La evidencia culminante de que el fin de la historia está sobre nosotros la constituye la existencia de un movimiento de alcance mundial dedicado a advertir a todo el mundo de la inminencia de este hecho pavoroso. Su presencia en cada país, y el hecho de que habla en todos los idiomas principales, constituye un fenómeno tan significativo como cualquiera de las otras grandes señales presentadas en el Libro de Dios.
Cualquier otra cosa, por cierto, no estaría en armonía con Dios. La Bíblica dice: “Porque no hará nada Jehová el señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7). En otras palabras, cuando el profeta ve aproximarse el desastre, se lo comunica al pueblo par que éste lo evite si desea hacerlo. Puesto que Dios es un Dios de amor, no podría ponerse a un lado y observar que el mundo se destruye a si mismo sin advertirle el peligro. Tampoco podría permanecer en silencio mientras miles de millones corren hacia el juicio final.
Si habéis leído con cuidado el Antiguo Testamento habréis notado cómo, una vez tras otra Dios envió sus mensajes a los reinos instándolos a arrepentirse y a salvarse.
Sodoma, la ciudad más perversa de la antigüedad es un caso pertinente. La conducta de sus habitantes colmó la medida de la paciencia divina y Dios decretó su destrucción. Entonces fue cuando Abrahán tubu uno de sus “encuentros” con Dios.
Dijo él: “¿Destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal…” (Génesis 18:23-31).
Pronto descubrió Abrahán que tal cosa distaba mucho de ser la voluntad de Dios. El no quería destruir a nadie.
En su súplica apremiante Abrahán redujo gradualmente el número de los justos de 50 a 45, luego a 40, a 30, a 20, y finalmente a diez, y Dios lo escuchó cada vez. “Quizás se hallarán allí diez”, le dijo; y Dios replicó: “No la destruiré por amor a los diez” (Génesis 18:32).
Luego los ángeles fueron a Sodoma en un esfuerzo de última hora para advertir a sus habitantes de lo que les acontecería, y para encontrar por lo menos a diez justos cuya presencia en la ciudad constituyera una razón para posponer el juicio. Pero no los encontraron. En consecuencia, la ciudad fue consumida en lo que bien pudo constituir una forma de fuego atómico.
Del mismo modo Nínive, capital de Asiria, otra ciudad depravada, fue advertida de la destrucción que estaba por sobrecogerla. El profeta Jonás exclamó: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (Jonás 3:4). En este caso, para sorpresa y consternación del profeta, el pueblo se arrepintió. Desde el emperador hasta el pastor más humilde se volvieron a Dios, y el juicio fue postergado.
Pero el caso más extraordinario de una advertencia anticipada ocurrió en la experiencia de Noé, cuando la conducta ofensiva de la mayor parte de los habitantes del mundo le causó tanta aflicción a Dios que el Señor tuvo que decir: “Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado” (Génesis 6:7). Carecía de sentido la continuación de la vida en este planeta, salvo en el caso de las pocas personas que podrían ser dignas de ellas.
Lo que aconteció entonces podría volver a ocurrir en el tiempo del fin de la historia. Jesús dijo: “Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del hombre” (S. Lucas 17:26). En otras palabras, estas dos experiencias serán paralelas en todos sus aspectos importantes. No sólo en la vasta extensión del delito y en la universalidad de la catástrofe, sino también en el fervor con que se amonestaría y en la provisión de un medio de escape.
A pedido de Dios, Noé predicó durante 120 años con sus palabras y sus acciones. El arca, cuya construcción le llevó doce décadas, era uno de los argumentos más poderosos. Demostraba su fe en la palabra de Dios. Debido a que fue objeto del ridículo y la burla, las nuevas de su construcción se extendieron a todo el mundo, y exigieron atención y decisión.
Año tras año se proclamó la advertencia, y ésta se tronó más enfática a medida que la enorme embarcación cobraba forma y que la gente se veía obligada a hablar de ella y a decidir si escucharía el mensaje o se burlaría de él.
Luego, cuando terminó el tiempo, comenzaron a ocurrir cosas asombrosas. Los animales, impulsados por una mano misteriosa, comenzaron a dirigirse hacia el arca. El cielo se cubrió de nubes. Hubo señales de lluvia, cosa nunca antes vista sobre la tierra. Finalmente Noé realizó su último llamamiento, y no recibió respuesta; de modo que tomó su familia y la introdujo en el arca. Luego Dios cerró la puerta.
Demasiado tarde, miles de personas vieron descender la lluvia en torrentes. Vieron que los ríos se salían de madre y que los lagos derramaban sus aguas sobre sus bordes. Muchos corrieron en vano hacia tierras altas. Otros avanzaron entre el agua, que cada vez subía más, con el propósito de alcanzar el arca, sólo para ver que comenzaba a flotar y se alejaba en su viaje histórico desde el antiguo mundo hasta el nuevo.
De modo que “vino el diluvio y los destruyó a todos” (S. Lucas 17:27).
Y volverán a ocurrir una catástrofe de efectos igualmente devastadores y generales. El apóstol Pedro escribió: “En los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación. Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces preció anegado en agua; pero los cielos y la tierra que existen ahora, está reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2ª S. Pedro 3:3-7).
Por cierto que éste es un lenguaje simbólico, pero no puede haber dudas en cuanto a que representa el mensaje final de amonestación de Dios que envía a toda la humanidad justamente antes del fin. Aunque amonesta contra la apostasía y la rebelión, sigue siendo las buenas nuevas a las que Jesús se refirió en S. Mateo 24:14. Constituyen en realidad las mejores nuevas que los seres humanos han escuchado, que dicen a los hombres que no tienen por qué ser esclavos del mal, y que hay una forma de escapar hacia una vida mejor y más feliz aquí y en el mundo que está por venir.
La predicación de este mensaje produce resultados maravillosos. Arrancando de las garras de Satanás a la generación más malvadas y adúltera de todas, la transforma en u pueblo de integridad y rectitud a toda prueba que es reconocido en todo el planeta por su inquebrantable lealtad a Dios y a su Palabra. De ellos se dice: Aquí están “los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12). ¿Existe tal pueblo en la actualidad? Ciertamente que sí. Sus integrantes viven en casi todos los países del globo. Y se apresuran a ir con la velocidad de los ángeles a “toda nación, tribu, lengua y pueblo”.
Escuchad el mensaje que proclaman en más de mil idiomas y dialectos. Ved cómo se han preparado precisamente para este tiempo. Notad cómo este pueblo se ha hecho indispensable para la preservación del cristianismo en un mundo sin Dios y apóstata. Ved cómo promueve las nuevas del advenimiento de Cristo, a pesar de que una vez fue ridiculizado como un pequeño culto absurdo, ubicándose precisamente en el primer plano del escenario del mundo como un notable defensor de la fe cristiana, como el campeón y el baluarte de la verdad cristiana.
“Temed a Dios y dadle honra”, es lo que declara ese movimiento justamente en el momento cuando se está desvaneciendo la creencia en un Ser Supremo, cuando hasta los teólogos están diciendo: “No hay Dios “, y los clérigos afirman que no está “allí” ni “aquí”, ni en parte alguna.
“Adorad a Aquel que hizo el cielo y la tierra”, exclama cuando casi todos los demás rinden pleitesía a la teoría de la evolución. “Dios hizo al hombre a su propia imagen”, afirma, y no de una molécula de barro en algún mar primitivo. Las maravillas del cerebro humano, de la circulación de la sangre, del sistema nervioso, de la facultad del hombre para ver, oír, sentir, pensar, recordar y adorar, no son el resultado de un accidente, sino son el fruto de un acto creativo directo del Dios omnipotente.
Los Diez Mandamientos, tal como fueron interpretados por Jesús, todavía constituyen la norme dada por Dios que debe regir el recto vivir, proclama este pueblo, mientras el mundo se hunde rápidamente en un estado de desorden y corrupción. Los Diez Mandamientos no sólo señalan cuál es la forma correcta de vivir, sino también ofrecen el mejor medio de lograrla. Aquí está el secreto de la felicidad para este tiempo y para el mundo futuro.
“Acordarte has del día de reposo, para santificarlo”, anuncia este pueblo en un momento cundo la mayor parte de la gente no considera santa ninguna cosa y no establece diferencia alguna entre un día y otro. Sostiene que esto constituye el remedio de Dios para todo el nerviosismo de una generación que vive en la locura del apresuramiento. En el día sábado se encuentra el reposo que millones de personas cansadas necesitan. Aquí hay refrigerio procedente de las fuentes eternas del cielo para una generación sobrexcitada y saturada de píldoras.
“La hora de su juicio ha llegado”, proclama a un mundo rebelde que no sólo pretende que no hay Dios, sino además, que no hay juicio; que cada persona puede hacer lo que le plazca. “Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta” (Eclesiastés 12:14), les dice a los que declaran que los sentimientos constituyen la única guía verdadera y que sostienen que la situación justifica los actos por muy inmorales que éstos sean.
Y luego proclama a las multitudes hundidas en el pecado, atadas y aherrojadas por hábitos perjudiciales; ¡Podéis ser libres! No por las drogas sino por medio de Cristo. Esa liberación no se produce tomando ácido lisérgico en un trozo de azúcar sino poniendo la mente en armonía con Dios a través de la sumisión humilde a su voluntad y la aceptación de su amor perdonador y restaurador. Solamente en Cristo hay ayuda para los pensamientos torturados del hombre, hay curación para su mente y su cuerpo debilitados, y hay liberación de los hábitos sórdidos e insensatos que lo están destruyendo.
El profeta Joel, mirando hacia el fin del tiempo del mundo, captó una visión del refulgente propósito de Dios para esa hora tenebrosa. “Habrá salvación…entre el remanente”, dijo el profeta. Vio un pueblo libertado que, por conocer el secreto de la liberación por experiencia personal, lo predica, lo enseña y lo vive hasta que todos los hombres lleguen a saber que hay redención en Cristo, ya sea que la acepten o la rechacen. La función más noble y vital de ese pueblo remanente consiste en difundir las buenas nuevas de liberación.
Este es, entonces, el masaje que Dios está enviando al mundo en el tiempo del fin, un mensaje de belleza y poder que está reuniendo a un pueblo integrado por gente de todo los países que desee ser leal a Cristo, y que decida permanecer firme en la última crisis de los siglos. Este es el refugio que está construyendo para protegerse contra los tiempos tormentosos que nos esperan; éste es el escondite donde pueden ir los que son sinceros de corazón; ésta es el arca que surcará las olas bravías del futuro y que finalmente descansará en el reino eterno de justicia y de paz.
Surge esta pregunta: ¿Es posible que un mensaje como éste – un mensaje que está en abierto conflicto con tanta enseñanzas modernas, que exalta los principios de la justicia que el mundo ha abandonado hace tanto tiempo como pasados de moda e inoperantes – pueda ser proclamado a todo el mundo en un tiempo que parezca razonable? ¿Qué ocurrirá con los nuevos millones de personas que sobón al escenario del mundo en la hora final? ¿Cómo pueden oírlo todos? Por cierto que la tarea es grandiosa y el problema parece interminable.
Antaño el ciego dijo, después que Jesús le concedió la vista: “Esto es lo maravilloso” (S. Juan 9:30). Hoy también Dios ha hecho una amplia provisión para esta emergencia. No hay nada que sea demasiado difícil para él.
Cientos de miles de personas ya han aceptado en todo el mundo este mensaje inspirado por el cielo. Hay más de un millón adherentes en los Estados Unidos, millones en África, en Sudamérica muchos millones en Europa, miles en Europa, en Rusia, en China; más de 16 millones en el mundo; y cada día miles de personas más se unen a este pueblo.
Por medio de casas editoras, radios, televisión, Internet, satélite, puerta a puerta, persona a persona hasta la última persona.
¿Pero qué puede decirse del obstáculo aparentemente insuperable planteado por la explosión de la población? Dios también está listo para hacerle frente.
Hoy usted está a leer este mensaje presentado de Portugal, ¿onde está usted? Notad ahora la importancia profética que tiene todo esto. Según se desprende del estudio de la Sagrada Escritura, es tan claro como el día, que ha llegado la hora cuando Jesucristo ha de regresar con poder y gloria a esta tierra. Las profecías así lo declaran; las señales de los tiempos y la existencia del pueblo remanente de Dios asó lo confirman.
Pero si ha de ocurrir ese acontecimiento dramático y trastornador de la historia, todos los habitantes del mundo deben tener oportunidad de enterarse de él y de prepararse para él. No seria justo si algunos oyeran hablar de él y otros no. Todos deben saberlo al mismo tiempo. Debe haber una advertencia simultánea. Y tal cosa puede ocurrir.
Si alguna vez hubo una señal de los tiempos de gran significación, es ésta. Es obvio que debido a que el tiempo es corto y a que el fin está cerca, Dios está obrando en el escenario mundial en una escala que nadie había soñado que fuese posible. Está utilizando las habilidades creadoras de la mente humana para cumplir su propósito y para llevar a cabo lo que prometió hace siglos y milenios.
Considerad esto: si tuvieseis un mensaje para dar a la humanidad, y si el dinero no constituyera un problema, ¿qué haríais? ¿Lo lanzaríais al espacio en cada país? Eso podría ser mal comprendido. Utilizaríais las carteleras y los periódicos? Eso podría confundir y además consumiría mucho tiempo. ¿No sería el método más eficaz colocar un cajoncito en cada hora: un cajoncito que todos mirasen cada día, y luego por medio de los satélites y de todos los demás recursos electrónicos asequibles, hacer aparecer vuestro mensaje en ese cajón?
Eso es lo que Dios está haciendo. El está detrás de esta invención que parece milagrosa. Está haciendo preparativos para el momento cuando, en forma rápida y simultánea, enviará su último mensaje de advertencia a cada habitante del planeta. Así hará concluir en forma rápida y asombrosa su programa mundial “Y entonces – como Jesús dijo – vendrá el fin” (S. Mateo 24:14).
Cualquier otra cosa, por cierto, no estaría en armonía con Dios. La Bíblica dice: “Porque no hará nada Jehová el señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7). En otras palabras, cuando el profeta ve aproximarse el desastre, se lo comunica al pueblo par que éste lo evite si desea hacerlo. Puesto que Dios es un Dios de amor, no podría ponerse a un lado y observar que el mundo se destruye a si mismo sin advertirle el peligro. Tampoco podría permanecer en silencio mientras miles de millones corren hacia el juicio final.
Si habéis leído con cuidado el Antiguo Testamento habréis notado cómo, una vez tras otra Dios envió sus mensajes a los reinos instándolos a arrepentirse y a salvarse.
Sodoma, la ciudad más perversa de la antigüedad es un caso pertinente. La conducta de sus habitantes colmó la medida de la paciencia divina y Dios decretó su destrucción. Entonces fue cuando Abrahán tubu uno de sus “encuentros” con Dios.
Dijo él: “¿Destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal…” (Génesis 18:23-31).
Pronto descubrió Abrahán que tal cosa distaba mucho de ser la voluntad de Dios. El no quería destruir a nadie.
En su súplica apremiante Abrahán redujo gradualmente el número de los justos de 50 a 45, luego a 40, a 30, a 20, y finalmente a diez, y Dios lo escuchó cada vez. “Quizás se hallarán allí diez”, le dijo; y Dios replicó: “No la destruiré por amor a los diez” (Génesis 18:32).
Luego los ángeles fueron a Sodoma en un esfuerzo de última hora para advertir a sus habitantes de lo que les acontecería, y para encontrar por lo menos a diez justos cuya presencia en la ciudad constituyera una razón para posponer el juicio. Pero no los encontraron. En consecuencia, la ciudad fue consumida en lo que bien pudo constituir una forma de fuego atómico.
Del mismo modo Nínive, capital de Asiria, otra ciudad depravada, fue advertida de la destrucción que estaba por sobrecogerla. El profeta Jonás exclamó: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (Jonás 3:4). En este caso, para sorpresa y consternación del profeta, el pueblo se arrepintió. Desde el emperador hasta el pastor más humilde se volvieron a Dios, y el juicio fue postergado.
Pero el caso más extraordinario de una advertencia anticipada ocurrió en la experiencia de Noé, cuando la conducta ofensiva de la mayor parte de los habitantes del mundo le causó tanta aflicción a Dios que el Señor tuvo que decir: “Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado” (Génesis 6:7). Carecía de sentido la continuación de la vida en este planeta, salvo en el caso de las pocas personas que podrían ser dignas de ellas.
Lo que aconteció entonces podría volver a ocurrir en el tiempo del fin de la historia. Jesús dijo: “Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del hombre” (S. Lucas 17:26). En otras palabras, estas dos experiencias serán paralelas en todos sus aspectos importantes. No sólo en la vasta extensión del delito y en la universalidad de la catástrofe, sino también en el fervor con que se amonestaría y en la provisión de un medio de escape.
A pedido de Dios, Noé predicó durante 120 años con sus palabras y sus acciones. El arca, cuya construcción le llevó doce décadas, era uno de los argumentos más poderosos. Demostraba su fe en la palabra de Dios. Debido a que fue objeto del ridículo y la burla, las nuevas de su construcción se extendieron a todo el mundo, y exigieron atención y decisión.
Año tras año se proclamó la advertencia, y ésta se tronó más enfática a medida que la enorme embarcación cobraba forma y que la gente se veía obligada a hablar de ella y a decidir si escucharía el mensaje o se burlaría de él.
Luego, cuando terminó el tiempo, comenzaron a ocurrir cosas asombrosas. Los animales, impulsados por una mano misteriosa, comenzaron a dirigirse hacia el arca. El cielo se cubrió de nubes. Hubo señales de lluvia, cosa nunca antes vista sobre la tierra. Finalmente Noé realizó su último llamamiento, y no recibió respuesta; de modo que tomó su familia y la introdujo en el arca. Luego Dios cerró la puerta.
Demasiado tarde, miles de personas vieron descender la lluvia en torrentes. Vieron que los ríos se salían de madre y que los lagos derramaban sus aguas sobre sus bordes. Muchos corrieron en vano hacia tierras altas. Otros avanzaron entre el agua, que cada vez subía más, con el propósito de alcanzar el arca, sólo para ver que comenzaba a flotar y se alejaba en su viaje histórico desde el antiguo mundo hasta el nuevo.
De modo que “vino el diluvio y los destruyó a todos” (S. Lucas 17:27).
Y volverán a ocurrir una catástrofe de efectos igualmente devastadores y generales. El apóstol Pedro escribió: “En los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación. Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces preció anegado en agua; pero los cielos y la tierra que existen ahora, está reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2ª S. Pedro 3:3-7).
Por cierto que éste es un lenguaje simbólico, pero no puede haber dudas en cuanto a que representa el mensaje final de amonestación de Dios que envía a toda la humanidad justamente antes del fin. Aunque amonesta contra la apostasía y la rebelión, sigue siendo las buenas nuevas a las que Jesús se refirió en S. Mateo 24:14. Constituyen en realidad las mejores nuevas que los seres humanos han escuchado, que dicen a los hombres que no tienen por qué ser esclavos del mal, y que hay una forma de escapar hacia una vida mejor y más feliz aquí y en el mundo que está por venir.
La predicación de este mensaje produce resultados maravillosos. Arrancando de las garras de Satanás a la generación más malvadas y adúltera de todas, la transforma en u pueblo de integridad y rectitud a toda prueba que es reconocido en todo el planeta por su inquebrantable lealtad a Dios y a su Palabra. De ellos se dice: Aquí están “los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12). ¿Existe tal pueblo en la actualidad? Ciertamente que sí. Sus integrantes viven en casi todos los países del globo. Y se apresuran a ir con la velocidad de los ángeles a “toda nación, tribu, lengua y pueblo”.
Escuchad el mensaje que proclaman en más de mil idiomas y dialectos. Ved cómo se han preparado precisamente para este tiempo. Notad cómo este pueblo se ha hecho indispensable para la preservación del cristianismo en un mundo sin Dios y apóstata. Ved cómo promueve las nuevas del advenimiento de Cristo, a pesar de que una vez fue ridiculizado como un pequeño culto absurdo, ubicándose precisamente en el primer plano del escenario del mundo como un notable defensor de la fe cristiana, como el campeón y el baluarte de la verdad cristiana.
“Temed a Dios y dadle honra”, es lo que declara ese movimiento justamente en el momento cuando se está desvaneciendo la creencia en un Ser Supremo, cuando hasta los teólogos están diciendo: “No hay Dios “, y los clérigos afirman que no está “allí” ni “aquí”, ni en parte alguna.
“Adorad a Aquel que hizo el cielo y la tierra”, exclama cuando casi todos los demás rinden pleitesía a la teoría de la evolución. “Dios hizo al hombre a su propia imagen”, afirma, y no de una molécula de barro en algún mar primitivo. Las maravillas del cerebro humano, de la circulación de la sangre, del sistema nervioso, de la facultad del hombre para ver, oír, sentir, pensar, recordar y adorar, no son el resultado de un accidente, sino son el fruto de un acto creativo directo del Dios omnipotente.
Los Diez Mandamientos, tal como fueron interpretados por Jesús, todavía constituyen la norme dada por Dios que debe regir el recto vivir, proclama este pueblo, mientras el mundo se hunde rápidamente en un estado de desorden y corrupción. Los Diez Mandamientos no sólo señalan cuál es la forma correcta de vivir, sino también ofrecen el mejor medio de lograrla. Aquí está el secreto de la felicidad para este tiempo y para el mundo futuro.
“Acordarte has del día de reposo, para santificarlo”, anuncia este pueblo en un momento cundo la mayor parte de la gente no considera santa ninguna cosa y no establece diferencia alguna entre un día y otro. Sostiene que esto constituye el remedio de Dios para todo el nerviosismo de una generación que vive en la locura del apresuramiento. En el día sábado se encuentra el reposo que millones de personas cansadas necesitan. Aquí hay refrigerio procedente de las fuentes eternas del cielo para una generación sobrexcitada y saturada de píldoras.
“La hora de su juicio ha llegado”, proclama a un mundo rebelde que no sólo pretende que no hay Dios, sino además, que no hay juicio; que cada persona puede hacer lo que le plazca. “Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta” (Eclesiastés 12:14), les dice a los que declaran que los sentimientos constituyen la única guía verdadera y que sostienen que la situación justifica los actos por muy inmorales que éstos sean.
Y luego proclama a las multitudes hundidas en el pecado, atadas y aherrojadas por hábitos perjudiciales; ¡Podéis ser libres! No por las drogas sino por medio de Cristo. Esa liberación no se produce tomando ácido lisérgico en un trozo de azúcar sino poniendo la mente en armonía con Dios a través de la sumisión humilde a su voluntad y la aceptación de su amor perdonador y restaurador. Solamente en Cristo hay ayuda para los pensamientos torturados del hombre, hay curación para su mente y su cuerpo debilitados, y hay liberación de los hábitos sórdidos e insensatos que lo están destruyendo.
El profeta Joel, mirando hacia el fin del tiempo del mundo, captó una visión del refulgente propósito de Dios para esa hora tenebrosa. “Habrá salvación…entre el remanente”, dijo el profeta. Vio un pueblo libertado que, por conocer el secreto de la liberación por experiencia personal, lo predica, lo enseña y lo vive hasta que todos los hombres lleguen a saber que hay redención en Cristo, ya sea que la acepten o la rechacen. La función más noble y vital de ese pueblo remanente consiste en difundir las buenas nuevas de liberación.
Este es, entonces, el masaje que Dios está enviando al mundo en el tiempo del fin, un mensaje de belleza y poder que está reuniendo a un pueblo integrado por gente de todo los países que desee ser leal a Cristo, y que decida permanecer firme en la última crisis de los siglos. Este es el refugio que está construyendo para protegerse contra los tiempos tormentosos que nos esperan; éste es el escondite donde pueden ir los que son sinceros de corazón; ésta es el arca que surcará las olas bravías del futuro y que finalmente descansará en el reino eterno de justicia y de paz.
Surge esta pregunta: ¿Es posible que un mensaje como éste – un mensaje que está en abierto conflicto con tanta enseñanzas modernas, que exalta los principios de la justicia que el mundo ha abandonado hace tanto tiempo como pasados de moda e inoperantes – pueda ser proclamado a todo el mundo en un tiempo que parezca razonable? ¿Qué ocurrirá con los nuevos millones de personas que sobón al escenario del mundo en la hora final? ¿Cómo pueden oírlo todos? Por cierto que la tarea es grandiosa y el problema parece interminable.
Antaño el ciego dijo, después que Jesús le concedió la vista: “Esto es lo maravilloso” (S. Juan 9:30). Hoy también Dios ha hecho una amplia provisión para esta emergencia. No hay nada que sea demasiado difícil para él.
Cientos de miles de personas ya han aceptado en todo el mundo este mensaje inspirado por el cielo. Hay más de un millón adherentes en los Estados Unidos, millones en África, en Sudamérica muchos millones en Europa, miles en Europa, en Rusia, en China; más de 16 millones en el mundo; y cada día miles de personas más se unen a este pueblo.
Por medio de casas editoras, radios, televisión, Internet, satélite, puerta a puerta, persona a persona hasta la última persona.
¿Pero qué puede decirse del obstáculo aparentemente insuperable planteado por la explosión de la población? Dios también está listo para hacerle frente.
Hoy usted está a leer este mensaje presentado de Portugal, ¿onde está usted? Notad ahora la importancia profética que tiene todo esto. Según se desprende del estudio de la Sagrada Escritura, es tan claro como el día, que ha llegado la hora cuando Jesucristo ha de regresar con poder y gloria a esta tierra. Las profecías así lo declaran; las señales de los tiempos y la existencia del pueblo remanente de Dios asó lo confirman.
Pero si ha de ocurrir ese acontecimiento dramático y trastornador de la historia, todos los habitantes del mundo deben tener oportunidad de enterarse de él y de prepararse para él. No seria justo si algunos oyeran hablar de él y otros no. Todos deben saberlo al mismo tiempo. Debe haber una advertencia simultánea. Y tal cosa puede ocurrir.
Si alguna vez hubo una señal de los tiempos de gran significación, es ésta. Es obvio que debido a que el tiempo es corto y a que el fin está cerca, Dios está obrando en el escenario mundial en una escala que nadie había soñado que fuese posible. Está utilizando las habilidades creadoras de la mente humana para cumplir su propósito y para llevar a cabo lo que prometió hace siglos y milenios.
Considerad esto: si tuvieseis un mensaje para dar a la humanidad, y si el dinero no constituyera un problema, ¿qué haríais? ¿Lo lanzaríais al espacio en cada país? Eso podría ser mal comprendido. Utilizaríais las carteleras y los periódicos? Eso podría confundir y además consumiría mucho tiempo. ¿No sería el método más eficaz colocar un cajoncito en cada hora: un cajoncito que todos mirasen cada día, y luego por medio de los satélites y de todos los demás recursos electrónicos asequibles, hacer aparecer vuestro mensaje en ese cajón?
Eso es lo que Dios está haciendo. El está detrás de esta invención que parece milagrosa. Está haciendo preparativos para el momento cuando, en forma rápida y simultánea, enviará su último mensaje de advertencia a cada habitante del planeta. Así hará concluir en forma rápida y asombrosa su programa mundial “Y entonces – como Jesús dijo – vendrá el fin” (S. Mateo 24:14).
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