosotros. ¡Demos gracias por su invisible regalo!

11/03/2010

ÉL TAMBIÉN PARTICIPÓ DE LO MISMO

El primer capítulo de Hebreos muestra que la semejanza de Cristo con Dios no lo es simplemente en la forma o representación, sino también en la propia sustancia; y el segundo capítulo revela con la misma claridad que su semejanza con el hombre no lo es simplemente en la forma o representación, sino en la sustancia misma. Es semejanza con los hombres, tal como éstos son en todo respecto, exactamente tal como son. Por lo tanto, está escrito: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios... y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros" (Juan 1:1-14).

Y que eso se refiere a semejanza al hombre tal como éste es en su naturaleza caída –pecaminosa- y no tal como fue en su naturaleza original –impecable-, se constata en el texto: "vemos... por el padecimiento de muerte, a aquel Jesús que es hecho un poco menor que los ángeles". Por lo tanto vemos que Jesús fue hecho, en su situación como hombre, de la forma en que el hombre era, cuando éste fue sujeto a la muerte.

Por lo tanto, tan ciertamente como vemos a Jesús hecho menor que los ángeles, hasta el padecimiento de muerte, vemos demostrado con ello que, como hombre, Jesús tomó la naturaleza del hombre tal como es éste desde que entró la muerte; y no la naturaleza del hombre tal como era antes de ser sujeto a la muerte.

Pero la muerte entró únicamente a causa del pecado: la muerte nunca habría podido entrar, de no haber entrado el pecado. Y vemos a Jesús hecho un poco menor que los ángeles, por el padecimiento de muerte. Por lo tanto, vemos a Jesús hecho en la naturaleza del hombre, como el hombre era desde que éste pecó, y no como era antes que el pecado entrase. Lo hizo así para que fuese posible que "gustase la muerte por todos". Al hacerse hombre, para poder alcanzar al hombre, debía venir al hombre allí donde éste está. El hombre está sujeto a la muerte. De manera que Jesús debía hacerse hombre, tal como es éste desde que fue sujeto a la muerte.
"Porque convenía que aquel por cuya causa son todas las cosas, y por el cual todas las cosas subsisten, habiendo de llevar a la gloria a muchos hijos, hiciese consumado por aflicciones al autor de la salud de ellos". Heb. 2:10. Así, haciéndose hombre, convenía que viniese a ser hecho tal como el hombre es. El hombre está sometido a sufrimiento, por lo tanto, convenía que viniese allí donde el hombre está, en sus sufrimientos.

Antes de que el hombre pecase, no estaba en ningún sentido sujeto a sufrimientos. Si Jesús hubiese venido en la naturaleza del hombre tal como éste era antes que entrase el pecado, eso no habría sido más que venir en una forma y en una naturaleza en las cuales habría sido imposible para él conocer los sufrimientos del hombre, y por lo tanto no hubiese podido alcanzarlo para salvarlo. Pero dado que "convenía que aquel por cuya causa son todas las cosas, y por el cual todas las cosas subsisten, habiendo de llevar a la gloria a muchos hijos, hiciese consumado por aflicciones al autor de la salud de ellos", está claro que Jesús, al hacerse hombre, compartió la naturaleza del hombre como éste es desde que vino a ser sujeto al sufrimiento, y sufrimiento de muerte, que es la paga del pecado.

Leemos: "Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo" (vers. 14). Cristo, en su naturaleza humana, tomó la misma carne y sangre que tienen los hombres. En una sola frase encontramos todas las palabras que cabe emplear para hacer positiva y clara la idea.

Los hijos de los hombres son participantes de carne y sangre; y por eso, él participó de carne y sangre.

Pero eso no es todo: además, participó de la misma carne y sangre de la que son participantes los hijos.

Es decir, participó -de igual manera- de la misma carne y sangre que los hijos.
El Espíritu de la inspiración desea hasta tal punto que esa verdad sea clarificada, destacada y comprensible para todos, que no se contenta con utilizar menos que todas cuantas palabras puedan usarse para hablarnos de ello. Y es así como se declara que tan precisa y ciertamente como "los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo" -de la misma carne y sangre.

Y eso lo hizo para "por la muerte... librar a los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos a servidumbre". Participó de la misma carne y sangre que nosotros tenemos en la servidumbre al pecado y el temor de la muerte, a fin de poder liberarnos de la servidumbre al pecado y el temor de la muerte.

Así, "el que santifica y los que son santificados, de uno son todos: por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos".

Esta gran verdad del parentesco de sangre, la hermandad de sangre de Cristo con el hombre, se enseña en el evangelio en Génesis. Cuando Dios hizo su pacto eterno con Abraham, las víctimas de los sacrificios se cortaron en dos trozos, y Dios y Abraham pasaron entre ambas partes (Gén. 15:8-18; Jer. 34:18 y 19; Heb. 7:5 y 9). Por medio de este acto el Señor entraba en el pacto más solemne de los conocidos por los orientales y por toda la humanidad: el pacto de sangre, haciéndose así hermano de sangre de Abraham, una relación que sobrepasa cualquier otra en la vida.

Esta gran verdad del parentesco de sangre de Cristo con el hombre se desarrolla aún más en el evangelio en Levítico. En el evangelio en Levítico encontramos el registro de la ley de la redención –o rescate- del hombre y sus heredades. Cuando alguno de los hijos de Israel había perdido su heredad, o bien si él mismo había venido a ser hecho esclavo, existía provisión para su rescate. Si él era capaz de redimirse, o de redimir su heredad por sí mismo, lo hacía. Pero si no era capaz por sí mismo, entonces el derecho de rescate recaía en su pariente de sangre más próximo. No recaía meramente en algún pariente próximo entre sus hermanos, sino precisamente en aquel que fuese el más próximo en parentesco, con tal que éste pudiera (Lev. 25:24-28, 47-49; Ruth 2:20; 3:9, 12 y 13; 4:1-14).

Así, según Génesis y Levítico, se enseñó durante toda esa época lo que encontramos aquí enunciado en el segundo capítulo de Hebreos: la verdad de que el hombre ha perdido su heredad y él mismo está en esclavitud. Y dado que por sí mismo no se puede redimir, ni puede redimir su heredad, el derecho de rescate recae en el pariente más próximo que pueda hacerlo. Y Jesucristo es el único en todo el universo que tiene esa capacidad.

Pero para ser el Redentor debe tener, no sólo el poder, sino también el parentesco de sangre. Y debe ser, no solamente próximo, sino el pariente de sangre más próximo. Así, "por cuanto los hijos" –los hijos del hombre que perdió la heredad– "participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo". Compartió con nosotros la carne y sangre en su misma sustancia, haciéndose así nuestro pariente más próximo. Por ello puede decirse con respecto a él y a nosotros: "de uno son todos: por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos".

Pero la Escritura no se detiene aquí, una vez constatada esa verdad capital. Dice más: "Porque ciertamente no tomó a los ángeles, sino a la simiente de Abraham tomó. Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos", siendo hecho él mismo hermano de ellos en la confirmación del pacto eterno.

Y eso lo hizo con un fin: "porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados", ya que se puede "compadecer de nuestras flaquezas", habiendo sido "tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (Heb. 4:15). Habiendo sido hecho en su naturaleza humana, en todas las cosas como nosotros, pudo ser -y fue- tentado en todas las cosas como lo somos nosotros. La única forma en la que él podía ser "tentado en todo según nuestra semejanza" es siendo hecho "en todo semejante a los hermanos".

Puesto que en su naturaleza humana es uno de nosotros, y puesto que "él mismo tomó nuestras enfermedades" (Mat. 8:17), puede "compadecerse de nuestras enfermedades". Habiendo sido hecho en todas las cosas como nosotros, cuando fue tentado sintió justamente como sentimos nosotros cuando somos tentados, y lo conoce todo al respecto: y de esa forma es poderoso para auxiliar y salvar plenamente a todos cuantos lo reciben. Dado que en su carne, y como él mismo en la carne, era tan débil como lo somos nosotros, no pudiendo por él mismo "hacer nada" (Juan 5:30), cuando "llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores" (Isa. 53:4) y fue tentado como lo somos nosotros -sintiendo como nosotros sentimos-, por su fe divina lo conquistó todo por el poder de Dios que esa fe le traía, y que en nuestra carne nos ha traído a nosotros.

Por lo tanto "llamarás su nombre Emmanuel, que declarado es: con nosotros Dios". No solamente Dios con él, sino Dios con nosotros. Dios era con él desde la eternidad, y lo hubiese podido seguir siendo aunque no se hubiera dado por nosotros. Pero el hombre, por el pecado, quedó privado de Dios, y Dios quiso venir de nuevo a nosotros. Por lo tanto, Jesús se hizo "nosotros", a fin de que Dios con él pudiese venir a ser "Dios con nosotros". Y ese es su nombre, porque eso es lo que él es. Alabado sea su nombre.

Y esa es "la fe de Jesús", y su poder. Ese es nuestro Salvador: uno con Dios y uno con el hombre; "en consecuencia, puede también salvar plenamente a los que por él se acercan a Dios".

DIOS SIMPRE DA EL MEJOR A USTED

05/03/2010

UN SACERDOTE TAL

"Así que, la suma acerca de lo dicho es: Tenemos tal pontífice que se asentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos; Ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre" (Heb. 8:1 y 2).

Esta es "la suma" o esencia del sumo sacerdocio de Cristo, tal como presentan los primeros siete capítulos de Hebreos. Dicha "suma" o conclusión no es simplemente el hecho de que tengamos un sumo sacerdote, sino específicamente que tenemos un tal sumo sacerdote. "Tal" significa "de cierta clase o tipo", "de unas características tales", "que es como se ha mencionado o especificado previamente, no diferente o de otro tipo".

Es decir, en lo que precede (los primeros siete capítulos de la epístola a los Hebreos) debe haber especificado ciertas cosas en relación con Cristo en tanto que sumo sacerdote, ciertas calificaciones por las que fue constituido sumo sacerdote, o ciertas cosas que le conciernen como sumo sacerdote, que quedan asumidas en esta afirmación: "Así que, la suma acerca de lo dicho es: Tenemos un tal sumo sacerdote".

Para comprender esta escritura, para captar el verdadero alcance e implicaciones de tener "un sumo sacerdote tal", es pues necesario examinar las partes anteriores de la epístola. La totalidad del capítulo séptimo está dedicada al estudio de ese sacerdocio. El capítulo sexto concluye con la idea de su sacerdocio. El quinto está dedicado casi íntegramente a lo mismo. El cuarto termina con él; y el cuarto capítulo no es sino una continuación del tercero, que empieza con una exhortación a "considerar el Apóstol y Pontífice [sumo sacerdote] de nuestra profesión, Cristo Jesús". Y eso, como conclusión de lo que se ha expuesto con anterioridad. El segundo capítulo termina con la idea de Cristo en tanto que "misericordioso y fiel Pontífice", y una vez más, también a modo de conclusión de cuanto lo ha precedido en los primeros dos capítulos, ya que aunque haya dos capítulos, el tema es el mismo.

Lo comentado muestra claramente que por sobre cualquier otro, el gran tema de los primeros siete capítulos de Hebreos es el sacerdocio de Cristo; y que las verdades allí enunciadas, sea en una u otra forma, no son más que diferentes presentaciones de la misma gran verdad de su sacerdocio, resumido todo ello en las palabras: "tenemos tal pontífice".

Por lo tanto, habiendo descubierto la verdadera importancia y trascendencia de la expresión "tenemos tal pontífice", lo que procede es comenzar desde el mismo principio, desde las primeras palabras del libro de Hebreos, y mantener presente la idea hasta llegar a "la suma acerca de lo dicho", fijando siempre la atención en que el pensamiento central de todo cuanto se presenta es "tal pontífice", y que en todo cuanto se dice, el gran propósito es mostrar a la humanidad que "tenemos un sumo sacerdote tal". Por plenas y ricas que puedan ser las verdades en sí mismas en relación con Cristo, hay que mantener siempre en la mente que esas verdades allí expresadas tienen por objetivo final el mostrar que "tenemos tal pontífice". Y estudiando esas verdades tal como se nos presentan en la epístola, deben considerarse como subordinadas o tributarias a la gran verdad que se define como "la suma acerca de lo dicho": que "tenemos tal pontífice".

En el segundo capítulo de Hebreos, como conclusión del argumento presentado, leemos: "Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel pontífice en lo que es para con Dios". Aquí se establece que la condescendencia de Cristo, el hacerse semejante a la humanidad, el ser hecho carne y sangre y morar entre los hombres, fueron necesarios a fin de poder "venir a ser misericordioso y fiel pontífice". Ahora bien, para poder apreciar la magnitud de su condescendencia y cuál es el significado real de su estar en la carne, como hijo de hombre y como hombre, es necesario primeramente saber cuál fue la magnitud de su exaltación como hijo de Dios y como Dios, y ese es el tema del primer capítulo.

La condescendencia de Cristo, su posición y su naturaleza al ser hecho carne en esta tierra, nos son reveladas en el segundo capítulo de Hebreos más plenamente que en cualquier otra parte de las Escrituras. Pero eso sucede en el segundo capítulo. El primero le precede. Por lo tanto, la verdad o tema del capítulo primero, es imprescindiblemente necesaria para el segundo. Debe comprenderse plenamente el primer capítulo para poder captar la verdad y concepto expuestos en el segundo.

En el primer capítulo de Hebreos, la exaltación, la posición y la naturaleza de Cristo tal cuales eran en el cielo, antes de que viniese al mundo, nos son dadas con mayor plenitud que en cualquier otra parte de la Biblia. De lo anterior se deduce que la comprensión de la posición y la naturaleza de Cristo tal como eran en el cielo, resulta esencial para comprender su posición y naturaleza tal como fue en la tierra. Y puesto que "debía ser en todo" tal cual fue en la tierra, "para venir a ser misericordioso y fiel pontífice", es esencial conocerlo tal cual fue en el cielo. Esto es así ya que una cosa precede a la otra, constituyendo, por lo tanto, parte esencial de la evidencia que resume la expresión "tenemos tal sumo sacerdote".

CRISTO : DIOS

¿Cuál es, pues, la consideración con respecto a Cristo, en el primer capítulo de Hebreos?
Primeramente se presenta a "Dios" el Padre como quien habla al hombre. Como Aquel que habló "en otro tiempo a los padres, por los profetas", y como el que "en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo".

Así nos es presentado Cristo, el Hijo de Dios. Luego se dice de Cristo y del Padre: "al cual [el Padre] constituyó heredero de todo, por el cual [el Padre, por medio de Cristo] asimismo hizo el universo". Así, previamente a su presentación, y a nuestra consideración como sumo sacerdote, Cristo el Hijo de Dios se nos presenta siendo con Dios el creador, y como el Verbo o Palabra activa y vivificante: "por el cual, asimismo, hizo el universo".

A continuación, del propio Hijo de Dios, leemos: "el cual, siendo el resplandor de su gloria [la de Dios], y la misma imagen de su sustancia [la sustancia de Dios], y sustentando todas las cosas con la palabra de su potencia, habiendo hecho la purgación de nuestros pecados por sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas".

La conclusión es que en el cielo, la naturaleza de Cristo era la naturaleza de Dios. Que él, en su persona, en su sustancia, es la misma imagen, el mismo carácter de la sustancia de Dios. Equivale a decir que en el cielo, de la forma en que existía antes de venir a este mundo, la naturaleza de Cristo era la naturaleza de Dios en su misma sustancia.

Por tanto, se dice de él posteriormente que "hecho tanto más excelente que los ángeles, cuanto alcanzó por herencia más excelente nombre que ellos". Ese nombre más excelente es el nombre "Dios", que en el versículo octavo el Padre da al Hijo: "(mas al Hijo): tu trono, oh Dios, por el siglo de siglo".

Así, es tanto mas excelente que los ángeles, cuanto lo es Dios en comparación con ellos. Y es por eso que él tiene más excelente nombre. Nombre que no expresa otra cosa que lo que él es, en su misma naturaleza.

Y ese nombre lo tiene "por herencia". No es un nombre que le sea otorgado, sino que lo hereda.
Está en la naturaleza de las cosas, como verdad eterna, que el único nombre que una persona puede heredar es el nombre de su padre. Ese nombre de Cristo, ese que es más excelente que los ángeles, no es otro que el de su Padre, y el nombre de su Padre es Dios. El nombre del Hijo, por lo tanto, el que le pertenece por herencia, es Dios. Y ese nombre, que es más excelente que el de los ángeles, le es apropiado, ya que él es "tanto más excelente que los ángeles". Ese nombre es Dios, y es "tanto más excelente que los ángeles" como lo es Dios con respecto a ellos.

A continuación se pasa a considerar su posición y naturaleza, tanto más excelente que la de los ángeles: "Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, hoy yo te he engendrado? Y otra vez: Yo seré a él Padre, y él me será a mí Hijo?" Eso abunda en el concepto referido en el versículo anterior, a propósito de su nombre más excelente; ya que él, siendo el Hijo de Dios -siendo Dios su Padre- lleva "por herencia" el nombre de su Padre, que es Dios: y en cuanto que sea tanto más excelente que el nombre de los ángeles, lo es en la medida en que Dios lo es más que ellos.

Se insiste todavía más, en términos como estos: "Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en la tierra, dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios". Así, es tanto más excelente que los ángeles cuanto que es adorado por ellos, y esto último, por expresa voluntad divina, debido a que en su naturaleza, él es Dios.

Nuevamente se abunda en el marcado contraste entre Cristo y los ángeles: "Y ciertamente de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles espíritus, y a sus ministros llama de fuego. Mas al Hijo: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo".

Y continúa: "Vara de equidad la vara de tu reino; has amado la justicia y aborrecido la maldad; por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros".

Dice el Padre, hablando del Hijo: "Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obras de tus manos. Ellos perecerán, mas tú eres permanente; y todos ellos se envejecerán como una vestidura; y como un vestido los envolverás, y serán mudados; empero tú eres el mismo, y tus años no acabarán".

Nótense los contrastes, y entiéndase en ellos la naturaleza de Cristo. Los cielos perecerán, mas él permanece. Los cielos envejecerán, pero sus años no acabarán. Los cielos serán mudados, pero él es el mismo. Eso demuestra que él es Dios: de la naturaleza de Dios.

Aún más contrastes entre Cristo y los ángeles: "¿A cuál de los ángeles dijo jamás: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? ¿No son todos espíritus administradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de salud?"
Así, en el primer capítulo de Hebreos, se revela a Cristo como más exaltado que los ángeles, como Dios. Y como tanto más exaltado que los ángeles como lo es Dios, por la razón de que él es Dios.

Es presentado como Dios, del nombre de Dios, porque es de la naturaleza de Dios. Y su naturaleza es tan enteramente la de Dios, que es la misma imagen de la sustancia de Dios.
Tal es Cristo el Salvador, espíritu de espíritu, y sustancia de sustancia de Dios.
Y es esencial reconocer eso en el primer capítulo de Hebreos, a fin de comprender cuál es su naturaleza como hombre, en el segundo capítulo.

CRISTO: HOMBRE

La identidad de Cristo con Dios, tal como se nos presenta en el primer capítulo de Hebreos, no es sino una introducción que tiene por objeto establecer su identidad con el hombre, tal como se presenta en el segundo.

Su semejanza con Dios, expresada en el primer capítulo de Hebreos, es la única base para la verdadera comprensión de su semejanza con el hombre, tal como se presenta en el segundo capítulo.

Y esa semejanza con Dios, presentada en el primer capítulo de Hebreos, es semejanza, no en el sentido de una simple imagen o representación, sino que es semejanza en el sentido de ser realmente como él en la misma naturaleza, la "misma imagen de su sustancia", espíritu de espíritu, sustancia de sustancia de Dios.

Se nos presenta lo anterior como condición previa para que podamos comprender su semejanza con el hombre. Es decir: a partir de eso debemos comprender que su semejanza con el hombre no lo es simplemente en la forma, imagen o representación, sino en naturaleza, en la misma sustancia. De no ser así, todo el primer capítulo de Hebreos, con su detallada información, sería al respecto carente de significado y fuera de lugar.

¿Cuál es, pues, esta verdad de Cristo hecho en semejanza de hombre, según el segundo capítulo de Hebreos?

Manteniendo presente la idea principal del primer capítulo, y los primeros cuatro versículos del segundo -los que se refieren a Cristo en contraste con los ángeles: más exaltado que ellos, como Dios-, leemos el quinto versículo del segundo capítulo, donde comienza el contraste de Cristo con los ángeles: un poco menor que los ángeles, como hombre.

Así, leemos: "Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, del cual hablamos. Testificó empero uno en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, que te acuerdas de él? ¿O el hijo del hombre, que lo visitas? Tú le hiciste un poco menor que los ángeles, coronástelo de gloria y de honra, y pusístele sobre las obras de tus manos; todas las cosas sujetaste debajo de sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; mas aún no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Empero vemos [a Jesús]".

Equivale a decir: Dios no ha puesto el mundo venidero en sujeción a los ángeles, sino que lo ha puesto en sujeción al hombre. Pero no el hombre al que originalmente se puso en sujeción, ya que aunque entonces fue así, hoy no vemos tal cosa. El hombre perdió su dominio, y en lugar de tener todas las cosas sujetas bajo sus pies, él mismo está ahora sujeto a la muerte. Y eso por la única razón de que está sujeto al pecado. "El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, y la muerte así pasó a todos los hombres, pues que todos pecaron" (Rom. 5:12). Está en sujeción a la muerte porque está en sujeción al pecado, ya que la muerte no es otra cosa que la paga del pecado.

Sin embargo, sigue siendo eternamente cierto que no sujetó el mundo venidero a los ángeles sino al hombre, y ahora Jesucristo es el hombre.

Es cierto que actualmente no vemos que las cosas estén sometidas al hombre. En verdad, se perdió el señorío sobre todas las cosas dadas a ese hombre particular. Sin embargo, "vemos... a aquel Jesús", como hombre, viniendo a recuperar el señorío primero. "Vemos... a aquel Jesús", como hombre, viniendo para "que todas las cosas le sean sujetas".

El hombre fue el primer Adán: ese otro Hombre es el postrer Adán. El primero fue hecho un poco menor que los ángeles. Al postrero –Jesús- lo vemos también "hecho un poco menor que los ángeles".

El primer hombre no permaneció en la situación en la que fue hecho -"menor que los ángeles"-. Perdió eso y descendió todavía más, quedando sujeto al pecado, y en ello sujeto a padecimiento; el padecimiento de muerte.

Y al postrer Adán lo vemos en el mismo lugar, en la misma condición: "...vemos... por el padecimiento de muerte, a aquel Jesús que es hecho un poco menor que los ángeles". Y "el que santifica y los santificados, DE UNO son todos".

El que santifica es Jesús. Los que son santificados son personas de todas las naciones, reinos, lenguas y pueblos. Y un hombre santificado, en una nación, reino, lengua o pueblo, constituye la demostración divina de que toda alma de esa nación, reino, lengua o pueblo, hubiese podido ser santificada. Y Jesús, habiéndose hecho uno de ellos para poder llevarlos a la gloria, demuestra que es juntamente uno con la humanidad. Él como hombre, y los hombres mismos, "de uno son todos: por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos".

Por lo tanto, de igual forma que en el cielo, como Dios, era más exaltado que los ángeles; en la tierra, como hombre, fue menor que los ángeles. De igual manera que cuando fue más exaltado que los ángeles, como Dios, él y Dios eran de uno, así también cuando estuvo en la tierra, siendo menor que los ángeles, como hombre, él y el hombre son "de uno". Es decir, precisamente de igual modo que Jesús y Dios son de uno por lo que respecta a Dios -de un Espíritu, de una naturaleza, de una sustancia-, por lo que respecta al hombre, Cristo y el hombre son "de uno": de una carne, de una naturaleza, de una sustancia.

La semejanza de Cristo con Dios, y la semejanza de Cristo con el hombre, lo son en sustancia, tanto como en forma. De otra manera, no tendría sentido el primer capítulo de Hebreos, en tanto que introducción del segundo. Carecería de sentido la antítesis presentada entre ambos capítulos. El primer capítulo resultaría vacío de contenido, fuera de lugar, en tanto que introducción del siguiente.

EL SACRIFICIO DE CRISTO

Con este enunciado quiero entrar en la importancia que tiene, para todo el que se considera cristiano, el Sacrificio de Nuestro Señor. Cristo, como nos enseña la Palabra de Dios, ofreció su vida en la cruz para el perdón de nuestros pecados.
Creo que nadie puede dudar que Él, que es de la misma naturaleza del Padre, quiso hacerse hombre para traernos un nuevo pacto, por el cual ya no sería necesario el volver a realizar un sacrificio, continuo, para el perdón de los pecados, puesto que Él ya lo ha realizado, una vez para siempre, para todo aquel que cree en Él y cumple su voluntad.
Este sacrificio, mejor dicho el Sacrificio por excelencia, es la doctrina donde se fundamenta el cristianismo, llámese de la forma que se quiera (catolicismo, protestantismo, adventista, testigos de Jehová, ortodoxos...). Todos coinciden en el mismo fundamento. Pero es en su desarrollo donde las distintas religiones dan su particular punto de vista a la hora de exponer sus doctrinas.
En la religión católica encontramos una diferencia importante a la hora de tratar esta cuestión capital y es en la llamada "Eucaristía". Ésta es definida como el sacramento, mediante el cual, por las palabras que el sacerdote pronuncia, se transubstancian el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Pero, ¿qué es eso de la Transubstanciación?. La doctrina católica la define como una conversión en sentido pasivo, es el tránsito de una cosa a otra. Cesan las sustancias del pan y el vino porque suceden en su lugar el cuerpo y la sangre de Cristo.
Resumiendo, que en el momento culminante de la eucaristía, por la bendición del sacerdote católico, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. Este es un dogma de fe instituido en el Concilio de Trento, en el que se decía del mismo lo siguiente: "Si alguno dijere que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia de pan y de vino, juntamente con el cuerpo y la sangre de N.S.J.C., y negare, aquella maravillosa y singular conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre, permaneciendo solo las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia Católica aptísimamente llama Transubstanciación, se anatema".
Pero no queda ahí la cosa, puesto que en la hostia consagrada y el vino bendecido, es decir, el cuerpo y la sangre de Cristo, permanece para siempre la sustancia eterna. Por eso guardan en sagrarios las hostias que sobran después de las celebraciones litúrgicas y las convierten en objeto de culto, puesto que, como ellos dicen, está ahí el mismo Cristo.
Si analizamos la importancia de esta doctrina debemos hacer hincapié, no sólo en el cambio de sustancia, puesto que Cristo ha hecho maravillas más grandes que ésta, pero sobre todo en el hecho de la Transubstanciación, puesto que estamos haciendo morir de nuevo al Mesías. ¿Cómo se explica si no está doctrina?; así debe de ser, puesto que en el único momento en el que se hace presente la importancia de su Sacrificio por el perdón de nuestros pecados, de la entrega de su cuerpo y su sangre, es en la muerte en la cruz. Resumiendo, al producirse el cambio de sustancia de pan y vino en cuerpo y sangre de Cristo y, por consiguiente, estando presente Cristo en ese pan y vino consagrado, estamos, no rememorando o recordando su Sacrificio, sino que volvemos a producirlo.
Pero esta doctrina, de nuevo, choca y se enfrenta a las propias Escrituras. Mira si no lo que el autor de la carta a los Hebreos, inspirado por el Espíritu Santo, nos explica acerca de este tema: "En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado" (Hebreos 10.10-18)
"Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan" (Hebreos 9.24-28)
Como habrás observado, queda claro que el Sacrificio de Cristo en la cruz se realiza una vez y para siempre, ya que Cristo como hijo del Dios Vivo, y Sumo Sacerdote del Dios Altísimo por toda la eternidad, no necesita repetir muchas veces el sacrificio de ofrecer su vida por remisión de nuestros pecados, sino que con una sola vez ha vencido a la muerte, permaneciendo vivo para siempre a la diestra del Padre. Todo aquel que acepta a Cristo como su Salvador y Dios, participa con Él en su resurrección y victoria sobre el pecado y la muerte.
Sin embargo, es cierto que el mismo Señor nos manda rememorar su muerte y resurrección mediante la celebración de la Santa Cena. Con este acto de recuerdo, que no de nuevo sacrificio, puesto que, como habrás podido observar, ya no hace falta nuevos sacrificios de Cristo para el perdón de los pecados, anunciamos al mundo que somos discípulos de Cristo y que participaremos de su Gloria, pero no hacemos que Él muera de nuevo. Así nos lo explica Pablo en el siguiente pasaje: "Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga" (1ª de Corintios 11.23-26).
Por lo tanto, si debemos ser fieles a las Escrituras como único libro de instrucciones para conseguir el fin último que es nuestra salvación, debemos rechazar esta doctrina de la Transubstanciación por ser contraria a ellas.