17/01/2010

EL PODER DE LA PALABRA (II)

Hemos visto que el poder inherente a la palabra de Dios es suficiente, mediante la simple pronunciación ésta, para crear los mundos. Al ser dicha hoy al hombre, es también suficiente para crear de nuevo, en Cristo Jesús, a todo el que la reciba.
En el capítulo ocho de Mateo hallamos el relato de un centurión que vino a Jesús, rogándole así: "Señor, mi mozo yace en casa paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: yo iré y le sanaré. Y respondió el centurión, y dijo: Señor, no soy digno de que entres debajo de mi techado; mas solamente di la palabra, y mi mozo sanará… Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste te sea hecho. Y su mozo fue sano en el mismo momento".
Ahora ¿qué fue lo que el centurión esperó que curase a su siervo? "Solamente… la palabra", que Jesús pronunciaría. Y después que se hubo dicho la palabra, ¿de qué debió depender el centurión, y en qué debió esperar, para el poder sanador? Solamente… la palabra. No esperó que el Señor lo efectuase de alguna otra manera que no fuese por su palabra. Escuchó la palabra, "Ve, y como creíste te sea hecho". La aceptó verdaderamente como palabra de Dios y esperó y dependió de ella, para el cumplimiento de lo que había dicho. Y así resultó. Tal es hoy la palabra de Dios, tan ciertamente como lo fue en el día en que se pronunció originalmente. No ha perdido un ápice de su poder, ya que esa palabra de Dios "vive y permanece para siempre".
En Juan 4:46-52 se nos relata cómo cierto noble, cuyo hijo estaba enfermo en Capernaum, vino a Jesús en Caná de Galilea, "y rogábale que descendiese, y sanase a su hijo, porque se comenzaba a morir. Entonces Jesús le dijo: Si no viereis señales y milagros, no creeréis. El del rey le dijo: Señor, desciende antes que mi hijo muera. Dícele Jesús: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó a la palabra que Jesús le dijo, y se fue. Y cuando ya él descendía, los siervos le salieron a recibir, y le dieron nuevas, diciendo: Tu hijo vive. Entonces él les preguntó a qué hora comenzó a estar mejor. Y dijéronle: Ayer a las siete le dejó la fiebre. El padre entonces entendió que aquella hora era cuando Jesús le dijo: Tu hijo vive".
Ese es el poder de la palabra de Dios para aquel que la recibe como lo que es en verdad: palabra de Dios. Ese es el poder "que obra en vosotros los que creéis". Esa es la manera en la que la palabra de Dios cumple su designio en quienes la reciben, y le permiten morar en ellos. Obsérvese que en ambos casos el hecho se produjo en el mismo momento de pronunciarse la palabra. Véase también que ninguno de los dos enfermos estaba en la presencia inmediata de Jesús, sino a considerable distancia –el último, al menos a un día de camino del lugar en el que Jesús habló al noble. Sin embargo, se curó instantáneamente al ser pronunciada la palabra. Y esa palabra está viva y llena de poder hoy, tan ciertamente como entonces, para todo el que la recibe de la forma en que fue recibida en aquella ocasión. La fe consiste en aceptar esa palabra como palabra de Dios, y en depender de ella para que realice lo que dice. Cuando el centurión dijo, "solamente di la palabra, y mi mozo sanará", Jesús dijo a los que estaban alrededor, "De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado fe tanta". Ojalá pueda hallar hoy, por todo Israel, esa "fe tanta".
Jesús nos dice a cada uno de nosotros, "vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado". Esa purificación, o lavacro, tiene lugar por la palabra. El Señor no se propone limpiarte de ninguna otra manera que no sea por su palabra que él mismo ha pronunciado. Solamente de ella debes esperar el poder que purifica, recibiéndola verdaderamente como la palabra de Dios que actúa poderosamente en ti, y cumplirá el designio de ella. No es el propósito de Dios hacerte puro de otra forma que no sea por el poder de sus puras palabras morando en ti.
Un enfermo de lepra dijo a Jesús, "¡Señor, si tú quieres, puedes limpiarme!". Jesús le respondió: " ‘¡Así lo quiero! ¡Sé limpio!’ Y al instante quedó limpio de su lepra". ¿Estás clamando a causa de la lepra del pecado? ¿Le has dicho, o le dirás ahora, "Señor, si tú quieres, puedes limpiarme"? Él te responde: ‘¡Así lo quiero! ¡Sé limpio!’. Y al instante quedas limpio, tan ciertamente como sucedió con aquel otro enfermo de lepra. Cree la palabra, y alaba a Dios por su poder sanador. No apliques tu fe a creer lo que le sucedió a aquel leproso, sino cree en lo que respecta a ti, aquí, ahora. Inmediatamente. Para ti es la palabra: "¡Sé limpio!". Acéptala, como hicieron aquellos en lo antiguo, obrando inmediatamente en ti la buena voluntad del Padre.
Que todos los que invocan el nombre de Cristo reciban esa palabra hoy, como palabra de Dios que es, dependiendo de ella para el cumplimiento de lo que dice. Entonces, será ahora realidad, para gloria de Dios, que "así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla limpiándola en el lavacro del agua por la palabra, para presentársela gloriosa para sí, una iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha".
Review and Herald, 27 octubre 1896

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