"Porque como desciende de los cielos la lluvia, y la nieve, y no vuelve allá, sino que harta la tierra, y la hace germinar y producir, y da simiente al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, antes hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié".
La tierra puede dar vegetación sólo si recibe humedad de la lluvia y la nieve. Sin ellas, todo se secaría y moriría. Tal ocurre con la vida del hombre y la palabra de Dios. Sin la palabra de Dios, la vida del hombre es tan estéril en cuanto al poder y al bien, como lo es la tierra allí donde no llueve. Pero permítase solamente que la palabra de Dios caiga sobre el corazón, como las lluvias lo hacen sobre la tierra; entonces la vida vendrá a ser fresca y embellecida con el gozo y la paz del Señor, y cargada de los frutos de justicia que proceden de Jesucristo.
Observa, no obstante, que no eres tú quien "hará lo que Yo quiero" (la voluntad de Dios); sino que es la palabra quien lo debe hacer. No se trata de que leas u oigas la palabra de Dios, y digas, ‘yo tengo que hacerlo’, o ‘yo lo haré’. Debes abrir tu corazón a esa palabra, a fin de que ella cumpla en ti la voluntad de Dios. No eres tú quien debe hacerlo, sino ella. La palabra de Dios misma es quien lo hará, y tú se lo has de permitir. "La palabra de Cristo habite en vosotros en abundancia".
En otro lugar se expresa así: "Cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la aceptasteis, no como palabra de hombres, sino según es en realidad, la palabra de Dios, que obra en vosotros los que creéis". De forma que es la palabra de Dios la que debe obrar en ti. No eres tú quien debe obrar para cumplir la palabra de Dios, sino que la palabra de Dios debe obrar en ti para hacer que tú la cumplas. "Por eso me afano, luchando con la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí".
Siendo que la palabra de Dios es viviente y llena de poder, cuando se le permite obrar en la vida de alguien, actuará poderosamente. Puesto que se trata de la palabra de Dios, el poder del que está llena, no es otro que el poder de Dios; y al permitírsele actuar en la vida, se manifestará en ella la obra de Dios. Actuará poderosamente. Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad. La palabra "hará lo que Yo quiero". Permíteselo.
A partir de lo dicho por las Escrituras, se deduce que debemos considerar siempre a la palabra de Dios como llevando en ella misma su cumplimiento. Esa es la gran verdad presentada por doquiera, en la Biblia. Es la gran diferencia entre la palabra de Dios y la del hombre. Es la diferencia destacada en el pasaje que dice, "Cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la aceptasteis, no como palabra de hombres, sino según es en realidad, la palabra de Dios, que obra en vosotros los que creéis".
En la palabra del hombre no hay poder para cumplir lo que dice. No importa cuál sea la habilidad del hombre para llevar a cabo lo que dice, no hay ningún poder en su misma palabra, que cumpla lo que dice. La palabra de un hombre puede expresar la realización de algo muy fácil para él, y podemos estar muy convencidos de que lo hará. No obstante, su cumplimiento depende absolutamente del hombre mismo, aparte de su palabra. No es su palabra la que obra, sino que él mismo debe hacerlo; por lo tanto, es exactamente igual que si jamás hubiese pronunciado palabra alguna. Así es la palabra del hombre.
No sucede lo mismo con la palabra de Dios. Cuando Dios pronuncia la palabra, en el mismo momento, hay en esa palabra el poder viviente para cumplir lo que esa palabra expresa. No hay la más mínima necesidad de que Dios emplee cualquier otro medio que no sea la palabra misma, para cumplir lo pronunciado. La Biblia está llena de ilustraciones al propósito, y quedaron escritas para instruirnos sobre el particular: para que consideremos la Palabra como palabra de Dios, y no como palabra del hombre; y para que la podamos recibir como lo que es en realidad, la palabra de Dios, a fin de que ella pueda obrar poderosamente en nosotros la buena voluntad de Dios.
"Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el espíritu de su boca… porque Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió". "Por la fe entendemos que los mundos fueron formados por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve, fue hecho de lo que no se veía". En el principio, no existían para nada los mundos. Es más, ni siquiera existía la materia de la que están compuestos: No había nada. Entonces, Dios habló, y todos los mundos vinieron a existir, cada uno en su lugar. ¿De dónde vinieron, pues, los mundos? Antes de hablar, no había ninguno. Cuando habló, helos ahí. ¿De dónde vinieron? ¿Qué los produjo? ¿Qué fue lo que produjo el material del que están hechos? ¿Qué los trajo a la existencia? Fue la palabra pronunciada la que creó todo. Y lo hizo porque era la palabra de Dios. Había en esa palabra la divinidad de vida y espíritu, el poder creador para hacer todo lo que la palabra decía. Así es la palabra de Dios.
"Esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada". En la Biblia, la palabra de Dios es la misma, la misma en vida, en espíritu, en poder creador, que aquella que hizo los cielos y todo el ejército de ellos. Fue Jesucristo quien pronunció la palabra en la creación; es Él quien pronuncia la palabra en la Biblia. En el principio, la palabra que pronunció, creó los mundos; en la Biblia, la palabra que pronuncia salva y santifica el alma. En el principio, su palabra creó los cielos y la tierra; en la Biblia, su palabra crea en Cristo Jesús al hombre que recibe esa palabra. En ambos casos, y en toda la obra de Dios, es la palabra la que lo efectúa.
Permite que la palabra de Cristo more en ti abundantemente. Recíbela, no como palabra de hombre, sino como es en verdad, la palabra de Dios, que obra poderosamente en ti. Entonces, "como desciende de los cielos la lluvia, y la nieve, y no vuelve allá, sino que harta la tierra, y la hace germinar y producir, y da simiente al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, antes hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié". "A vosotros es enviada la palabra de esta salud". "Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia; que es poderosa para sobreedificaros, y daros herencia con todos los santificados".
Review and Herald, 20 octubre 1896
La tierra puede dar vegetación sólo si recibe humedad de la lluvia y la nieve. Sin ellas, todo se secaría y moriría. Tal ocurre con la vida del hombre y la palabra de Dios. Sin la palabra de Dios, la vida del hombre es tan estéril en cuanto al poder y al bien, como lo es la tierra allí donde no llueve. Pero permítase solamente que la palabra de Dios caiga sobre el corazón, como las lluvias lo hacen sobre la tierra; entonces la vida vendrá a ser fresca y embellecida con el gozo y la paz del Señor, y cargada de los frutos de justicia que proceden de Jesucristo.
Observa, no obstante, que no eres tú quien "hará lo que Yo quiero" (la voluntad de Dios); sino que es la palabra quien lo debe hacer. No se trata de que leas u oigas la palabra de Dios, y digas, ‘yo tengo que hacerlo’, o ‘yo lo haré’. Debes abrir tu corazón a esa palabra, a fin de que ella cumpla en ti la voluntad de Dios. No eres tú quien debe hacerlo, sino ella. La palabra de Dios misma es quien lo hará, y tú se lo has de permitir. "La palabra de Cristo habite en vosotros en abundancia".
En otro lugar se expresa así: "Cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la aceptasteis, no como palabra de hombres, sino según es en realidad, la palabra de Dios, que obra en vosotros los que creéis". De forma que es la palabra de Dios la que debe obrar en ti. No eres tú quien debe obrar para cumplir la palabra de Dios, sino que la palabra de Dios debe obrar en ti para hacer que tú la cumplas. "Por eso me afano, luchando con la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí".
Siendo que la palabra de Dios es viviente y llena de poder, cuando se le permite obrar en la vida de alguien, actuará poderosamente. Puesto que se trata de la palabra de Dios, el poder del que está llena, no es otro que el poder de Dios; y al permitírsele actuar en la vida, se manifestará en ella la obra de Dios. Actuará poderosamente. Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad. La palabra "hará lo que Yo quiero". Permíteselo.
A partir de lo dicho por las Escrituras, se deduce que debemos considerar siempre a la palabra de Dios como llevando en ella misma su cumplimiento. Esa es la gran verdad presentada por doquiera, en la Biblia. Es la gran diferencia entre la palabra de Dios y la del hombre. Es la diferencia destacada en el pasaje que dice, "Cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la aceptasteis, no como palabra de hombres, sino según es en realidad, la palabra de Dios, que obra en vosotros los que creéis".
En la palabra del hombre no hay poder para cumplir lo que dice. No importa cuál sea la habilidad del hombre para llevar a cabo lo que dice, no hay ningún poder en su misma palabra, que cumpla lo que dice. La palabra de un hombre puede expresar la realización de algo muy fácil para él, y podemos estar muy convencidos de que lo hará. No obstante, su cumplimiento depende absolutamente del hombre mismo, aparte de su palabra. No es su palabra la que obra, sino que él mismo debe hacerlo; por lo tanto, es exactamente igual que si jamás hubiese pronunciado palabra alguna. Así es la palabra del hombre.
No sucede lo mismo con la palabra de Dios. Cuando Dios pronuncia la palabra, en el mismo momento, hay en esa palabra el poder viviente para cumplir lo que esa palabra expresa. No hay la más mínima necesidad de que Dios emplee cualquier otro medio que no sea la palabra misma, para cumplir lo pronunciado. La Biblia está llena de ilustraciones al propósito, y quedaron escritas para instruirnos sobre el particular: para que consideremos la Palabra como palabra de Dios, y no como palabra del hombre; y para que la podamos recibir como lo que es en realidad, la palabra de Dios, a fin de que ella pueda obrar poderosamente en nosotros la buena voluntad de Dios.
"Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el espíritu de su boca… porque Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió". "Por la fe entendemos que los mundos fueron formados por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve, fue hecho de lo que no se veía". En el principio, no existían para nada los mundos. Es más, ni siquiera existía la materia de la que están compuestos: No había nada. Entonces, Dios habló, y todos los mundos vinieron a existir, cada uno en su lugar. ¿De dónde vinieron, pues, los mundos? Antes de hablar, no había ninguno. Cuando habló, helos ahí. ¿De dónde vinieron? ¿Qué los produjo? ¿Qué fue lo que produjo el material del que están hechos? ¿Qué los trajo a la existencia? Fue la palabra pronunciada la que creó todo. Y lo hizo porque era la palabra de Dios. Había en esa palabra la divinidad de vida y espíritu, el poder creador para hacer todo lo que la palabra decía. Así es la palabra de Dios.
"Esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada". En la Biblia, la palabra de Dios es la misma, la misma en vida, en espíritu, en poder creador, que aquella que hizo los cielos y todo el ejército de ellos. Fue Jesucristo quien pronunció la palabra en la creación; es Él quien pronuncia la palabra en la Biblia. En el principio, la palabra que pronunció, creó los mundos; en la Biblia, la palabra que pronuncia salva y santifica el alma. En el principio, su palabra creó los cielos y la tierra; en la Biblia, su palabra crea en Cristo Jesús al hombre que recibe esa palabra. En ambos casos, y en toda la obra de Dios, es la palabra la que lo efectúa.
Permite que la palabra de Cristo more en ti abundantemente. Recíbela, no como palabra de hombre, sino como es en verdad, la palabra de Dios, que obra poderosamente en ti. Entonces, "como desciende de los cielos la lluvia, y la nieve, y no vuelve allá, sino que harta la tierra, y la hace germinar y producir, y da simiente al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, antes hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié". "A vosotros es enviada la palabra de esta salud". "Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia; que es poderosa para sobreedificaros, y daros herencia con todos los santificados".
Review and Herald, 20 octubre 1896
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