Y vino junto a nosotros. No está alejado de nosotros ni en un simple paso. "Se hizo semejante a los hombres" (Fil. 2:7). Lleva ahora la semejanza de hombre, y al mismo tiempo posee la divinidad; es el divino Hijo de Dios. Así, mediante la unión de la divinidad con la humanidad, restaurará al hombre a la semejanza de Dios. Jesucristo, al tomar el lugar de Adán, tomó nuestra carne. Tomo nuestro lugar por completo, a fin de que nosotros pudiéramos tener su lugar. Tomó nuestra posición con todas sus consecuencias –y eso significa la muerte–, a fin de pudiéramos obtener la suya con todas sus consecuencias –y eso significa vida eterna. "Al que no tenía pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros seamos hechos justicia de Dios en él" (2 Cor. 5:21). Él no fue pecador, pero se ofreció para que Dios lo tratara como si lo fuese, a fin de que nosotros, que somos pecadores, pudiésemos ser tratados como si fuésemos justos. "Él llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores. Y nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido" (Isa. 53:4). Los dolores que llevó fueron nuestros dolores, y es un hecho cierto que se identificó de tal manera con la naturaleza humana, que llevó en sí mismo todos los dolores y penas de la totalidad de la familia humana. "Pero él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos curados" (Isa. 53:5). Lo que estaba hiriéndole a Él, nos estaba sanando a nosotros. Estaba siendo herido a fin de que pudiésemos ser sanados. "Todos nos descarriamos como ovejas, cada cual se desvió por su camino. Pero el Eterno cargó sobre él el pecado de todos nosotros" (Isa 53:6). Y entonces murió, puesto que fue puesta sobre Él la iniquidad de todos nosotros. En Él no hubo pecado, pero los pecados del mundo entero fueron puestos sobre Él. He aquí el Cordero de Dios, llevando los pecados del mundo entero. "Él es la víctima por nuestros pecados. Y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero" (1 Juan 2:2).
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