19/03/2010

EL TIEMPO DEL REFRIGERIO

Y ahora, en este tiempo de la consumación de la esperanza de los siglos, en este tiempo en que el verdadero santuario debe ser genuinamente purificado, en este tiempo en que debe ser completada la obra del evangelio y consumado realmente el misterio de Dios, ahora es el momento de entre todos los momentos que jamás haya habido, en que los creyentes en Jesús, que son los benditos destinatarios de su glorioso sacerdocio y maravillosa intercesión en el verdadero santuario, participen de la plenitud de su gracia celestial de forma que en sus vidas se acabe la prevaricación, haya un fin al pecado y la iniquidad sea expiada por siempre, y en la perfección de la verdad reciban la justicia de los siglos.

Ese es precisamente el definido propósito del sacerdocio y ministerio de Cristo en el verdadero santuario. ¿Acaso no es ese sacerdocio suficiente? ¿Será su ministerio eficaz, logrando la consecución de su propósito? Sí, con total seguridad. Es sólo por ese medio como queda asegurado su cumplimiento. No está al alcance de ningún alma, por ella misma, el acabar la prevaricación, poner fin a los pecados, ni hacer reconciliación por las iniquidades o traer la justicia perdurable en su propia vida. A fin de que tal cosa se realice, debe ser obrada obligatoria y solamente por el sacerdocio y ministerio de Aquel que se dio a sí mismo, y que fue entregado para poder cumplir eso mismo por todas las almas, "para haceros santos, sin mancha e irreprensibles" a la vista de Dios.

Todo aquel cuyo corazón esté inclinado a la verdad y la rectitud desea ver eso realizado; sólo el sacerdocio y ministerio de Cristo lo pueden hacer, y ahora es el tiempo para su pleno y definitivo cumplimiento. Por lo tanto, creamos en Aquel que lo está efectuando, y confiemos en que es capaz de llevarlo a completa y eterna consumación.

Éste es el momento, y ésta la obra de la que se declara que "ya no habrá más tiempo" ("el tiempo no será más"). Y ¿por qué habría de retrasarse? Si el sacerdocio de nuestro gran Sumo Sacerdote es eficaz, su sacrificio y ministerio totalmente adecuados en relación con lo prometido, aquello en lo que espera todo creyente, ¿por qué tendría que demorarse el acabar la prevaricación, poner fin al pecado, hacer reconciliación por la iniquidad y traer la rectitud perdurable a cada alma creyente? Entonces, confiemos a Cristo el hacer aquello para lo que se dio a sí mismo, y que únicamente él puede realizar. Confiemos en él en esto, y recibamos en su plenitud lo que pertenece a toda alma que cree y confía incondicionalmente en el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión: Cristo Jesús.

Hemos visto que el cuerno pequeño -el hombre de pecado, el misterio de iniquidad- instauró su propio sacerdocio terrenal, humano y pecaminoso, en el lugar del sacerdocio y ministerio santo y celestial. En ese servicio y sacerdocio del misterio de iniquidad, el pecador confiesa sus pecados al sacerdote, y sigue pecando. Ciertamente, en ese ministerio y sacerdocio no hay poder para hacer otra cosa que no sea seguir pecando, incluso tras haber confesado los pecados. Pero, aunque sea triste la pregunta, los que no pertenecen al misterio de iniquidad, sino que creen en Jesús y su sacerdocio celestial, ¿no es cierto que confiesan ellos también sus pecados, para luego continuar pecando?

¿Hace eso justicia a nuestro gran Sumo Sacerdote, a su sacrificio y a su bendito ministerio? ¿Es justo que rebajemos así a Cristo, su sacrificio y su ministerio, prácticamente a la altura de la "abominación desoladora", diciendo que en el verdadero ministerio no hay más poder o virtud que en el "misterio de iniquidad"? Que Dios libre hoy y para siempre a su iglesia y pueblo, sin más demora, de este rebajar hasta lo ínfimo a nuestro gran Sumo Sacerdote, su formidable sacrificio y su glorioso ministerio.

Confiemos de verdad en nuestro gran Sumo Sacerdote, y que nuestra confianza sea realmente inamovible. Es posible oír a protestantes manifestando sorpresa por la ciega insensatez de los católicos al confiar plenamente en el sacerdote. Y con respecto al sacerdocio terrenal, la sorpresa está justificada. Sin embargo, la fe incondicional en el sacerdote es totalmente correcta, aunque debiera ser puesta en el verdadero Sacerdote. La fe en un falso sacerdocio es ruinosa en extremo, pero el principio de la confianza inquebrantable en el Sacerdote es eternamente correcto. Y Jesucristo es el verdadero Sacerdote. Por lo tanto, todo quien crea en Jesús -en el sacrificio que hizo, en el sacerdocio y ministerio que ejerce en el verdadero santuario- debe, no solamente confesar sus pecados, sino que debe entonces confiar absolutamente en el verdadero Sumo Sacerdote en su ministerio en el verdadero santuario para acabar la prevaricación (transgresión), poner fin al pecado, hacer reconciliación por la iniquidad y traer la justicia de los siglos a su corazón y vida.

Recuérdese: justicia de los siglos. No justicia para hoy y pecado para mañana, y justicia otra vez, y pecado de nuevo. Eso no es justicia de los siglos (rectitud perdurable). La justicia de los siglos es traída para permanecer constantemente en la vida de quien ha creído y confesado, y que sigue creyendo y recibiendo esa justicia de los siglos en lugar del pecado y el pecar. En eso consiste la justicia de los siglos, en eso consiste la redención eterna del pecado. Y esa bendición inenarrable es el don gratuito de Dios por medio del ministerio celestial que ha establecido para nuestro beneficio en el sacerdocio y ministerio de Cristo en el santuario celestial.

En consecuencia, hoy, justamente ahora, "mientras dura ese ‘hoy’ ", como nunca antes, la palabra de Dios a todo hombre es: "Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados, y vengan los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor, y él envíe a Jesucristo, designado de antemano, a quien es necesario que el cielo retenga hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas" (Hech. 3:19-21).

El tiempo de la venida del Señor y de la restitución de todas las cosas está verdaderamente a las puertas. Y cuando Jesús venga, será para tomar a su pueblo consigo. Para presentarse a sí mismo una iglesia gloriosa "que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha". Es para verse a sí mismo perfectamente reflejado en todos sus santos.
Y antes de que venga, su pueblo debe estar en esa condición. Antes de que venga debemos haber sido llevados a ese estado de perfección, a la plena imagen de Jesús (Efe. 4:7, 8, 11-13). Y ese estado de perfección, ese desarrollo en todo creyente de la completa imagen de Jesús, eso es la consumación del misterio de Dios, que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria (Col. 1:27). Esa consumación halla su cumplimiento en la purificación del santuario, que significa la realización plena del misterio de Dios, y que consiste en acabar la prevaricación, poner un fin decidido a los pecados, hacer reconciliación por la iniquidad, traer la justicia de los siglos, sellar la visión y la profecía, y ungir el Santo de los santos.

Puesto que es en este tiempo que la venida de Jesús y la restauración de todas las cosas está a las puertas; y dado que ese perfeccionamiento de los santos debe necesariamente preceder a dicha venida y restauración, tenemos una sólida evidencia de que ahora estamos en el tiempo del refrigerio, el tiempo de la lluvia tardía. Y tan ciertamente como eso es así, estamos actualmente viviendo en el tiempo del borramiento definitivo de todos los pecados que jamás nos hayan asediado. La purificación del santuario consiste precisamente en el borramiento de los pecados, en acabar la transgresión en nuestras vidas, en poner fin a todo pecado en nuestro carácter, en la venida de la justicia misma de Dios que es por la fe en Jesús, para que permanezca ella sola por siempre.

Ese borramiento de los pecados debe preceder a la recepción del refrigerio de la lluvia tardía, ya que la promesa del Espíritu viene solamente sobre quienes tienen la bendición de Abraham, y esa bendición se pronuncia solamente sobre quienes están redimidos del pecado (Gál. 3:13 y 14). Por lo tanto, ahora, como nunca antes, debemos arrepentirnos y convertirnos, para que nuestros pecados sean borrados, para que se les pueda poner fin por completo en nuestras vidas, y para traer la justicia de los siglos; y eso con el fin de que sea nuestra la plenitud del derramamiento del Espíritu Santo, en este tiempo del refrigerio de la lluvia tardía. Debe darse todo esto para que el mensaje del evangelio del reino, que produce la maduración de la cosecha, sea predicado en todo el mundo con ese poder de lo alto por el que toda la tierra será iluminada con su gloria.

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