05/03/2010

CRISTO: HOMBRE

La identidad de Cristo con Dios, tal como se nos presenta en el primer capítulo de Hebreos, no es sino una introducción que tiene por objeto establecer su identidad con el hombre, tal como se presenta en el segundo.

Su semejanza con Dios, expresada en el primer capítulo de Hebreos, es la única base para la verdadera comprensión de su semejanza con el hombre, tal como se presenta en el segundo capítulo.

Y esa semejanza con Dios, presentada en el primer capítulo de Hebreos, es semejanza, no en el sentido de una simple imagen o representación, sino que es semejanza en el sentido de ser realmente como él en la misma naturaleza, la "misma imagen de su sustancia", espíritu de espíritu, sustancia de sustancia de Dios.

Se nos presenta lo anterior como condición previa para que podamos comprender su semejanza con el hombre. Es decir: a partir de eso debemos comprender que su semejanza con el hombre no lo es simplemente en la forma, imagen o representación, sino en naturaleza, en la misma sustancia. De no ser así, todo el primer capítulo de Hebreos, con su detallada información, sería al respecto carente de significado y fuera de lugar.

¿Cuál es, pues, esta verdad de Cristo hecho en semejanza de hombre, según el segundo capítulo de Hebreos?

Manteniendo presente la idea principal del primer capítulo, y los primeros cuatro versículos del segundo -los que se refieren a Cristo en contraste con los ángeles: más exaltado que ellos, como Dios-, leemos el quinto versículo del segundo capítulo, donde comienza el contraste de Cristo con los ángeles: un poco menor que los ángeles, como hombre.

Así, leemos: "Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, del cual hablamos. Testificó empero uno en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, que te acuerdas de él? ¿O el hijo del hombre, que lo visitas? Tú le hiciste un poco menor que los ángeles, coronástelo de gloria y de honra, y pusístele sobre las obras de tus manos; todas las cosas sujetaste debajo de sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; mas aún no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Empero vemos [a Jesús]".

Equivale a decir: Dios no ha puesto el mundo venidero en sujeción a los ángeles, sino que lo ha puesto en sujeción al hombre. Pero no el hombre al que originalmente se puso en sujeción, ya que aunque entonces fue así, hoy no vemos tal cosa. El hombre perdió su dominio, y en lugar de tener todas las cosas sujetas bajo sus pies, él mismo está ahora sujeto a la muerte. Y eso por la única razón de que está sujeto al pecado. "El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, y la muerte así pasó a todos los hombres, pues que todos pecaron" (Rom. 5:12). Está en sujeción a la muerte porque está en sujeción al pecado, ya que la muerte no es otra cosa que la paga del pecado.

Sin embargo, sigue siendo eternamente cierto que no sujetó el mundo venidero a los ángeles sino al hombre, y ahora Jesucristo es el hombre.

Es cierto que actualmente no vemos que las cosas estén sometidas al hombre. En verdad, se perdió el señorío sobre todas las cosas dadas a ese hombre particular. Sin embargo, "vemos... a aquel Jesús", como hombre, viniendo a recuperar el señorío primero. "Vemos... a aquel Jesús", como hombre, viniendo para "que todas las cosas le sean sujetas".

El hombre fue el primer Adán: ese otro Hombre es el postrer Adán. El primero fue hecho un poco menor que los ángeles. Al postrero –Jesús- lo vemos también "hecho un poco menor que los ángeles".

El primer hombre no permaneció en la situación en la que fue hecho -"menor que los ángeles"-. Perdió eso y descendió todavía más, quedando sujeto al pecado, y en ello sujeto a padecimiento; el padecimiento de muerte.

Y al postrer Adán lo vemos en el mismo lugar, en la misma condición: "...vemos... por el padecimiento de muerte, a aquel Jesús que es hecho un poco menor que los ángeles". Y "el que santifica y los santificados, DE UNO son todos".

El que santifica es Jesús. Los que son santificados son personas de todas las naciones, reinos, lenguas y pueblos. Y un hombre santificado, en una nación, reino, lengua o pueblo, constituye la demostración divina de que toda alma de esa nación, reino, lengua o pueblo, hubiese podido ser santificada. Y Jesús, habiéndose hecho uno de ellos para poder llevarlos a la gloria, demuestra que es juntamente uno con la humanidad. Él como hombre, y los hombres mismos, "de uno son todos: por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos".

Por lo tanto, de igual forma que en el cielo, como Dios, era más exaltado que los ángeles; en la tierra, como hombre, fue menor que los ángeles. De igual manera que cuando fue más exaltado que los ángeles, como Dios, él y Dios eran de uno, así también cuando estuvo en la tierra, siendo menor que los ángeles, como hombre, él y el hombre son "de uno". Es decir, precisamente de igual modo que Jesús y Dios son de uno por lo que respecta a Dios -de un Espíritu, de una naturaleza, de una sustancia-, por lo que respecta al hombre, Cristo y el hombre son "de uno": de una carne, de una naturaleza, de una sustancia.

La semejanza de Cristo con Dios, y la semejanza de Cristo con el hombre, lo son en sustancia, tanto como en forma. De otra manera, no tendría sentido el primer capítulo de Hebreos, en tanto que introducción del segundo. Carecería de sentido la antítesis presentada entre ambos capítulos. El primer capítulo resultaría vacío de contenido, fuera de lugar, en tanto que introducción del siguiente.

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