05/03/2010

EL SACRIFICIO DE CRISTO

Con este enunciado quiero entrar en la importancia que tiene, para todo el que se considera cristiano, el Sacrificio de Nuestro Señor. Cristo, como nos enseña la Palabra de Dios, ofreció su vida en la cruz para el perdón de nuestros pecados.
Creo que nadie puede dudar que Él, que es de la misma naturaleza del Padre, quiso hacerse hombre para traernos un nuevo pacto, por el cual ya no sería necesario el volver a realizar un sacrificio, continuo, para el perdón de los pecados, puesto que Él ya lo ha realizado, una vez para siempre, para todo aquel que cree en Él y cumple su voluntad.
Este sacrificio, mejor dicho el Sacrificio por excelencia, es la doctrina donde se fundamenta el cristianismo, llámese de la forma que se quiera (catolicismo, protestantismo, adventista, testigos de Jehová, ortodoxos...). Todos coinciden en el mismo fundamento. Pero es en su desarrollo donde las distintas religiones dan su particular punto de vista a la hora de exponer sus doctrinas.
En la religión católica encontramos una diferencia importante a la hora de tratar esta cuestión capital y es en la llamada "Eucaristía". Ésta es definida como el sacramento, mediante el cual, por las palabras que el sacerdote pronuncia, se transubstancian el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Pero, ¿qué es eso de la Transubstanciación?. La doctrina católica la define como una conversión en sentido pasivo, es el tránsito de una cosa a otra. Cesan las sustancias del pan y el vino porque suceden en su lugar el cuerpo y la sangre de Cristo.
Resumiendo, que en el momento culminante de la eucaristía, por la bendición del sacerdote católico, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. Este es un dogma de fe instituido en el Concilio de Trento, en el que se decía del mismo lo siguiente: "Si alguno dijere que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia de pan y de vino, juntamente con el cuerpo y la sangre de N.S.J.C., y negare, aquella maravillosa y singular conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre, permaneciendo solo las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia Católica aptísimamente llama Transubstanciación, se anatema".
Pero no queda ahí la cosa, puesto que en la hostia consagrada y el vino bendecido, es decir, el cuerpo y la sangre de Cristo, permanece para siempre la sustancia eterna. Por eso guardan en sagrarios las hostias que sobran después de las celebraciones litúrgicas y las convierten en objeto de culto, puesto que, como ellos dicen, está ahí el mismo Cristo.
Si analizamos la importancia de esta doctrina debemos hacer hincapié, no sólo en el cambio de sustancia, puesto que Cristo ha hecho maravillas más grandes que ésta, pero sobre todo en el hecho de la Transubstanciación, puesto que estamos haciendo morir de nuevo al Mesías. ¿Cómo se explica si no está doctrina?; así debe de ser, puesto que en el único momento en el que se hace presente la importancia de su Sacrificio por el perdón de nuestros pecados, de la entrega de su cuerpo y su sangre, es en la muerte en la cruz. Resumiendo, al producirse el cambio de sustancia de pan y vino en cuerpo y sangre de Cristo y, por consiguiente, estando presente Cristo en ese pan y vino consagrado, estamos, no rememorando o recordando su Sacrificio, sino que volvemos a producirlo.
Pero esta doctrina, de nuevo, choca y se enfrenta a las propias Escrituras. Mira si no lo que el autor de la carta a los Hebreos, inspirado por el Espíritu Santo, nos explica acerca de este tema: "En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado" (Hebreos 10.10-18)
"Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan" (Hebreos 9.24-28)
Como habrás observado, queda claro que el Sacrificio de Cristo en la cruz se realiza una vez y para siempre, ya que Cristo como hijo del Dios Vivo, y Sumo Sacerdote del Dios Altísimo por toda la eternidad, no necesita repetir muchas veces el sacrificio de ofrecer su vida por remisión de nuestros pecados, sino que con una sola vez ha vencido a la muerte, permaneciendo vivo para siempre a la diestra del Padre. Todo aquel que acepta a Cristo como su Salvador y Dios, participa con Él en su resurrección y victoria sobre el pecado y la muerte.
Sin embargo, es cierto que el mismo Señor nos manda rememorar su muerte y resurrección mediante la celebración de la Santa Cena. Con este acto de recuerdo, que no de nuevo sacrificio, puesto que, como habrás podido observar, ya no hace falta nuevos sacrificios de Cristo para el perdón de los pecados, anunciamos al mundo que somos discípulos de Cristo y que participaremos de su Gloria, pero no hacemos que Él muera de nuevo. Así nos lo explica Pablo en el siguiente pasaje: "Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga" (1ª de Corintios 11.23-26).
Por lo tanto, si debemos ser fieles a las Escrituras como único libro de instrucciones para conseguir el fin último que es nuestra salvación, debemos rechazar esta doctrina de la Transubstanciación por ser contraria a ellas.

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